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Furtivos

Feb 19, 2021 | 2 Comentarios

¿Qué se puede indicar, a estas alturas, de una película como Furtivos? Poco. Muy poco. De ella está prácticamente dicho todo así que no queda más que animar a volver a verla. Ya sabemos lo que no vamos a encontrar pero no está de más incidir de nuevo en ello porque es un filme bestial y sutil. Lleno de recovecos y truculentas acciones. Una mezcla inusual en el cine español entre la brutalidad y la sugerencia. Un hito que continúa fascinando. De hecho, es de esas obras que cuanto más se ve, más ganas de volver a verla producen. Siendo sinceros, cuesta un poco acceder, entrar en su universo. Pero llegados a un punto, lo difícil es salir del mismo. Su poso se queda grabado en el alma como una pulga o garrapata lo haría a los perros de caza que aparecen en el filme.

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En realidad, Furtivos es una película de silencios y miradas. Lo repito. Odio este tipo de expresiones críticas. Si las uso en esta ocasión es porque Borau era un intelectual y estoy seguro de que eso era exactamente lo que pretendía. Contar una historia en la que las miradas e insinuaciones de sus protagonistas expresasen lo que va a suceder u ocurrió con mayor énfasis que las imágenes rodadas. Y, desde luego, que lo consigue. Varios de los momentos esenciales de la obra, todos esos en los que múltiples cineastas habrían puesto el énfasis -el primer revolcón entre Ángel y Milagros, algún flashback que corrobore o explicite más la relación incestuosa entre el cazador furtivo y su madre, el asesinato de Milagros y el previsible suicidio de su hijo- se encuentran elididos. Lo que, paradójicamente, los hace sobresalir aún más. Los imaginamos perfectamente y casi que podemos rememorarlos aunque obviamente nunca los contemplamos. ¿Quién no puede intuir el rostro de Milagros al contemplar la siniestra sombra de Martina en el instante fatal o el semblante triste y resignado de Ángel antes de abrir la boca, introducir la escopeta en ella y disparar?

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En cuanto a los silencios, su utilización es tan perspicaz que a veces parece que estamos ante una película de Michelangelo Antonioni. En ocasiones tengo la impresión de que el director italiano se hubiera dado un garbeo por la España profunda y de esa visita hubiera surgido una historia brutal, gótica y castiza en la que se lleva a cabo un memorable encuentro entre la modernidad y el Renacimento con el tremendismo hispano.

En cualquier caso, el uso del silencio tiene una doble vertiente. No sólo es un recurso estético sino también moral. Hace referencia a la situación política. Deja muy claro que lo que realmente se piensa nunca se dice. Que la verdad late oculta acorralada por las armas, el poder y la necesidad de sobrevivir a toda costa. Que había épocas en las que lo más razonable y aconsejable era callar. La voz sólo se alzaba para decir: «sí señor o sí quiero».

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No voy a aludir a la impresionante interpretación de Lola Gaos. No creo que sea necesario. Nuestros nietos, seguro, hablarán de ella. Más me interesa referirme a un aspecto curioso de Furtivos. Su atmósfera de cuento siniestro y relato de brujería.

Normalmente, cuando contemplamos en pantalla la adaptación de un oscuro relato infantil, la misma ha pasado por un gran número de filtros. Entre otros muchos, la visión del escritor que convirtió un relato oral y tradicional en una narración y la del guionista que condujo esa historia al cine. Esto no ocurre aquí.

Lo que consigue Borau es algo único. Pues con Furtivos logra que nos demos de bruces con la historia primigenia. Su película no es un relato de brujería ni un cuento infantil sino la historia de la que estos beben y se alimentan. La descripción original de los hechos ocurridos en un pueblo olvidado que, más tarde, probablemente irá pasando de boca en boca y de villa en villa hasta que un narrador la convierta en leyenda, cuento infantil o narración tradicional. Esa es la grandeza de Furtivos. Que está prácticamente creando la realidad. El material que, con el paso de los tiempos y las transformaciones necesarias, los niños criados en la España ancestral escucharán reconvertido en un siniestro romance de fantasía y brujería. Una mezcla entre La CelestinaHansel y Gretel y un relato costumbrista.

