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La sacerdotisa

Oct 15, 2016 | 0 Comentarios

La sacerdotisa (o papisa) es una carta que impone, exige respeto, misterio y reflexión. Se encuentra uno delante de esta mujer y comprende al momento que ha de meditar varias veces el paso que se había decidido a dar. Que tal vez la aventura en la que deseábamos embarcarnos termine en desastre o que, a mitad de camino hacia una ciudad extranjera, aparezcan ladrones, los cielos se nublen, el agua inunde la tierra e incluso suceda que varias personas que considerábamos amigas nos traicionen.

La sacerdotisa es una mujer sabia. Se intuye y vislumbra en su tranquilo porte y se adivina en cada uno de sus recatados gestos. Tanto en cómo se sienta y nos mira como en su manera de abrir un libro suavemente con sus dos manos. Se encuentra, desde luego, en un plano espiritual superior al de la mayoría de las personas. Está sentada pero no nos extrañaría verla levitar o que nos dijeran que recibe mensajes diarios de dios al oído. Sin embargo, no es arrogante. Más bien, transmite paz. Existe algo en su mirada benevolente que, en cierto modo, indica que nos entiende. Comprende nuestros caprichos, ansias sexuales, deseos concupiscentes y nuestras ganas de triunfar e imponernos. No los juzga pero con un solo gesto o mirada, sin necesidad de hablar, nos indica la necesidad de que los atemperemos. De que nos aquietemos. Respiremos varias veces, nos concentremos en nosotros mismos, salgamos de nuestro yo y escuchemos los latidos del mundo. Sintamos que somos instrumentos divinos y no siempre podemos realizar nuestra voluntad porque, de ser así, la vida sería inhabitable. El mundo terminaría por transformarse en un reflejo de las ciudades de Sodoma y Gomorra. Y, finalmente, los ciudadanos hastiados de la tiranía de los poderosos y el egoísmo de los comerciantes y monarcas, nos terminaríamos pareciendo a ellos. Y, en ese caso, estaríamos ayudando a justificar su comportamiento. Razón por la que tan necesario es hacer un alto en el camino, pernoctar si es necesario dos o tres días más de lo previsto en un monasterio o antes de acometer cualquier empresa, volver a meditar sobre los posibles imprevistos o si tendremos la fuerza de voluntad suficiente para llevarla a cabo así como la humildad suficiente para retirarnos si comprobamos que se encuentra abocada al desastre.563dc7db1d07bdf715536b2e7f18ce3fLa sacerdotisa tuvo sueños juveniles. Se sintió ruborizada por la mirada de los muchachos. Quiso ser la princesa de un castillo. Pero, pronto, la muerte de su padre, los continuados esfuerzos de la madre para sacar adelante a su familia y alimentar a sus hermanos o el accidente sufrido por su primer amante, le indicaron que debía consagrar su vida al estudio y la meditación. Que sería mucho más útil como consorte espiritual que como compañera carnal y madre física. Y que, a través de la vida consagrada al estudio de las leyes divinas, podría sublimar todos los males y vicios puesto que conseguiría imponerse a sus propios deseos, transformándose en un manto divino. Una angélica alcoba. Esto es; una madre para la humanidad y para todo aquel que acudiera a su trono a pedirle consejo y no tan sólo para unos pocos seres.

Existe una característica sobrenatural en la sacerdotisa -entre muchas otras-: la capacidad que posee con tan sólo mirarnos de sobrepasarnos, leer nuestro espíritu y anhelos. Y conseguir que nos calmemos y nos pongamos en evidencia si no lo hacemos. Ella es la reina de un castillo de amor, belleza y verdad. Vive y aspira el aliento del «otro mundo», se encuentra en contacto con las estrellas y ama la música que transmite quietud y calma. Por ello, es una carta de paciencia. Pero no de esa paciencia sacrificada y hambrienta del Ermitaño sino una mucho más sutil y delicada. Más exquisita y detallista pero igualmente espiritual y alquímica. Porque, en esencia, la sacerdotisa es un recordatorio y también un despertar y alumbramiento religioso. Recuerda al héroe que en los momentos previos a la batalla sería conveniente colocar flores en el altar divino. Al enamorado que antes de raptar a la novia lo adecuado es dialogar con sus padres, confesarles el amor que siente por su hija y estar preparado para recibir el consentimiento o la negación de su proyecto de vida. Al joven seguro de su fuerza y agilidad, le aconseja calma. Mayor preparación y entrenamiento antes de acceder al campo de batalla. Además de que no deje de agradecer a sus maestros y padres por las enseñanzas y vida recibida. Y, desde luego, que a los viciosos, les muestra con un solo gesto lo errado de su comportamiento, puesto que el libertinaje acaba siempre devorándose a sí mismo y dejando a los seres humanos solos y abatidos en su insana búsqueda del placer por el placer. Su alocada falta de respeto a las más esenciales leyes de la espiritualidad.

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La sacerdotisa es una mujer sola pero que no sufre su soledad sino que al contrario la mima y, sobre todo, la respeta. Pues sin la soledad no hubiera conseguido alumbrar su vida y la de los otros. De hecho, es con su soledad, su dedicación al estudio y su rechazo de los placeres carnales que da ejemplo. Se torna guía, demostrando que es posible que palabra y acto coincidan y exista armonía profunda entre cuerpo y alma como en una cantata de Johann Sebastian Bach. Pudiendo indicarle a los seres gregarios la importancia de hacer de su hogar un templo, lo sagrado de todo recogimiento y, sobre todo, del silencio. Puesto que el silencio no es sólo el lenguaje adecuado para dialogar con dios sino para que toda obra humana se realice con éxito.

La sacerdotisa, sí, nos infiere con una sola mirada que nuestra mano derecha no debe saber lo que hace la izquierda. Que el silencio y la contemplación no son abandonos ni derrotas sino requisitos sin los cuales toda vida es estéril y todo triunfo es caduco. Porque, al fin y al cabo, la existencia es misterio y no hay mejor manera de honrarla que manteniendo nuestros secretos a salvo. Lo que, en gran medida, supone también resguardar los cónclaves divinos que dan acceso a las puertas y arcontes sagrados. Los pleromas, luces y círculos místicos que rodean y guardan el rostro de dios.

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Realmente, la sacerdotisa es una mujer sabia. Una profesora que ve más allá de los conocimientos de su materia. Una novia que observa en el amante al futuro padre y abuelo. Una muchacha que valora el lado espiritual de los hombres. Una doctora que además de sanar a los enfermos siente preocupación por sus vidas y la purificación de sus almas. La contraparte femenina del Papa eclesiástico aún sin contaminar por el poder y la vanidad. Y la abuela de los cuentos infantiles. Manto de protección y benevolencia pero también de santidad, rigurosidad y castidad. La santa que hay escondida hasta en las mujeres más viciosas. Una mezcla entre la Virgen, Teresa de Jesús y una sabia. Y una  vela blanca encendida en los cuartos más oscuros recordando que cuando la noche es más extrema y los tiempos más revueltos, más fe y valor debemos tener los seres humanos. Más conscientes debemos ser de aquello que hacemos.

La misión de la sacerdotisa es sugerirnos que todo acto posee consecuencias. Razón por la que debemos calmarnos cuando nos encontramos exaltados y alegres y mantenernos fuertes y sobrios cuando la tragedia nos abate. Al fin y al cabo, noche y día no son opuestos sino complementarios y sólo el adecuado estudio y la reflexión trascendente nos permitirán abrir esa tercera vía a través de la que poder vislumbrar la eternidad en la vida cotidiana. Haciendo de esta existencia un reflejo de la celeste. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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