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Doping

Ago 17, 2015 | 0 Comentarios

El doping es pop. Dibujos animados. Un fenómeno connatural al tipo de sociedad en la que vivimos. Competitiva, perversa y repleta de dinero sin un valor verdadero. Es decir, emitido sin tener una relación directa con el trabajo, el esfuerzo de sus integrantes o su capacidad de producción real. Walt Disney. De hecho, las similitudes existentes entre la economía occidental (Mickey Mouse), sostenida con cuantiosas inyecciones de dinero-deuda y las transfusiones de sangre o tratamientos hormonales realizados por los deportistas para mejorar sus resultados (Pato Donald), son más que evidentes. Razón por la que pienso que no deberíamos escandalizarnos por el doping sino intentar vislumbrarlo como un fenómeno inevitable.

Cuando la sociedad cambie, el doping cambiará e incluso se extinguirá. Como el tío Gilito. Si la economía de los países necesita regularmente que le inyecten dinero que no es fruto del esfuerzo y trabajo de sus ciudadanos para mantenerse en pie, exactamente lo mismo (¡las espinacas de Popeye!) necesitan los deportistas para competir semanalmente, continuar hipnotizando a los espectadores y hacer girar el circo social. Entre un banco de sangre y otro de dinero no existe tanta diferencia. En realidad, ninguna. Mucha más la hay entre un Peter Parker con superpoderes o uno sin ellos. La posibilidad de ser Spiderman o no serlo. Y si tan habituales son las casas de cambio en las ciudades de medio mundo, también han de serlo las cajas de estimulantes y excitantes en los despachos de médicos deportivos. Como por supuesto que tampoco hay apenas distancia entre la inversión en un complejo urbanístico o en un equipo de baloncesto. Se trata de conseguir beneficios y de si no hay suficiente demanda, estimularla con la mejora del rendimiento de los deportistas o de los precios (ofertas). Del modo y forma que sea.

En realidad, es la sociedad la que necesita, utiliza y desea la existencia del doping y no tanto los deportistas que, en este caso, son más bien víctimas inconscientes o esclavos de su propio ego que culpables. Dibujos que una mano colorea o borra a su antojo. Más cobayas bien pagados que psicópatas sociales, teniendo en cuenta que su sociopatía se encuentra generada por las condiciones en las que comienzan a competir y adentrarse en el deporte profesional. Mordor. Una frontera de abismos insondables, envuelta en papel celofán y anuncios de colonia, no tan distinta del ámbito político o económico. En esencia, igual. Lo que significa que es un campo de minas donde el deportista limpio y puro (o no dopado), como el político honesto es la excepción y no la regla. San Francisco de Asís. El rostro que necesita el sistema para demostrar que no todos son iguales y que, de alguna manera, funciona. O funcionaba. Pues, a estas alturas, en esta fase de evolución del proyecto neoliberal, tengo claro que el poder ya ha atravesado la fase en la que necesitaba probar su inocencia y, una vez que nos ha esclavizado a través de internet, hipotecas, hijos, el fútbol o la música gratis, puede operar omnipotentemente a la vista de todos sin temor alguno. Adoptar el modo Napoleón, Hitler o Schwarzeneger, según le convenga, y cortar cabezas sin recibir más que una insípida contestación en las redes sociales. Una pataleta de Olivia porque Popeye ha vuelto a salir a buscar aventuras. Algo que, en cualquier caso, no consigue sacarle ni un bostezo al Gran Hermano.

En realidad, creo que cuando al sistema le interese hacerlo, se revelará algo para mí evidente: que la mayoría de deportistas que admiramos se doparon en alguna ocasión o incluso frecuentemente. Como Mario Bros. Un hecho lógico y comprensible en la sociedad de la cafeína y el Red Bull. De las horas extras y la electricidad. Del 24 horas Open, las recargas continuas telefónicas y la cocaína. Pues además, tras esos esforzados guerreros de la paz que medio mundo admira, se encuentra una élite social que no penaliza la trampa sino que la estimula siempre y cuando vaya en su beneficio. Que es lo que ocurre básicamente con las hazañas realizadas por los locos del balón y el motor: que consolidan el status quo. Lo cierran con candado y hasta lo barnizan con doradas victorias. Ofreciéndole a la mafia económica una sensación de santidad parecida a la que reciben cuando se casan por la iglesia o sus hijos hacen la comunión.

