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Larvosio

Dic 10, 2021 | 4 Comentarios

Dejo a continuación un nuevo avería dedicado en esta ocasion a mi experiencia como corrector de la nueva y majestuosa edición de Larva llevada a cabo por la editorial Jekyll&Jill. El cual recomiendo leer escuchado unos fragmentos del «Capriccio for Piano and Orchestra» de Igor Stravinsky.

Quiero aclarar por cierto que este avería forma parte de un reciente número monográfico que, a raíz de esta nueva edición de Larva, ha publicado la revista Tropelias en homenaje tanto a esta novela como al resto de la obra de Julián Ríos. Ahí dejo el link por si alguien desea consultarlo:

https://papiro.unizar.es/ojs/index.php/tropelias

Larvosio; donde cuento brevemente mi experiencia como corrector de Larva y realizo otras consideraciones

El primer indicio de que mi experiencia como corrector de Larva sería muy diferente a la que tuve como lector varios años atrás, se produjo cuando me encontré repentinamente con una frase que hacía referencia a un malicioso jardinero.

El método de trabajo que Víctor Gomollón, el editor al mando de Jekyll&Jill, y yo habíamos establecido para llevar a cabo nuestro trabajo era muy sencillo. Cuando yo hallaba una falta en el original o la nueva versión o tenía una duda, la señalaba en un pequeño agregado al texto. Sinceramente, no soy yo mucho de bromear. Únicamente me permito reírme cuando he terminado un trabajo o ha visto la luz una publicación. Mientras realizo una labor, me encuentro habitualmente en tensión. No me gusta relajarme. Pero debido a que había publicado mi anterior novela, El jardinero, precisamente en Jekyll&Jill y que la misma se encontraba protagonizada por un diabólico podador de plantas, me permití hacer un pequeño inciso y añadir una nota en la que le recalcaba a Víctor esa extraña y mágica coincidencia entre el libro de Julián Ríos y el mío.

Su respuesta no fue demasiado explícita. Pero tampoco fue precisamente indiferente. Mas bien, fue misteriosa. Comentaba algo de pasada sobre una experiencia cabalística durante su lectura de Larva a lo que tampoco di mucha importancia. Aunque posteriormente, durante una llamada telefónica, me especificó con más detalle a lo que se refería. Me indicó con cierta sorpresa un hecho que le había estado ocurriendo durante la corrección y edición de la novela de Ríos que no le había sucedido con ninguno de los muchos libros en los que había trabajado. Esto es; que, repentinamente, aparecían frases, expresiones, palabras que parecían estar íntimamente relacionadas con su vida personal y en ocasiones también con los sucesos de actualidad. Víctor, por ejemplo, me indicó lo mucho que le había sorprendido encontrarse con una expresión como vacas locas muchos años antes de que popularizara y a mí me llamaba también bastante la atención darme de bruces de tanto en tanto con palabras como mascarilla o pandemia. No tanto porque ambas fueran raras o poco usadas en los años 80 sino porque darme de bruces con ellas en pleno auge del coronavirus, me resultaba (teniendo en cuenta la singular experiencia que relataré), de todo menos casual.

En realidad, cuando se produjo esta conversación, mi trabajo había avanzado considerablemente y me había encontrado, además de la ya referida frase sobre el maligno jardinero, con diversas coincidencias en este sentido. Por ejemplo, horas antes de hablar con un amigo abogado de la infancia, habían aparecido frente a mí varias palabras relacionadas con asuntos judiciales. Un hecho que también me había ocurrido en otros momentos con diferentes temas. Tenía una pequeña discusión con alguien y, de repente, me encontraba frente a mí con unas frases sobre el enojo o el malhumor. Hacía el ademán de leer un clásico y múltiples referencias a esa obra aparecían allí. Hablaba con mi tía por teléfono y, minutos después, alguien hacía alusión a ese mismo pariente en los párrafos que estaba corrigiendo.

