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Westworld

Nov 2, 2019 | 0 Comentarios

¿Qué nos dirá el paso del tiempo de la obra de Michael Crichton? No me atrevo a afirmar nada en concreto pero -salvando las distancias- tal vez no sea algo tan distinto de lo que nos sugiere actualmente acerca de la de Julio Verne. Ni el escritor norteamericano ni el francés eran estilistas del lenguaje. No eran hombres románticos. Su prosa carecía de la textura de los grandes prosistas y poetas. No eran Proust ni Baudelaire. No serán estudiados en las Facultades de Letras ni en las escuelas de escritura. Pero sin embargo, ambos alcanzaron a distinguir tanto los peligros y límites como los fascinantes desafíos a los que la tecnología abocaba al ser humano y trazaron concisas obras llenas de inquietantes ideas que forman parte del inconsciente colectivo. Son una precisa radiografía de nuestro futuro.

Un ejemplo es Westworld. Un clásico del cine de ciencia ficción que, teniendo en cuenta que, a pesar de su actual eclosión, la realidad virtual aún se encuentra en sus albores, tal vez con el paso de las décadas sea catalogado de filme costumbrista. Aunque la persecución final del androide encarnado por Yul Brinner a uno de los desacomplejados millonarios que visitan Delos, un delicioso e inquietante parque de atracciones donde se recrean varias épocas históricas, permita catalogarlo ya como un filme de terror. De hecho, si esos últimos minutos hubieran sido rodados por un cineasta con mayor pulso visual y emocional que Crichton podrían haber provocado muchas más tensión que la que de por sí generan. No quiero imaginar por ejemplo qué hubieran hecho el primer Ridley Scott, John Carpenter o Stanley Kubrick con estos mimbres. Hasta dónde habrían llegado para retratar la lucha por la supervivencia en medio de un espectral territorio repleto de sombras imaginarias.

No he visto un solo capítulo de la serie de la HBO basada en la película de Crichton. Pero me parece lógico y celebro su estreno porque Westworld es una obra que ha ido ganando valor con el tiempo. La idea de hecho brotó tras una visita del escritor a Disneyland. Uno de esos espacios generados para producir optimismo y felicidad y devolver a la infancia a sus visitantes que el tiempo ha convertido en sombrías metáforas del capitalismo. Amables y cándidos no-lugares nacidos tras la Segunda Guerra Mundial con el fin de hacer olvidar todo tipo de traumas y conflictos y fomentar la ilusión de consumo infinito que, con el paso de las décadas, se han acabado convirtiendo en oscuros símbolos de una época que intenta evitar el dolor y el sufrimiento a toda costa, genera héroes escapistas y se recrea complaciente y desesperadamente en la evasión.

Características que quedan totalmente claras en Westworld. Una película que abría inmensos campos y posibilidades que, a día de hoy, me parece una obra sombría y casi punk que además posee un humor negro y corrosivo en su interior que la hace totalmente actual. Tanto es así que pienso que, de no haber sido filmada por un icono popular como Crichton, estaría considerada una inmensa gamberrada. Uno de esos maravillosos delirios del cine de los 70 que lo mismo se adentraban en la serie B que en las grandes producciones y hacían saltar todo tipo de prejuicios a base de mordaces disparos visuales y jocosos saltos de guión.

En realidad, Westworld es una parodia tan intensa y extensa que no deja un solo títere con cabeza. De hecho, me atrevo a sugerir que no sólo realiza una relectura y homenaje del género western al que caricaturiza en todo momento sino que sus alcances son tan amplios que incluso se ríe (más allá obviamente de su voluntad) de películas que todavía no habían aparecido como el mítico Terminator de James Cameron. Pues Westworld es en el fondo una gran carcajada. Una inmensa risotada dedicada a las sociedades modernas y a todos sus iconos, como pone de manifiesto perfectamente la demoledora aparición de Yul Brinner. Una de esas interpretaciones para la historia en la que el actor se chotea de sí mismo y de su papel en Los siete magníficos, y de paso de todos los tipos duros y serial killers que tanto morbo y expectación han provocado en la sociedad norteamericana y tantos réditos económicos han producido en Hollywood. Shalam

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Aunque seas casto como el hielo y puro como la nieve no escaparás de la calumnia

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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