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Simios y hombres (2)

Ene 20, 2021 | 2 Comentarios

Continúo hoy el avería del lunes sobre la saga de El planeta de los simios. Repito que no soy un crítico y lo que intento es dar algunas impresiones sin mayor importancia sobre estas fascinantes obras. Sugestionar más que analizar. Debido, eso sí, a la extensión del tema, este no será el último dedicado a ellas. En próximos días publicaré algún otro. Probablemente el viernes o el sábado. Como decían The Beach Boys, sólo Dios lo sabe.

Ahí voy

Simios y hombres (2)

Lo que más me gusta de El planeta de los simios es su comienzo y su final. El inicio con los tres astronautas caminando por un planeta extraño es delicioso. Transmite perfectamente una sensación de extrañeza muy acusada. A lo que ayuda por supuesto la banda sonora de Goldsmith.

Schaffner tenía muy claro que el encuentro con los simios debía demorarse lo más posible para que su aparición provocara una verdadera conmoción. Si nos fijamos, ese comienzo es una verdadera excursión psicodélica. El viaje de los tres humanos es, en cierto modo, una metáfora especular del que estaba realizando toda esa generación colgada al LSD que invadiría Woodstock y del que, en breve, los viajeros espaciales podían supuestamente realizar al llegar a la luna. Por momentos, parece que más que en una película norteamericana, nos encontramos en una europea. Que, salvando las distancias, es Michelangelo Antonioni quien se encuentra detrás de las cámaras.

Esa introducción es reflexiva, pausada y abstracta. El pórtico ideal para la fascinante aparición de los simios en la soberbia escena de la caza. El maquillaje de los macacos era maravilloso. Su presencia resultaba familiar pero amenazadora. Su aspecto, sus trajes eran absolutamente icónicos. Pero creo que si hubieran aparecido de sopetón, desde el principio, gran parte de la fascinación que su presencia provoca se hubiera perdido. Por eso es tan importante ese comienzo que recuerda tanto a Robinson Crusoe y a las novelas de náufragos.

En cuanto al final, no hay mucho que decir. Es absolutamente magistral como prácticamente todo lo que hizo Rod Serling. Desde luego, es muy diferente del de la novela de Boulle que también guarda sorpresas (el astronauta sí logra regresar a la tierra pero se la encuentra dominada por los simios) pero no de la trascendencia de la filmada por Schafner. No obstante, se discutió mucho sobre si era el indicado. ¡Cosas de Hollywood!

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Si tuviera a mi cargo un espacio cinematográfico y estuviéramos a mitad de los años 70, realizaría continuas proyecciones dobles de El planeta de los simios y Planeta salvaje. Ambos filmes se encuentran conectados internamente como lo estaban la novela de Boulle y la de Stefan Wul. Imagino que alguien lo haría en la época del auge de los cineclubs en Francia. Puedo desde luego vislumbrar muy claramente a varios muchachos repartiendo a la entrada del cine afiches contra el colonialismo y postales situacionistas a un público en el que sería posible distinguir a unos cuantos lectores de Foucault y Levi-Strauss.

La grandeza de El planeta de los simios radica, entre otros muchos aspectos, en que es un inmenso espectáculo pero también una grandiosa parábola. La mezcla perfecta de acción y reflexión. En Norteamérica de hecho, la escena del juicio a Taylor (Charlton Heston) se leyó como un ataque al maccarthismo y la presencia de Zira y Cornelius como un guiño a esas facciones antibélicas y antirracistas que estaban empezando a dar batalla en las calles. Algo que en este caso no le debemos a Serling sino a Michael Wilson. El otro firmante del guion.

Wilson fue también por cierto el responsable del humor soterrado del filme. Según parece, el texto que urdió Serling era mucho más oscuro, a tono con el desgarro existencial de la introducción y el sobrecogedor final. En Serling primaba la desesperanza y la confusión. Su parábola era aún más aterradora. Wilson atemperó un poco las tornas. Adaptó la obra a la realidad social norteamericana. Para finales de los 60 y tras años de locura y stress al mando de La dimensión desconocida, Serling desde luego no era muy proclive a moderaciones. Un mundo cruel que saltara por los aires era la solución más efectiva ante lo que vivía diariamente.

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En realidad, El planeta de los simios podía ejercer de continuación de buena parte de filmes catastrofistas como Dr. Strangelove. En cierto sentido, le ponía imágenes a lo que ocurría siglos después de la catártica escena final de la obra de Kubrick. Tras la detonación de los misiles y bombas ¿por qué no iba a alzarse una civilización simia que dominara a los escasos supervivientes de nuestra raza?