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Me llama también mucho la atención en Furtivos el que se lleve a cabo un proceso contrario al que suele ocurrir en las fábulas. Generalmente, en ellas son los animales quienes se humanizan al hablar. Sin embargo, aquí ocurre lo contrario. Los seres humanos son más despiadados y salvajes que los animales que, a su vez, son más compasivos e inocentes que los seres humanos. Cada uno permanece en su sitio. Los humanos en el suyo y los animales en el que les corresponde. No hay metamorfosis. Pero sin embargo, queda claro quienes son los más feroces y agrestes. Todos los personajes aman como animales. No vemos, por ejemplo, a la esposa del gobernador. Pero sabemos que la relación en la cama con su marido no será sutil. ¿Qué decir del encuentro sexual del que surgió Ángel? ¿Podemos ni tan siquiera concebir lo que tuvo que ser eso?

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Salvo por unos breves momentos de la relación entre Ángel y Milagros, el amor no es grácil en Furtivos. Es puro dolor. Sufrimiento absoluto.  Un rito pesaroso y salvaje. Un torneo de caza entre fuertes y débiles.

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Furtivos es también un relato desesperado sobre la ausencia de libertad durante el régimen franquista. Peor aún, lo que, de alguna forma, predice Borau es que, de una manera u otra, ni tan siquiera a la muerte de Franco llegaría la añorada libertad. A este respecto, el final del filme es desolador y esclarecedor. De hecho, aunque en España se habla de democracia, sabemos que no la hay. A cambio de que no hubiera más muertes (el heroísmo de los españoles se había extinguido y agotado durante la Guerra Civil) se produjo un pacto entre partidos que convirtió la dictadura en oligarquía. Se vota pero no se elige y se nos dan libertades que se nos pueden quitar a voluntad del poder, como estamos comprobando durante el transcurso de esta pandemia.

No sé si esa fue la intención de Borau, pero en su película queda muy claro que el destino de los españoles era la sumisión. Aceptar sumisamente el gatopardismo del régimen franquista en connivencia con el resto de partidos políticos a cambio de libertades como, por ejemplo, la de retozar en paz con las juveniles Milagros que  comenzaban a desfilar por las calles de las grandes ciudades con sus pupilas llenas de vida y encendidas por el deseo. Shalam

ينطفئ نور الحب الكاذب بأسرع ما يمكن

La luz del falso amor se extingue tan rápido como el deseo

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:….me llama mucho la atencion lo que rodea al encuentro entre «tata» y «niño»……el ancho de los muros de la habitacion …. la mesa, armario, sillas de formica y el bote de colon al lado de la mesa……
    2ºimagen:….no me extraña que en el «mercaillo» de los miercoles vayan a comprar un vestido……..
    3ºimagen:….la pelona y el contraido ovidi………
    4ºimagen:…..hermanos de teta…….(y soy mas moreno porque me la dio una gitana)……sonrisa
    5ºimagen:….la tata amarrandose al brandy (fundador)….a que era muy sugerente que esta marca de bodega regalara «single» de colores…….otra epoca!!!!!!
    6ºimagen:….buena se monto con la muerte real del perro para la grabacion de la escena…..no asi con los conejos con «moquillo» de «la caza»………..
    PD:….»furtivos» es extraordinaria…………..

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    • Mercader

      1) No había visto el bote de Colón. Baile de novios en boda 2) Típica foto de libro sobre Madrid donde en este caso se habla de El Rastro durante unas páginas. 3) Foto de postal de San Valentín o de portada de disco. En este caso último, maqueada. 4) Siempre me obedecerás. 5) Sin dudas esos «singles» de época muy sugerentes. Escena de lienzo renacentista realizado con luz oscura. Escuela holandesa. 6) Bruja mata niños. Sí. Precisamente el otro día me recordaba alguien lo de la matanza de perro en facebook.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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