AVERÍA DE POLLOS: Inicio E Literatura E Leviatán

Leviatán

Dic 18, 2020 | 2 Comentarios

Durante años, leí los libros de Paul Auster como si fueran evangelios. Bueno, en realidad, miento. Más bien, eso ocurrió tan sólo durante dos o tres meses. Me gustó tanto Leviatán que no tardé en devorar seis o siete libros suyos de golpe. Recuerdo abrir sus páginas con ansiedad, sumergirme en la lectura de cada uno de ellos e inmediatamente, tras terminarlo, dirigirme a una librería a por otro. He de reconocer, eso sí, que después de ese atracón, en muy escasas ocasiones he vuelto a leer otra novela suya. Pero durante una breve etapa de mi vida, creí que Auster era Dios. Mi iglesia era su escritura porque nada me enganchaba tanto ni me parecía más sugerente que su prosa. Su literatura era perfecta: personal; reflexiva; quijotesca; juvenil; un tanto experimental; beat; real; sugerente; bien construida; apocalíptica; familiar; madura; rebelde; y, al mismo tiempo, personal. Un puto club de jazz.

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Me introduje dentro de muchas de las novelas de Auster en un antiguo café, Continental, que parecía un escenario de una novela negra o un filme de Godard, situado cerca del puerto de Cartagena. Allí me entretenía observando el comportamiento de los clientes mientras fumaba un cigarro tras otro y pasaba las páginas ansioso. Sus novelas tenían ángel. Auster imprimía magia a las palabras. Las dotaba de carisma. Conseguía que volaran. Que transmitieran tristeza, extravío y calma. Su literatura era como el rock. Se movía al ritmo de la vida. Por eso intentaba leerla en los bares. Porque se expandía continuamente. Se mezclaba perfectamente con el humo, el vino y las historias pasajeras de las personas que conversaban o caminaban a mi alrededor.

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Seré sincero. Tras leer dos novelas de Auster pensé que estaba perdiendo el tiempo en la Universidad. ¿Qué profesor o curso me podía enseñar a escribir como el autor norteamericano? ¿Alguien podía intentar ayudarme a capturar esa magia; explicarme ese secreto? También dejé momentáneamente de leer suplementos culturales y críticas de libros. Nadie, absolutamente nadie iba a lograr explicarme lo emocionado que me sentía al leer La música del azar. Tampoco estaba dispuesto a que me robaran el festín ni convirtiendo al autor en dios ni intentando analizar científicamente su prosa. Paul Auster era mío. De los lectores. Ahí estaba su grandeza. Su literatura era como un árbol. Si intentas diseccionarlo, no te da sombra y no percibes su olor. Era mejor dejarse llevar. Como en un viaje por carretera o tren sin un destino concreto o cuando se escucha un disco del Dylan de los 70.

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Tengo la sensación de que Paul Auster es el primer escritor posmoderno norteamericano y también el último moderno. La mayoría de los surgidos inmediatamente después de él, son mucho más fragmentarios o caóticos. Transmiten una mezcla de malestar, paroxismo y desasosiego de la que Auster se desprende elegantemente. De hecho, las historias de fracaso, búsqueda y derrota de Auster son claras. Prosiguen una línea precisa. Aunque no poseen un mensaje evidente. En Auster late el espíritu de Nathaniel Hawthorne y Emerson pero también la duda y el escepticismo posmodernos. No cae en los extremos experimentalistas de Foster Wallace o Pynchon pero tampoco los rehuye del todo. Tal vez porque Auster sí cree que la vida merece la pena ser vivida. Y si bien no es religioso, en casi todas sus novelas hay milagros. Hay una música detrás de los acontecimientos que les da sentido aunque no seamos capaces de transcribir esa melodía ni de identificar a su creador. Paul Auster no se atreve a mencionar la palabra Dios. Tampoco puede. Sería catalogado de ingenuo. Así que lo llama azar. La música del azar.

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Afortunadamente, Paul Auster no es Jonathan Franzen. En las entrevistas, se mostraba cordial y amable. Sin aires de superioridad. Sabía mantener el misterio sin desvelarlo del todo. Vislumbrábamos perfectamente que podíamos encontrarlo en una biblioteca pero también en un parque o un partido de béisbol. Era un escritor de tomo y lomo, pero también uno de nosotros. Admiraba a Borges. Pero no por eso colocaba a los libros antes que a la gente. Era cercano y eso nos hacía amarlo. De hecho, a pesar de que hace años que no leo una de sus novelas, sigo considerándolo un amigo. Alguien a quien le confiaría un secreto. Consciente de que no lo revelaría a nadie, pero sí lo transformaría en historia literaria. Por eso, muchos lo considerábamos un mago. Teníamos la sensación de que creaba piedras maravillosas con la tierra que se desprendía de los edificios y el barro de la calle.

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Paul Auster logró que cualquier persona de mi entorno pudiera parecer interesante. Si yo le contara mi vida, las razones por las que viajé a México y volví, la muerte de mi madre, el destino de mi padre, mi encuentro con Susana, estoy seguro de que lograría crear una fabulosa novela con esos mimbres. Pero es que Paul Auster también lo hubiera hecho con la vida del señor del bar en el que tomo un vaso de vino habitualmente o la de la anciana que observo caminar despacio ahora mismo desde mi habitación. Ese era su don. Convertir existencias aparentemente banales en trascendentes. Hacer de lo común, algo maravilloso. Hacernos entender que lo literario no es lo extraordinario sino lo cotidiano.