Luego, con el tiempo y las secuelas, supimos que un virus (guiño fácil; ¿el covid-19?) había sido el causante del ocaso humano. Una explicación muy útil para el funcionamiento interno de esas películas que no obstante, era bastante menos poética y tenía menos impacto metafísico que la que nos parecía más plausible cuando vimos a Taylor arrodillarse desesperado en una playa frente a la Estatua de la Libertad. Una imagen que no surgió de la nada. Ya había sobresalido, por ejemplo, en algunas portadas como las realizadas por Blanchard para la novela After the rain de John Bowen y la revista Fantastic Universe Science Fiction, la de Howard Purcell para The Magazine of Fantasy and Science Fiction o la aparecida en 1941 en Astounding. Aunque, obviamente, ninguno de aquellos sugestivos dibujos alcanzaría la celebridad de la escena rodada por Schaffner que más tarde homenajearía John Carpenter en el cartel de 1997: Rescate en Nueva York.

Os invito a revisar varios de ellos. Yo no sé con cuál quedarme, aunque no tengo dudas de que el de Purcell es el más logrado estéticamente, que los dos de Bowen son los que mejor recogen el ambiente apocalíptico que luego captaría Schaffner, que el de corte pulp que aparece en Astounding es probablemente el que más sintoniza internamente con la famosa escena y que el del filme de Carpenter es tan marchoso e icónico como la música disco de los 80 o los videojuegos Atari.

                                                               Blanchard.

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Blanchard

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                                                            Purcell

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                                                    Astounding

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1997: rescate en Nueva York

                                                                Schaffner

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Regreso al planeta de los simios no es obviamente tan buena como su predecesora pero tampoco tan mala como se suele afirmar. Es una continuación muy digna teniendo en cuenta que la motivación para rodarla era económica. Aprovecharse del éxito del filme de Schaffner.

A finales de los 60 este tipo de sagas no eran habituales. Una cosa eran los seriales televisivos y otra los cinematográficos. En cine no existían continuaciones. Las películas de James Bond, por ejemplo, eran independientes entre sí. No dejaban el final suspendido como ocurriría más tarde con Star Wars o El señor de los anillos. Obviamente, a día de hoy, la segunda parte de una película tan exitosa como El planeta de los simios se encontraría dotada de un inmenso caudal de dolares para recaudar aún más que la primera. Pero en aquellos tiempos, los productores no pensaban así. Tenían la (equivocada) creencia de que, una vez pasada la novedad, el interés de los espectadores iría diluyéndose y por eso cada secuela tenía menos presupuesto que la otra. Los estudios no pensaban en cómo conquistar más público sino cómo lograr perder menos espectadores y que el negocio siguiera siendo rentable. Algo que afectó también obviamente al apartado artístico. El filme de Schaffner fue rigurosamente pensado, discutido y elaborado. Existieron unas cuantas personas comprometidas con la causa que realizaron constantes reelaboraciones de guión o diseños de vestuario y aportaron un inmenso caudal de ideas de las que fueron seleccionadas, tras varias tentativas, las mejores.

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El primer Planeta de los simios es un obra artesanal. Colectiva. Fue fruto de la obstinación de Arthur P. Jacobs (del mismo modo que Espartaco lo fue de la de Kirk Douglas) y la paciencia; de un exhaustivo y concienzudo trabajo de equipo.

No fue esto lo que ocurrió con ninguna de sus secuelas. Pero eso no las invalida. En realidad, la mayoría son serie B y alguna roza la Z. Pero hay algo en ellas puro y delicioso. En todas, la verosimilitud salta por los aires y hay detalles vergonzantes que yo sin embargo amo. De hecho, me basta ver la figura de uno de aquellos viejos simios para ponerme de buen humor. Algo que no me ocurre ni por asomo con la versión de Burton  (la volví a ver hace unos días y es mucho peor de lo que recordaba; un disparate sin ton no son) ni con la sobrevalorada última trilogía cuyo primer episodio, eso sí, me parece magnífico. Un regreso a lo grande. Una obra con aires de blockbuster y entretenimiento barato que, de repente, se transforma en algo sobrecogedor, casi gigantesco, pero que termina derrapando un poco por sus aires de grandeza.

En realidad, estas tres últimas películas me parecen muy buenas. Sobre todo, la de Wyatt. Aunque haría esta salvedad. Mientras no se toman a sí mismo muy en serio, deslumbran. Cuando lo hacen, como es el caso de La guerra del planeta de los simios, se caen. Desfallecen. Algo que, en ningún caso, ocurre con esta primera saga. Artefactos entretenidos (con un encanto irresistible) que nunca intentan ir más allá de lo que proponen y si lo hacen es por casualidad. Porque el tema simio es fascinante e inacabable.