Ciertamente, estoy simplificando mucho. Las referencias que encontraba en el libro (o más bien aparecían sin motivo aparente) eran muchísimo más personales, tan íntimas que me da rubor mencionarlas. Aclaración que hago para que no se crea que las referencias del texto eran las habituales que se suelen hallar cuando pasamos mucha horas diarias analizando un libro. No. En este caso, eran mucho más profundas e incisivas. Tanto que el calificativo que mejor se ajustaba a ellas era el de mágicas. Así que, obviamente, mi sorpresa no se produjo tanto por la afirmación de Víctor como por el hecho de que ambos estuviéramos experimentando vivencias similares con la novela de Ríos sin estar predispuestos para ello de ninguna manera. De hecho, aunque supongo que se sobreentiende, creo que es conveniente especificar que, en ningún caso, estos hallazgos se realizaban de forma forzosa. Yo no iba nunca en busca de ellos (y presumo que Víctor tampoco) sino que aparecían ante nosotros de manera completamente natural. Esto es; como si en cierto sentido, fueran encuentros fortuitos pero inevitables. Guiados por una viva inteligencia presente en el texto que, de no ser porque ambos conocemos (aunque sea superficialmente) la tradición cabalística y somos conscientes del poder simbólico de ciertos libros, podíamos haber atribuido perfecta (y creo que ilusamente) a temas espirituales.

De algún modo, pronto tomé conciencia que los dos estábamos siendo leídos (o psicoanalizados) por Larva. Nuestros temores, deseos y preocupaciones (y supongo que también los de personas cercanas a nosotros) aparecían diariamente ante un libro que nos devolvía nuestra mirada en su ondulante espejo de símbolos y movedizas grafías. En otras palabras, habíamos establecido contacto con una parte viva de la novela que entiendo que tal vez ni el propio Ríos conozca o pueda precisar con exactitud, aunque teniendo en cuenta su poliédrica estructura, su esponjosa prosa y su sinuoso despliegue verbal, era muy factible que, antes o después, fuera detectada por alguien. O tal vez sería mejor decir descubierta. Porque Larva, queda claro, es una aventura literaria. Una selva de vocablos nuevos, idiomas distintos y parecidos a sí mismos, prefijos convertidos en sustantivos y sufijos transformados en verbos que conduce la lengua española más allá que casi ningún libro escrito hasta ahora. Transformándola en una trampa, una enredadera, un pantano, un río, un vendaval entre el que resulta muy difícil orientarse o encontrar certezas. Y por lo tanto, lo más lógico es encontrar todo tipo de sorpresas. Incluso lecturas como la que estoy sosteniendo que puede -repito- que ni tan siquiera el propio Ríos hubiera tenido en cuenta (ni tan siquiera de manera inconsciente) mientras creaba su singular laberinto festivo; su frondoso festín lingüístico.

Una circunstancia por cierto que logró que una experiencia (la corrección de un libro) que prometía ser cansina y rutinaria se convirtiera en excitante. Y que la disfrutara de una manera especial. Como el viajero que penetra en linderos nunca antes visitados. Puesto que, en cierto modo, la aparición de esas palabras, frases y párrafos que conectaban sorprendentemente con mi mundo interior (con todo aquello que me estaba ocurriendo en el momento presente), provocaba que esta corrección tuviera un interés personal, casi metafísico, que nunca me hubiera planteado en los inicios del trabajo.

En primer lugar, porque me hacía vislumbrar que no era casual que yo me encontrara allí. Existía una relación especial entre el libro y yo. Larva me aceptaba. O más bien, la criatura larva me deseaba y necesitaba. Me había reconocido como digno de ella de un modo similar (permítanme por favor que deje volar mi imaginación a mi antojo) a como lo hacía aquella zona descrita en la novela de los hermanos Strugatski y el filme de Andrei Tarkovski con el stalker que se adentraba en su territorio. Así que iba constantemente emitiendo fluidos en formas de palabras clave en las que veía reflejada mi vida y que funcionaban de un modo parecido a como lo hace el líquido amniótico para el feto.

Otra cosa es que yo entendiera lo que deseaba decirme Larva. Aunque en ocasiones sí que estaba bien claro lo que manifestaba, tal y como pude comprobar a mitad de mi trabajo con el siguiente caso. Según creo, Victor me tuvo en mente como uno de los posibles candidatos a realizar esta labor desde que tuvo conciencia de la enorme empresa en la que se había embarcado. Pero estoy convencido que no se decidió del todo a proponerme este trabajo hasta que no encontró la siguiente expresión (no sé si es necesario recordar que mi apellido es Hermosilla) en el manuscrito: «sonó la hora del hermosillo, lindo amigo !» (Ríos 310). Entiendo que si tenía alguna duda sobre si debía proponerme ayudarle, al darse de bruces con uno de esos típicos mensajes en clave presentes en Larva, (a los que me había ido poco a poco acostumbrando), las despejó todas.

