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El hombre que nunca deja de escribir: Marc Édouard Nabe

Abr 2, 2013 | 0 Comentarios

Dejo a continuación un artículo sobre el escritor francés Marc Édouard Nabe, previamente publicado en el nº 30 de la revista El coloquio de los perros. Ahí va:

El hombre que nunca deja de escribir: Marc Édouard Nabe

Digámoslo ya, a la de una, a la de dos o a la de tres, como si fuéramos una orquesta de jazz y el grupo de magia saliera del fondo del escenario en estos mismos instantes para comenzar su concierto: Aaaaaahhhh one, aaaahh, one, two, three, four…

Marc-Édouard Nabe es el mejor escritor surgido en el país francés en los últimos 30 o 35 años. Es la voz más lúcida, corrosiva, satírica y políticamente incorrecta procedente de Francia, desde Jean Eustache y Guy Debord. Pero, a pesar de ello, Marc-Édouard Nabe, es un escritor que no se encuentra traducido al español. Un vacío para el que no es excusa la consabida crisis económica, puesto que su primer libro, Au régal de Vermines, se publicó en 1985 y no hay rastro de ninguno de los (casi) restantes treinta que ha escrito, en ninguna librería o biblioteca del país ibérico.

En cualquier caso, el hecho de que Marc-Édouard Nabe sea un gran desconocido en España, puede que no sea tan negativo como parece porque, de esta manera, aquellos que hemos buscado desesperadamente sus obras perdidas y descatalogadas por todos los medios posibles, hemos pagado casi 100 euros por alguno de sus libros (sin dudas, una excelente inversión de futuro) o hemos intercambiado mensajes frenéticos a través de internet cada vez que sabíamos de una de sus míticas intervenciones públicas en algún programa televisivo, nos hemos sentido como hace mucho tiempo —desde la llegada de Internet— que no lo hacíamos; es decir, como secretos degustadores de un placer escogido y destinado a sólo unos pocos. Como si fuéramos de los escasos seres del planeta que tuvieran acceso a un mapa donde se esconden las pistas para desenterrar un tesoro perdido en una lejana isla desierta o al sarcófago donde se esconde un viejo manuscrito egipcio. Y por todo ello y por mucho más, desde ya, quisiera mostrar mi sincero agradecimiento a Marc-Édouard Nabe y al rumbo del mundo literario hispánico, ajeno a esta verdadera joya en constante movimiento y en incansable evolución —como demuestra su reciente L’enculé— que es la narrativa de este gran ARTISTA con mayúsculas. Un ARTISTA que ha creado una de las más grandes obras maestras de la literatura de principio de siglo, L’Homme qui arrêta d’écrire, que, en mi caso, representó desde el momento de su aparición, el acontecimiento literario de la década pasada. Una novela (especie de obra total, con su descenso a los infiernos a lo Dante y final de tintes fellinianos) que define tal vez sin pretenderlo, un momento histórico social y artístico de vital importancia: el fin definitivo de la modernidad y el comienzo del fin del ciclo post-moderno. Y todo ello, a través del sarcasmo y la ironía más agudas y, como es marca de la casa en Marc-Édouard Nabe, la sinceridad más absoluta y el compromiso radical con una escritura a la que no le importa poner todo patas arriba o criticar con acidez y mordacidad cualquier aspecto digno de ser puesto en cuestión para que prevalezca la verdad ingobernable de la obra de arte. Esa verdad que justifica la existencia del ser humano todavía en este planeta y que en la medida en que no perdamos de vista la llama que la acompaña, permitirá que podamos seguir mirándonos al espejo cada día y sostener nuestro rostro ante él.

¿Quién es Marc-Édouard Nabe? Un artista incontrolado.Un polemista feroz. Un mago capaz de sacar de su bolsillo las metáforas más poderosas e imprevisibles, que ha logrado que sus lectores esperen cada uno de sus libros con impaciencia y con sagrada devoción, como seguramente lo hacían en su momento los seguidores de Charlie Parker, John Coltrane o The Stooges. Artistas con los que Nabe tiene más en común de lo que parece a primera vista, porque su literatura es toda ella ritmo espasmódico y por momentos catártico. Es corrosiva y musical. Delirante y reflexiva. Lo más parecido a un concierto de be bop que he podido encontrar en el mundo de la literatura. Y siempre ofrece mucho más de lo esperado: desde reflexiones jugosas sobre el arte y la sociedad de principios de siglo hasta aforismos agudos y poemas festivos, capaces de hacer creer al más escéptico en el poder primario que todavía conserva la literatura de sorprender y conducir hacia nuevos rumbos inéditos, misteriosos al lector. Un lector que es tratado a cuerpo de rey cuando se introduce en uno de sus libros; tal y como pude comprobar, cuando leí uno de sus textos entre las onduladas dunas del desierto de Merzouga, (Marruecos), convertidas por mor de sus sagaces reflexiones, en vibrantes hilos de pensamiento.