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Casi a todos los escritores los asocio con una música en concreto. Bien por lo que transmiten o por lo que escucho mientras los leo. A Auster lo identifico con Tindersticks. Creo que un disco como Curtains es ideal para leer gran parte de sus libros. Esas canciones transmiten idéntico sentimiento. Aunque si me tuviera que decantar por una en concreto de las escritas por el grupo británico, esa sería «Tiny tears», incluida en su inolvidable segundo álbum. Un llanto desgarrado.

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Si tuviera que recomendar un autor norteamericano a un muchacho adolescente para introducirse en la gran literatura, elegiría probablemente tanto a J.D. Salinger como a Paul Auster. No sé si es adecuado el calificativo. Pero probablemente Auster sea el Salgari de la literatura posmoderna. Alguien que hace comprensibles y cercanos al gran público presupuestos teóricos complejos que prácticamente sólo entiende el público universitario y eso, siendo optimistas. Y además, engancha y absorbe hasta el punto de que creo que provoca adicción. El adulto lee sus historias con tanta ansiedad como podía hacerlo el niño con las aventuras narradas por Emilio Salgari o Enid Blyton.

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En realidad, pasados los años, debo confesar que creo que una de las partes más débiles de la literatura de Auster es precisamente una de sus marcas de estilo: la importancia que le da al azar. Dicho esto, con la boca pequeña. No es lo mismo leer tres o cuatro libros suyos que veinte. Al principio, fascina. Tal vez al final canse. De hecho, me terminó pareciendo un recurso fácil para terminar novelas que ya tenía pactadas con su editorial. Un Deux ex machina de cajón con el que resolver tramas complejas y argumentos embrollados que podían acabar en un callejón sin salida. Algo lógico porque, sin ser un best-seller, los libros de Auster se vendían tan bien que creó una marca que debía responder a ciertos objetivos y expectativas. Además, seamos claros, ¿quién es capaz de mantener la inspiración durante años y años de producción? Antes o después, se ha de notar el cansancio. El asombro se convierte en normalidad y los distintivos estilísticos en rasgos vendibles que han de multiplicarse y aparecer siempre. Cierta película que dirigió tampoco ayudó a que volviera a engancharme a la cadencia de su prosa. Ese maravilloso toque poético que imprimía a cualquiera de sus textos que al final terminó pareciéndome impostado, pero que resuena deliciosamente cada vez que rememoro los días en los que leía con pasión cada uno de sus libros.

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No quiero que este avería termine con un párrafo en el que podría parecer que cuestiono la literatura de Auster. Lo mucho cansa y aturde y lo breve enamora. Eso es lo que me ocurrió con su escritura. Que acabé viéndole el truco y terminé un poco saturado de ella. Pero no me desprendería de ninguno de sus libros. Los amo porque son barcos. Me invitan a viajar. La trilogía de Nueva York es un clásico. Un libro que debe estar en cualquier biblioteca. El retrato perfecto de las ciudades modernas. De los seres anónimos que las pueblan. Mr. Vértigo, un maravilloso homenaje al mundo de la magia. A las viejas historias de Norteamérica. Esas que narraba la radio en las que Houdini era Dios. El mundo surgido alrededor de la Gran Depresión. El palacio de la luna, una novela que transforma la soledad en épica y las bibliotecas y misterios en montañas. Leviatán, un movedizo retrato de esa juventud crecida entre movimientos de protesta, conciertos rockeros y poemas beat. Y, en general, toda su literatura, un testimonio muy logrado de lo que supone vivir en un continente y un país alejados tanto del padre histórico, (Europa), debido a la geografía como del padre metafísico, (Dios), debido a su sustituto, (el dinero), y el escepticismo crecientes. Una hermosa montaña llena de personajes perdidos que no cesan de buscarse a sí mismos. Shalam

السعادة ليست مثالاً للعقل بل للخيال

La felicidad no es un ideal de la razón sino de la imaginación

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:…..esa capacidad de poner el ojo a ras del parpado superior(«no es pais para viejos»2007)….idea fija……..yo se que te lo vas a jugar al cara o cruz ……. se lo que voy a hacer con tu suerte……pongo mano en pared por lo del pasillo prensa………….jajajjjj……..
    2ºimagen:….mucho gañan y tratante de campo……byrah-birah en indonesio = lujuria……la pera limonera…..
    3ºimagen:……aqui hay mucho arte!!!!!!!!……………
    4ºimagen:……dos compinches……….
    5ºimagen:….tindersticks no los conocia (se ven muy europeos)….amables y como dicen voz algo crooner…..
    6ºimagen:……el colega paul auster antes de la entrevista………………
    7ºimagen:……edificio de palabras…..casualmente este mediodia he visto en el telediario la obra publica de jaume plensa para los sanitarios fallecidos del covid19, madrid -18-12-20….(una sola idea es suficiente!!!!!!) ………….y despues a aplicarla sin remedio (la pela es la pela)………..jajajajjjj………

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    • Mercader

      1) Logré ser un gran escritor. Eso ya nadie lo podrá borrar. Nadie. Trascendí. 2) El pasado siempre es más tranquilo que el presente. 3) Demasiadas palabras mientras el mundo se destruye. 4) dos actores cómplices 5) tindersticks grandes. 6) ¿Debo dar las gracias a Dios o al azar ser tan gran ecritor? 7) Menos estatuas y más remedios reales. El arte convertido en demagogia bonita.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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