Antes de proseguir, quiero reiterar, por si no ha quedado claro, que la experiencia Larva ha sido distinta a cualquiera parecida que haya tenido hasta entonces. Creo que porque la pócima verbal de Ríos es única. Irrepetible. Larva es una novela que crea sus propios reglamentos y normas y consecuentemente, provoca reacciones, lecturas y sucesos a su alrededor distintos a los de otros libros cuyos objetivos y presupuestos son diferentes.

Pondré algún ejemplo. Recuerdo que cuando tenía 23 o 24 años, ante mi incapacidad de comprender los ensayos de Georges Bataille, solía realizar un pequeño ejercicio con ellos. Abría una página al azar, leía una frase y la repetía varias veces en voz alta intentando hacerla conectar con lo que en ese mismo momento me estaba ocurriendo. Un juego que me permitió ir poco a poco caminando entre los abismos y desfiladeros del pensamiento de aquel místico. También recuerdo perfectamente un proceso que tuve muy en cuenta para intentar vislumbrar los últimos alcances de las narraciones de Franz Kafka. Como es bien sabido, el escritor checo era un judío askenazí. Así que no leía la Biblia (ni entiendo que ningún texto) de manera literal sino que analizaba cada versículo y palabra buscando todos los sentidos posibles. Puesto que según su escuela a la que pertenecía, «leer era una actividad que nunca llegaba a completarse”. Y, por consiguiente, “un texto” debía “tentar continuamente al lector con la posibilidad de nuevas revelaciones”. Algo que el escritor checo, como sabemos, llevó al extremo hasta el punto de convertirlo en marca de su obra literaria. La cual tiene como denominador común su capacidad de provocar múltiples interpretaciones (muchas de ellas contrapuestas y otras complementarias). Tantas y tan cambiantes que al final se ha convertido en un enigma en sí misma. Un misterio a la vista de todos que nadie logra descifrar.

Vuelvo a insistir que si he citado el caso kafka y el caso Bataille no ha sido para encontrar similitudes con mi experiencia con la novela de Ríos sino para apuntar con mayor claridad a sus diferencias. El asunto con Larva radica en que yo no hacía ningún esfuerzo por recibir los mensajes que el texto deseaba darme ni tampoco por descifrarlos. Simplemente, recibía una ducha diaria de palabras y adjetivos resplandecientes que de tanto en tanto parecían hablarme. Pero no me planteaba mi tarea de un modo intelectual. De hecho, mi labor era puramente técnica. Por más que, como he dejado claro que, más allá de mi voluntad, me llevaba por otros derroteros. Dicho esto, para entendernos, en cierto modo era parecida a la del mecánico de una motocicleta que, tras días enteros poniendo a punto el motor y cambiando filtros y aceite, recibe un mensaje del vehículo diferente pero tan válido como el de su propietario acostumbrado a viajar por distintos parajes sobre su asiento. De hecho, creo haber entendido mucho mejor el alcance del libro ahora que cuando lo leí como lector años atrás. Atento más a lo que decía que al cómo lo decía. Algo que, por otra parte, resulta casi indistinguible en el caso de Larva: un libro-océano de palabras que parecen encontrarse en constante movimiento. Flotar en medio de una lengua convertida en agua. Siendo natural por tanto que provoque efectos muy distintos a los de otras novelas.

En realidad, Larva puede ser leída de diversas maneras y de todas ellas no es la más interesante (y por supuesto tampoco la que menos) la que se empeña en proseguir su hilo argumental. De algún modo, Larva es un encuentro piel a piel de la literatura con los lectores. Ese es el gran mérito de Ríos. Haber escrito un libro que condensa todos los grandes libros y, al mismo, tiempo crece al margen de ellos. Los niega, los refunda, los homenajea y, al mismo tiempo, los ignora. Porque es un texto, repito, vivo. Su relación con el mundo exterior es parecida a la que mantiene una persona. Y, por tanto, sus emociones son cambiantes. No son fijas.

Larva siempre nos dice algo nuevo y diferente. Es una novela condenada a ello. No importa cuántas veces se la lea. Y lo que nos dice -como he aprendido corrigiéndola- no tiene que encontrarse previamente planificado por el escritor o tiene que ser puramente literario. Básicamente, porque es una güija que no conecta tanto con los espíritus muertos sino con la dimensión creativa y creadora del lenguaje. Con el amanecer de las palabras y con su combustión; el atasco vanguardista. Así que también puede ser visualizada como un lienzo cubista o una fragmentaria fotografía de la literatura. De hecho, yo muchas veces percibo que emergen destellos de colores de ciertas palabras y capítulos que terminan por completar algunos pasajes del libro que son más proclives a ser disfrutados que entendidos.