El nombre de Marc-Édouard Nabe me remite a una serie de obras de arte, momentos e imágenes. A Lecturas de Louis-Ferdinand Céline realizadas en un manicomio, al primer libro que nos prestaron de Arthur Rimbaud en nuestra adolescencia y a un sinfín de trompetas ruidosas. Porque su literatura es un atasco de talento. Impulso y pasión. Ironía mística. Un túnel de ingenio desbordante. Y él, desde luego, alguien tan imprevisible como rebelde. Basta ver su extrema forma de hablar en las entrevistas o la manera en que es capaz de montar un escándalo en varios segundos en un programa de televisión para constatarlo. Tomar conciencia de que nos encontramos ante un escritor tal vez caprichoso, puede que ególatra, sí, pero nunca dominado ni domesticado por la sociedad de masas, el dinero, la publicidad. Un hombre cuyo mayor pecado ha sido intentar convertirse en el mejor escritor vivo y ganarse la vida gracias a las horas continuas que ha dedicado, día a día, al trabajo literario que, en su caso, es lo más parecido a una fiesta. Razón por la cual, se ha ganado probablemente cientos de enemigos y su figura no ha sido exportada a otros países, como hubiera debido ser, en un mundo más justo.

Me parece realmente triste el que Michel Houellebecq sea un escritor extremadamente leído y conocido y no así, Marc-Édouard Nabe. Sobre todo, teniendo en cuenta que el escritor de Je suis mort ha urdido los diarios más entretenidos, deliciosamente perversos y entrañables desde la publicación de los de Chateaubriand o Casanova. Es el mayor polemista político y literario de la intelectualidad francesa de su tiempo. El último gran escritor de la era Piscis. Un niño grande absolutamente genial. Un hombre infantil tremendamente divertido y ocurrente. Un escritor tan subjetivo e íntimo como objetivamente imparcial. Un triturador y excelente oteador de las contradicciones de las sociedades contemporáneas. Un escritor capaz de autopublicarse un libro de casi 800 páginas que, como he dicho antes, tal vez sea el mejor retrato de la Francia y de Occidente realizado en los últimos diez años. Un hombre que utiliza la pluma como un saxofón o un pincel. Y que se ha aventurado a ir más allá, mucho más allá del existencialismo, para retratarnos una Francia frívola y superficial, en esencia muerta y caduca, a la que ha hecho revivir gracias a sus mordaces textos. En cualquier caso, ¿a quién le importa lo que puedan pensar sus contemporáneos? Marc-Édouard Nabe es un genio literario que será admirado por los lectores y escritores del futuro quienes, al comparar sus escritos con los de este ácido e irreverente ser humano, no se sentirán humillados ni dolidos en su ego. Reconocerán su valía y sin complejos, disfrutarán de estos apetitosos batidos literarios llenos de pasión y cultura, pensamientos feroces y atrevidas proclamas.

En fin. ¿Qué más puedo añadir?  Existen páginas en internet creadas por sus fans para homenajear a este escritor vivo, libre, rebelde y temible. Ahí, en esos enlaces, se pueden conocer detalles de su vida, observar fotografías de sus padres, vídeos de sus corrosivas intervenciones televisivas y entender las razones por las que decidió adoptar ese maravilloso pseudónimo, Marc-Édouard Nabe, y prescindir de su verdadero nombre, Alain Zannini, en el momento de darse a conocer públicamente. De todas formas, entiendo que tal vez sea necesario, describir su literatura. En este caso, se puede elegir el lado sencillo, y afirmar que es el saxofón, los platillos, el bajo y contrabajo de las letras francesas. Una sugerente mezcla de Leon Bloy, Céline y Albert Camus, que se encuentra llena de referencias al gran tronco literario occidental, y recuerda indirectamente a las obras de los cineastas de la nouvelle vague. Pero también, podemos profundizar un poco más. Y añadir que sus libros recogen en parte la esencia del cine de Jean Eustache, Maurice Pialat y, sí, algo también del gran Philippe Garrel. Porque su obra es árida, concreta y alejada de todo escapismo. Tremendamente real. Aunque, sinceramente, no creo que estas palabras le hagan justicia y aporten demasiado. Pues, al fin y al cabo, la literatura se hizo para ser leída. Y si se trata de definir la de alguien tan interesante como Nabe, creo que lo esencial es olvidarse de las referencias y sumergirse directamente en sus creaciones. Leerlas como si escucháramos la voz de su amada Billie Holliday cantando en las mañanas cerca, muy cerca de nuestra habitación. O como si fuéramos de camino a un parque para asistir a un concierto en el que Prince y Alber Ayler interpretasen juntos canciones inéditas sacadas del baúl de la Motown. Pues lo demás, en cierto sentido, son «monsergas». Discursos de viejos perdidos en inmensas bibliotecas. Alejados de esa vida, de ese intenso huracán retratado por el escritor francés en textos capaces de hacer recuperar el aliento al lector más cadavérico. Y de conseguir que los seres humanos nos pintemos el cuerpo de negro y salgamos a la calle a gritar esa melodía que, según decía Julio Rayuela en su libro Jazzuela, se escucha cada vez que alguien consigue robarle unos segundos a la eternidad gracias a una obra de arte: «aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhh». El tremendo ruido, sonido indistinguible e incomprensible del orgasmo. El verdadero éxtasis. Shalam

                   ربّ اغْفِر لي وحْدي

           Sólo las mulas niegan su familia

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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