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Las salvajes

Oct 14, 2018 | 0 Comentarios

A veces extraño Buenos Aires. Nunca antes de haber vivido allí, había podido experimentar que las ciudades son, en gran medida, prostíbulos. Que nacieron del miedo a dios y la necesidad de ocultarse de su ira y, en gran medida, son tanques contra la naturaleza. Un desafío airado y orgulloso de los excluidos y tiranos y un refugio de los desesperados.

El paso de los siglos ha borrado estos signos de la mayoría de ciudades europeas. Sólo algunas, como es el caso de Nápoles, se alzan desafiantes frente al opúsculo técnico. Muestran su puñal sangriento frente al maquinal río de funcionarios, políticos, reglas y planes urbanos o el habitual tono de habla mesurado y discreto de los abogados.

En Europa, las urbes parecen haber sido diseñadas por un arquitecto apolíneo. Hombres racionales y fríos. Europa es el sueño del funcionario de carrera, del administrador, de las termitas. Europa no premia los esfuerzos. Premia el rigor. La laboriosidad. Alaba la contención y persigue el exabrupto. En Europa crece, anida y se enraíza la hipocresía porque los hombres han aprendido a mentir. Han comprendido que el primer fundamento de la civilización es ocultar o al menos adornar lo que pensamos. Las reglas de la buena educación. En Europa nadie insulta a nadie. Todo son maledicencias. Palabras a la espalda y en voz baja que no atentan contra el bienestar pero permiten a quienes las pronuncian seguir medrando.

Europa es la industria. La autopista. El reino de la estadística. El consenso con el que se desean olvidar los crímenes. Las muertes de los palacios. La destrucción del disidente y el loco. Un inmenso hospital psiquiátrico regido por laboriosos técnicos y sostenido por el peso de la historia. Lo que queda sano de la tradición cristiana.

Las ciudades americanas, sin embargo, parecen salvajes puñaladas. Grietas en el rostro  de un sangriento asesino. Son como animales. Lo mismo nos muerden que nos lamen las manos pero su actuación tiende a ser espontánea. Natural. En Buenos Aires, hubo muchachos que me regalaron libros tan sólo para que guardara un bonito recuerdo de ellos. Hubo tardes de fútbol en que caí al suelo celebrando un gol de Boca con varios desconocidos mientras varias personas se amontonaban sobre nosotros gritando y sentía que me faltaba el aire. Hubo noches en las que caminaba por sus calles como si fuera una bestia sedienta, todas las mujeres estuvieran desnudas y los hombres acariciaran el sexo en sus manos.

En Buenos Aires, el dinero es un botín. Se persigue ávidamente. Con ansiedad. En Buenos Aires, un mar de librerías se extienden por todas las esquinas sin poder ocultar los crímenes, la ambición, la sed. El deseo de maldecir a dios. La mayoría de las páginas de las novelas y textos poéticos que compramos suelen estar sucias. Oler a sexo. A vicio. A masturbaciones suicidas y frenéticas. Buenos Aires es puro tango. Un baile prohibido a la puerta de los bares. Una oda al libertinaje y la locura. Una ciudad en la que los hombres se convierten en perros. Besan continuamente los botines de los futbolistas y persiguen a las mujeres instintivamente.

Las ciudades americanas no son ateas porque los edificios no han podido todavía ocultar el sufrimiento de los excluidos y de los emigrantes. Las historias de dolor y desarraigo que miles de personas comenzaron a experimentar al subir en los barcos. Por lo que claman airadas un día tras otro contra dios como venganza. Necesitan que exista un creador para subsistir ellas a su vez.

Buenos Aires es la eterna adolescente. Una ciudad en la que la pasión se impone por goleada a la razón. Los visionarios que la construyeron se empeñaron en hacer olvidar Europa y superarla a la vez. En vengarse de su origen y reconstruirlo. Buenos Aires es oscura. Ni en los días más soleados es luminosa. Siempre esconde algo. Y eso la hace viva. Inmensamente viva. La hace sincera, traicionera y esquiva pero no mentirosa. Porque lo que no oculta Buenos Aires es su tendencia al engaño. Grita a los cuatro vientos que en sus manos esconde un puñal y que, por si alguien no se había dado cuenta, tiene unos inmensos cojones y una enorme vagina para follarse al mundo y darle envidia a dios. Shalam

إنَّ الْهَدَيَا عَلَى قَدْرِ مُهْدِيهَا

Las sociedades son flores carnívoras

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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