En fin. Antes de trabajar como corrector en Larva, pensaba en ella como un hito literario. Ahora sin embargo también la vislumbro como un crucigrama. Estoy casi seguro de que, a pesar de que no haya sido esa la intención de Ríos, podríamos utilizar cada una de sus páginas para realizar juegos diferentes. Algunos muy conocidos y otros aún no inventados. Porque es una novela que, como el amor, está naciendo constantemente. Renovando sus células, sangre, deseos e intenciones. Es una esponja que absorbe lo que toca y lo expulsa convertido en algo diferente; parecido al lenguaje (pero también distinto) del que habitualmente usamos tanto en la vida cotidiana como en la literatura. Es, en definitiva, un destello. Un anagrama. Es la prueba de que las palabras son sexuales. Son microbios. Células vivas. Y que además, tienen existencia por si mismas. Así que lo lógico es que nos hablen y sorprendan constantemente.  Otro asunto, claro, es saber qué nos desean decir. Qué nos quiere exactamente transmitir Larva. Según he creído vislumbrar durante mi trabajo como corrector, de momento, básicamente les basta con hacernos entender que saben más de nosotros mismos de lo que creemos. Nos conocen mejor ellas a nosotros que nosotros a ellas. Shalam

نحن دائما في نهاية المطاف أن نصبح ما نفكر فيه.

Siempre terminamos convirtiéndonos en aquello que pensamos.

4 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen…..antonio saura, pintor informalista español…..en los contornos sucede todo…..
    2ºimagen……esta participacion es producto de la teoria del automatismo surrealista…….
    3ºimagen……intentó la aproximacion a los animales……..
    4ºimagen…..antonio saura siempre jugando con el «legado de apeles»(punto o linea al lado de otro mas claro, uno de ellos sale)….
    5ºimagen……una parte si muestra el todo…..tambien el material es la obra en contra del conservadurismo de santa juana&discipulos……jajajjjjj
    6ºimagen……a.saura añade el color para poder pasar de etapa pero no lo consigue….(demasiado parecido a otros tantos)…………….
    7ºimagen……claro, un trozo de la gran abuela llorando lo soluciona todo………..
    8ºimagen……no se atrevio a ser «brut ….»art brut»…..ni pensando en el dictador «franco»………………..
    9ºimagen……assemblage geometrico rasgoso…………
    10ºimagen…..demasiado contenido, un verdadera dispersion en la atencion…..el contenido se embarulla….
    11ºimagen…..el fracaso de antonio saura, la no consumacion microscopica…….(nunca debio salir del monocromo, como hizo el pintor prismatico u.s.a frank kline, su gran referente, su aproximacion)……..
    PD…..https://www.youtube.com/watch?v=fPr3yvkHYsE…sam cooke…a change is gonna come..1963….

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    • Alejandro Hermosilla

      1) 3 madrigueras donde se esconden diversos insectos. 2) Ahí se ve un ojo. El ojo de un ser vivo amenazado. 3) Espermatozoides en combustión. 4) Líquido amniótico. 5) Escarabajo en un laberinto. 6) Color de tebeo de Bruguera 7) Nueva version (a lo Saura) del grito de Munch. 8) Taller de artista. 9) Habitación de niño. Caballito de colores. 10) Dibujo de Alien en bambalinas de café alemán. 11) Saura bañándose en las aguas de Rothko. PD; tengo la sensación de que Antonio Saura no te gusta. Hablas de fracaso, acercamientos banales, intentos frustrados, colores difusos, Franco.. ja.. Sam Cooke… impresionante la voz de Sam… A estas alturas.. el título debería ser «Un cambio esta siempre por venir». Más que nada porque siempre parece haber un cambio inminente acechando.

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  2. andresrosiquemoreno

    ……..por supuesto no olvido tu tarea como corrector en «larva» de julian rios en jekyll&jill de victor gomollon…….
    (enhorabuena, trabajo hecho)…………

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    • Alejandro Hermosilla

      Sí. Muchas gracias. Trabajo hecho. Sí.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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