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Landas perdidas

Ago 18, 2019 | 0 Comentarios

¿Está el mal en el corazón del amor? Esta sugerente frase se encuentra en el trasfondo de la trama del primer ciclo de La balada de las landas perdidas. Un intenso, delicioso cómic de Jean Dufaux y Grzegorz Rosinksi que mezclaba varias influencias -el género fantástico y el de espada y brujería- en medio de mares nebulosos, territorios escarpados y un crepuscular castillo donde se desarrollaba una violenta trama shakesperiana por ocupar del reino de los Sudenne.

En realidad, la historia era un cuento romántico desarrollado con extensión. Eso era lo que más me interesaba de ella. Su carácter nocturno. La majestuosa y a veces excesiva mezcla que hacía de elementos wagnerianos con los mimbres más perversos de los relatos de los hermanos Grimm. La manera en que atisbaba la crueldad, la magia y el egoísmo en medio de un decorado decadentista que el dibujo de Rosinksi convertía en clásico. Y en cierto modo, remitía no tanto -que también- a la Edad Media centroeuropea o gala sino a la bizantina. Pues ciertamente, el trazo delicado y alargado de ciertos rostros así como el dorado que resplandecía en ciertas viñetas hacía pensar en parajes inspirados en el Imperio Romano de Oriente.

La balada de las landas Perdidas tenía una fuerza inusual. Yo desde que lo abrí no pude dejarlo. Quedé fascinado por la fuerza del dibujo y de unos personajes que vivían en conflicto perpetuo. En un ambiente siniestro de cuento donde se producían suplantaciones mágicas y traiciones entre rememoraciones de épicas leyendas y batallas.

Ahora que todo tipo de relatos inspirados en la Edad Media pueblan las librerías, parecerá mentira pero en su momento, a pesar de que Dufaux ya era bien conocido por la saga de Thorgal, La balada fue un tanto incomprendida al menos en España. O al menos pasó un poco desapercibida. Porque, con la excepción superlativa de El señor de los anillos, el lector de cómics habitual -yo incluido- esperaba su ración de superhéroes o de clásicos contemporáneos norteamericanos. Era difícil encontrar un cómic de este tipo. De hecho, Hermann y sus Torres de Bois Maury es de los escasos que recuerdo centrados en la Edad Media.

Sé que mi afirmación no es exacta pero ciertamente, a finales del pasado siglo, los cómics medievales o de época parecían haber pasado a mejor vida. Un ejemplo muy claro en lo que se refiere a España eran El jabato o El capitán Trueno. Héroes anclados en siglos pasados que, a pesar de las constantes reivindicaciones, parecían no ajustarse demasiado bien a los nuevos tiempos. Sus hazañas habían envejecido o palidecían en comparación con las de El capitán América o Iron Man y la profundidad psicológica no se aproximaba ni de lejos a la lograda por Alan Moore, Frank Miller o Grant Morrison en sus respectivas creaciones. Por lo que el cómic de Dufaux era en aquel tiempo una rara avis. Un intento muy divertido de seguir reivindicando la cultura europea que provocaba estupor y asombro. Y tal vez por eso olvidé cualquiera de sus irregularidades (que las tiene y bastantes) y me dediqué a disfrutarlo como un pálido poema de Joy Division.

Si bien el primer ciclo de Las Landas era casi como un brebaje. Un severo relato de los Grimm envuelto en el ropaje de una ópera wagneriana. Una mirada telúrica a los malvados clásicos de los cuentos románticos llena de simbólico caos y siniestra efervescencia e inocencia. Mágica heroicidad. El segundo ciclo (una precuela) era mucho más directo. De hecho, tanto que es difícil no percibir su influencia sobre Juego de Tronos o un diálogo al menos entre los aspectos visuales de la serie de la HBO y en este caso, el mucho más contundente y efectista dibujo de  Philippe Delaby. Pues había personajes y planos que parecían inspirados en la creación de George R. Martin o viceversa. Lo que amplificaba más el realismo y los toques de acción de una historia que en su primer ciclo era un espejo descompuesto para mirar al pasado y en la segunda era una ópera realista medieval con elementos de fantasía. En cualquier caso, en este segundo ciclo se hacía más hincapié en la brujería. En el origen y poder remoto de demonios y brujas que ejercían de chamanes ancestrales en los orígenes del mundo. El primer ciclo narraba su apogeo pero también su decadencia. El veneno que ardía en la garganta de las hechizeras frente al amor. Y el segundo era casi un homenaje a las fuerzas rituales. Heavy metal ancestral. Una espada de acero cortando el aire en el principio de los tiempos.

En cuanto al tercer ciclo (la precuela de la precuela) todavía es muy pronto para opinar. Aunque desde luego sí me parece muy destacable el dibujo simbolista de Béatrice Tillier que intenta apartarse del realismo de Delaby para volver a un territorio de sueño y onírico más cercano al tono original del relato. Una historia que en el fondo, como casi todas las de espada y brujería medieval, es un cuento de hadas cruel. La prueba de que las ficciones son ficciones porque tienden a apartarse de la realidad: el constante triunfo de las reinas malévolas, las madastras y los lobos feroces. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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