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Navidad

Dic 24, 2019 | 0 Comentarios

Decía Andrei Tarkovski que cuando el hombre se aleja de dios tiende a caer en la psicosis. A confundir sus deseos con la realidad. Porque ya no tiene freno para poder hacer aquello que quiera. Puede ser un libertino, un hipócrita o un moralista. Lo mismo da. Pues su comportamiento no lo dicta una instancia superior sino sus ambiciones o conveniencia. Lo que aboca al mundo al sinsentido. A la era del ruido. A ese vacío consumista donde todas las voces se mezclan y confunden sin escucharse puesto que no hay freno que las ate. Todo puede ser dicho, experimentado y sentido. Y en nombre de la libertad e igualdad, se cometen innumerables injusticias puesto que nadie está dispuesto a ceder un palmo de terreno. Algo que, progresivamente, nos hace sentirnos cada vez peor y buscar soluciones colectivas a cuestiones meramente individuales y viceversa.

Tal vez la Navidad actual no tenga más sentido y propósito que ese. Recordarnos que de vez en cuando podríamos conceder la razón a los otros. Lo que no significa, claro, plegarnos sumisamente a sus dictados. Insistirnos en que existen el bien y el mal y es más sano para los hombres que se rijan por unas normas éticas y religiosas que no hacerlo. ¿Hay alguna instancia superior? En mi opinión, la misma vida es la demostración de su existencia. Basta caminar por un monte o contemplar el mar para atestiguar esa presencia divina. Aunque obviamente, coincido con Tarkovski en que el arte es uno de los más profundos reflejos de la esencia del creador. Motivo por el que tanto duele asomarnos a una obra que no está realizada con amor y sólo busca el dinero. El triunfo. La exaltación del ego.

Nostalgia es uno de los filmes de Tarkovski donde más claro quedan reflejados estos postulados. El poeta ruso, Andréi Gorchakov, queda tan fascinado por Domenico, un «loco» que se encerró junto a su familia siete años en su casa creyendo que el fin del mundo se aproximaba, que deja de lado a la atractiva traductora que lo acompaña durante su viaje por Italia. En cierto sentido, Andréi tiene aparentemente todos los condimentos delante suya para sentirse un hombre feliz. Pero es un poeta. Es un artista. Se encuentra disgregado y partido por encontrase lejos de Rusia. De su casa natal y sus recuerdos familiares. Y finalmente, sigue sus dictados interiores y conduce una vela por una piscina momentos antes de expirar. Realiza un acto de fe, por más absurdo que pueda parecer, en los segundos previos a su muerte y todos entendemos que así es como encuentra consuelo. Que su alma se salva y encuentra aliento. Por otro lado, en su intento de que los hombres de hoy en día entiendan los viejos mensajes espirituales que han olvidado, Doménico acaba con su vida quemándose ante la indiferencia general en Roma.

Un cúmulo de sucesos que, en cualquier caso, dejan claro que los seres humanos debemos regirnos por un ideal espiritual para alcanzar la paz. Hoy en día, nadie está dispuesto a sacrificar algo suyo o a dar sin recibir a cambio. Y como consecuencia, las parejas se rompen al afrontar las primeras dificultades, los artistas se abandonan al ocio o a la queja si no adquieren el deseado reconocimiento y a todos nos caracteriza un acusado egoísmo que poco a poco ha ido degenerando en la destrucción de la vida social y familiar y ha convertido las fiestas navideñas en un solar de hipocresía consumista.

En cualquier caso, si hoy tuviera que sugerir qué es para mí la Navidad volvería a la escena final de Nostalgia y retomaría algunas de las imágenes que vienen a mi mente de mi difunta madre. Su amor por sus hijos era esa vela que un poeta moribundo intentaba que no se apagase. Ella no sabía si lo que les daba, acabaría por fructificar o no llegaría a puerto alguno pero daba. Siempre daba. Y tanto en la sonrisa de su prole como en el mero acto de dar, encontraba felicidad y paz. Algo muy distinto a lo que ocurre diariamente en que no hay más que conflictos y ruidos. Una violencia soterrada que por ejemplo ha convertido al arte en un estercolero consumista. Cuando es o debería ser el opuesto. Pues no debería existir mayor bendición para un creador que la de poder hacer su obra. Poder consagrarse a ella semana tras semana con integridad más allá de la recepción o las susodichas ventas. Una prueba de que todos los días del año pueden ser Navidad. Shalam

يجب أن نتعلم أن ندرك الوقت ونتحكم فيه إذا كنا لا نريد أن تطير حياتنا بطريقة غير عادلة وغير متهور

Debemos aprender a percibir y controlar el tiempo si no queremos que nuestra vida pase volando de una forma injusta e impetuosa

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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