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Paradójicamente, en Regreso lo que menos importancia tiene y luce es el tema simio. Es maravilloso por supuesto volver a ver a los primates en acción, pero el interés de la obra se encuentra en otra parte. Por ejemplo, en esas formidables imágenes subterráneas de Nueva York con aroma a cómic distópico y a futuro filme de John Carpenter o en esa mágica e iniciática atmósfera de los primeros minutos que parece una alocada mezcla entre un obra de espada y la brujería y el Jason y los argonautas de Chaffey. Y, por supuesto, me encanta ese final en el que experimentamos casi con alivio cómo Taylor aprieta el botón de la destrucción total. Un orgasmo vital obviado por muchas películas que aquí llega a buen puerto. En cuanto a James Franciscus es obvio que lo escogieron por su parecido físico con Heston, pero no está nada mal en su papel. De hecho es más interesante de lo que parece. Por momentos, su presencia digna de un gladiador romano le da un tono a la película propio de un alocado peplum futurista y por otro sus similitudes con Heston podrían ser proclives a generar todo tipo de teorías sobre los gemelos y los dobles tan arraigadas en el fantastique.

Por otra parte, aunque hay que reconocer que su aparición huele por todos lados a loca ocurrencia de tarados puestos de marihuana hasta los topes, la inclusión de los mutantes telépatas es más afortunada de lo que parece. Sobre todo, si la consideramos como espejo de la sociedad norteamericana de su época en la que, tras el ocaso hippie, comenzaron a proliferar sectas destructivas ávidas de acoger en sus brazos a los desencantados del sueño libertario al tiempo que se producían avistamientos extraterrestres por todas partes. Esos telépatas en el fondo eran geniales. Ponían rostro a los representantes del gobierno en la sombra al que muchos conspiranoicos apuntaban como responsable de controlar los destinos del mundo. Eran una contundente mezcla entre los marcianos sabelotodos de las pelis de los 50 y los agentes o divinidades gnósticas de los cómics de la Marvel. Hay algo en ellos, sí, que me recuerda a El vigilante y que habla bien a las claras de la descomposición existencial de Norteamérica al final de la década de los 60 del pasado siglo. Dicho esto, su presencia fue un delirio que, obviamente, no se repitió más en ningún episodio de la saga. La gente quería simios. No marcianadas. Shalam

الإنسان هو الذي خلق الله على صورته ومثاله

El hombre fue quien creó a Dios a su imagen y semejanza

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:…..el «body» y heston en un conducto de alcantarilla alicatado (alcantarilla premium)……………
    2ºimagen:….los tres tienen la cara de: «me extraña que me extriña»(es lo que decia algunas veces el joaquin conesa en el ies hace 50 años…..»me extriñe que me extrañe»…….jajajjjj
    3ºimagen:….el mono venerable le dice a sus compinches: que hacemos con estos dos humanos?…..nos los cepillamos ya………..
    4ºimagen:……el jinete de la bomba del enola gay…….el grito de munch…………………..
    5ºimagen:……uno de los efectos del huracan katrina……..
    6ºimagen:……el delirio de merendar un plato de lentejas hollywodenses……………
    7ºimagen:……el que esta encima de la cara de la estatua «revolucionaria» le dice a los de arriba que:…. esta cara es una de las de miguel angel buonarroti……………
    8ºimagen:……..si te mueves nos vamos a caer de la barca!!!!……..
    9ºimagen:…..pienso que sin conocer el simbolo lo leeria como el peine de los vientos……………
    10:……pero que pasa se llevan a el body…….no te preocupes sube a la grupa, huiremos de esta tierra de monos………………
    11:…..arrea los franciscanos haciendo sus bolos en hollywood………(en realidad se iban todos a las 6 de la tarde los viernes a la keeper(discoteca de alicante)…….sonrisa
    PD:…..https://www.youtube.com/watch?v=g7MiWIUjY_U&list=PLJC5bOVBufwAFXmP2TNQbVacR1XdjjGMt
    encantadores…………encantador toots hibbert fallecido por covid19 en sept de 2020…..

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    • Mercader

      1) No es Charlton Heston sino James Franciscus. Pero está bien. Eso justifica mejor todavía lo de que los productores lo eligieran por su parecido. El doble eterno. 2) Tres misioneros llegando a Lourdes esperando un milagro que no se produce. 3) Esclavista escuchando informes sobre qué esclavo sirve para remar, cuál para limpiar y cuál para combatir. 4) Si. Enola Gay. De acuerdo. 5) Habitación con vistas. 6) Si. Una siesta rara tras pasarse con el tocino y los Cornf Flakes. 7) ¡No entiendo nada! Marcianos confusos 8) Portada de El jabato. Mundos modernos. 9) Peregrino llegando a la Meca del Apocalipsis. Arrodillamiento ante la estatua de la Diosa Destrucción. 10) Si cambias la cara del simio por un pulpo y un poco de agua. La caída de la Atlántida. 11) Budismo en el siglo XL. PD: grandes Toots y el resto.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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