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Azul

Abr 28, 2021 | 2 Comentarios

Nunca olvidaré la lectura de Azul. Cuando leí este alado cofre poético, salía con una muchacha cuyos padres tenían una mansión decimonónica en un pueblo de Murcia con varios estanques en sus confines en cuya azotea, a la cual se subía a través de una amplia escalera de caracol, hacían su nido varias aves. El sábado que la visité los haces de luz eran finos y volubles contribuyendo a crear una sensación de irrealidad, de mundo novelesco, que se acrecentó a niveles inauditos cuando comencé a leer «El rey burgués» a la sombra de un árbol. Motivo por el que siempre que rememoro el libro con el que Rubén Darío se dio a conocer internacionalmente no puedo evitar estremecerme. Sentir una dicha interior que no me permite ser objetivo con este invisible y maravilloso pergamino que amo hasta el punto de que apenas he leído artículos críticos sobre el mismo y que considero que el resto de obras suyas -incluido su Cantos de vida y esperanza– son meros apéndices. Notas a pie de página de este hermoso compendio de cuentos, estampas, acuarelas y poemas que tiene un pie en el infinito y el romanticismo y otro en la fantasía y el simbolismo. Una mano en el mundo de los sueños y otra en la mitología y, aun así, también tiene espacio para incluir textos y pinceladas de realismo y costumbrismo.

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Rubén Darío levantó un imperio de fantasía lingüística con este libro. Desde la dedicatoria, reconocía todas sus deudas a la literatura francesa. Sin Víctor Hugo, la literatura romántica y el simbolismo, Azul no existiría. Pero, como los grandes creadores, el escritor nicaragüense condujo esas influencias hacia otro lugar. Construyó su propio e inimitable mundo que no tardó en producir un estallido a su alrededor. La prosa de Darío era pura poesía. Un hilo del velo de la Diosa Maya. Un  perfume que casi se podía oler. Una fragancia mezcla de pachuli y aceite. Era una prosa llena de los resplandores y anocheceres propios de la lírica francesa noctámbula y escapista pero también digerible, casi bebible como un brebaje de las culturas indígenas americanas. Una prosa digna de ser entonada en voz alta con acompañamiento de laúd  y violines en palacios de condes y duques de la vieja Europa y de disolverse como volutas de humo entre las ensoñaciones de las habitaciones de niños burgueses.

En Azul parecía que no había sustantivos. Que no más que había adjetivos. El libro era parecido a una joya oriental. Irradiaba luces maravillosas a su alrededor. Algunos de sus cuentos parecían haber sido engendrados fruto de un delicioso cruce entre un relato de los hermanos Grimm y un compendio de poemas parnasianos o del encuentro entre un escritor platónico propenso a idealizar el mundo griego y otro poeta triste y solitario desencantado por la voracidad y trasiego de la vida industrial.

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Lo genial de Azul radicaba en lo bien que combinaba los impulsos antes citados. Esa idealización extrema que superaba y trascendía el carácter trágico y suicida de la literatura romántica mostrando el color de los cielos y elevándose por abismos donde múltiples almas artísticas se habían despeñado y ese tono agrio y escéptico, casi lloroso, con el que describía el mundo real como una violenta reja preparada para destripar vocaciones, coartar ilusiones e imponer el tiempo industrial como el único y total.

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Azul es a la vez un cántico optimista en el que se dejan entrever las potencialidades del espíritu americano para derrotar al Calibán industrial y el reconocimiento de esa derrota. Es una sinfonía clásica a lo Mozart llena de recovecos fantasiosos y pasajes melancólicos. Darío llega a veces a abrumar con su lenguaje. Logra encandilar y provocar emocionantes resplandores. Pero todo ese despliegue de prosa de oro y plata parecida a una opulenta nube celeste plagada de sátiros, hadas, bufones y bardos con cola de chivo y manos de ángel se encuentra al servicio de historias donde la inocencia suele ser derrotada, los poetas caer abrumados por la incomprensión y la fantasía encontrarse en trance de ser exterminada. Enfrentarse a un cataclismo egoísta que anticipaba, de algún modo, el abrupto final de ese vaporoso mundo onírico erigido por Darío con manos de escultor y aliento de dibujante infantil.

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Me parece muy sintomático que Rubén Darío publicara Azul en Valparaíso en 1888. Todos los que hemos estado en esa ciudad chilena sabemos que su atmósfera embriagadora es parecida a la de un cuento. En medio de sus rampas empedradas que cercan los rieles del puerto no parece transcurrir un tiempo normal sino el de la  fábula. Un tiempo interno que provoca todo tipo de fantasías internas que el libro del escritor nicaragüense sacó a la luz. Puso de relieve intentando imponer la victoria de la fantasía sobre la triste y mísera realidad. Porque, ciertamente, la estancia de Darío en Chile no fue demasiado feliz. Allí tuvo acceso a los salones y palacios de recreo de una aristocracia que, en gran medida, al igual que la alta burguesía, lo ridiculizó. Pasó apreturas económicas y vivió humillaciones que en parte se pueden rastrear en cuentos como «El pájaro azul» y todos aquellos en las que la poesía era en parte laminada por prejuicios y burlas.

Muchos de los nutridos textos de Azul son reacciones a la crueldad y prejuicios burgueses. Intentos desesperados por rescatar la llama artística en medio de un mundo donde los avances científicos anunciaban cambios profundos que provocaban incertidumbre total y no parecían ser favorecedores para el arte en absoluto. Darío fue de los primeros en América en avizorarlos poéticamente dando luz a un vendaval estético cuyos alcances fueron tan amplios que desde su alumbramiento obligó a innumerables escritores a posicionarse a favor o en contra de sus resplandores o al menos tenerlos en cuenta para poder ser tomados en serio. Shalam

أكره الأفواه التي تنبئ بالمصائب الأبدية

Aborreced las bocas que predicen desgracias eternas

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:…una gran argumento………..todo por fuera, nada por dentro………………
    2ºimagen:el frente es tan importante como el segundo plano (este plano puede ser ortografia)…un dictado….
    3ºimagen:…..un brebaje………… los juegos de los segundos planos y las avalanchas…….
    4ºimagen:….un alto en el camino…….no hay datos para saber si va o viene……si hay datos para saber que hacia sol y estaba en territorio mudejar……..sonrisa……

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Un lienzo de Magritte pasado por el filtro fantástico. Remembranzas de las 1001 noches. 2) Soy un hombre realista. Es mi chaqueta la fantástica. La de Michael Jackson. 3) Evanescente y onírico retrato con aires orientales que habla tanto del Olimpo como de los reinos occidentales con delicadeza. Se puede disipar en cualquier momento. Es niebla. 4) La sombra de Rimbaud es alargada. Influye tanto a los jóvenes solitarios anteriores como a los posteriores. Todo es Rimbaud desde Rimbaud.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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