En fin. El sistema es perverso. Es el Coyote persiguiendo eternamente al Correcaminos. Promueve la admiración y tolerancia a músicos que sabemos que se drogan e inyectan anabolizantes habitualmente para aguantar extenuantes giras o a las personas que utilizan esas substancias para adoptar patrones de otro sexo. Pero al mismo tiempo, nos fuerza a repudiar a deportistas dopados, a los que tratamos como si fueran sacerdotes que hubieran roto un voto de castidad. Algo que me parece un error de partida. Y explica en parte el suicidio de Marco Pantani. Porque en la sociedad del espectáculo, músicos y deportistas como doping y dinero-deuda son, repito, exactamente lo mismo. El Gordo y el Flaco. Cumplen una función parecida a la que antiguamente realizaban los monjes, sacerdotes y guerreros heroicos (o a la que hoy en día realizan los presidentes de las naciones) a los que se les permitían todos los vicios si realizaban con eficiencia la misión encomendada por las élites: enriquecerlos.

En el caso de las estrellas del pop y del deporte, unos hacen música y otros compiten por ser los mejores. Unos aspiran -al menos los más honestos- a construir obras de arte y otros, a batir records y ganar campeonatos pero, en esencia, ambos sirven al sistema. Son sus negros útiles. Distraen y engañan a la población. Substraen su conciencia. Son utilizados como objetos de manipulación y seducción, jugando con la inocencia de los espectadores. Puro Walt Disney. El león de la Universal rugiendo y transportándonos a otros mundos o a una realidad paralela donde, en el caso del deporte, las promesas -al contrario que en el terreno político- supuestamente deberían cumplirse y los objetivos ser conseguidos limpiamente. Unos conceptos teóricamente no muy diferentes de los que componen los programas de los partidos políticos antes de presentarse a unas elecciones o al código de buenas maneras de los bancos y empresas. Burda manipulación, en el fondo, que salta por los aires al menor roce o contacto. No aguanta la prueba del algodón por más que los mass-media intenten limpiarla con imágenes y palabras que responden básicamente a intereses económicos, absolutamente alejados de ese supuesto altruismo que se atribuye a deportistas que en un mes ganarán más que nosotros en el resto de nuestra vida.

Seamos serios. La cuestión no es si los deportistas se dopan o no, como tampoco la de cuantos títulos ganen, sino si básicamente consiguen aquello por lo que realmente les pagan: ofuscar y embrutecer a la población. Conseguir que pierda la cabeza y si es posible, el ser y el espíritu, en interminables debates sobre Lance Amstrong o Alberto Contador. ¿Alcanzará finalmente el Coyote al Correcaminos? ¿En cuánto tiempo lo hará? ¿A cuánto asciende la fortuna del Tío Gilito? ¿Cómo se casaron Mickey  y Minie? ¿Quién es el jugador que más veces ha encestado desde siete metros? ¿Cuántas Copas de Europa tiene la Roma?

Una distracción y actividad estadística -como se ve- muy parecida a la de los banqueros cuando observan los saldos contables y deudas en las pantallas de sus computadoras o a la de los doctores preguntándose, delante de un papel lleno de cifras, cuántas inyecciones serán necesarias para que un corredor consiga al fin superar su marca. En esencia, pura decadencia y aburrimiento. La vía más recta, rápida y corta hacia la dictadura global. Shalam

ما حكّ جْلْْْْْدك مثل ظْفرك

             No mires a las nubes mientras trabajas

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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