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Historia de todas las cosas

Mar 23, 2013 | 0 Comentarios

Durante esta Semana Santa, me he propuesto leerme varios libros y realizar dos artículos para la revista El coloquio de los perros. También, transcribir una entrevista muy jugosa que hace unos meses realicé al escritor colombiano Marco Tulio Aguilera, a quien, entre otras cosas, debo el haber conocido una novela magnífica, -que más que leerse, diríase que se bebe- como El país de la canela de William Ospina. Una obra maestra indiscutible.

Ya habrá tiempo de comentar la charla con Marco si es necesario. Escribo ahora aquí porque hace unos meses que apareció una reseña mía sobre su libro Historia de todas las cosas en la revista Crítica que me parece oportuno colocar en este espacio. Tal y como hago a continuación, tal vez porque hoy me ha dado por escuchar cumbia colombiana, y recordar vivencias mágicas de mis visitas a ese país que amo salvajemente. He de reconocer que la novela me sorprendió mucho cuando la leí y, sobre todo, me proporcionó dichosos momentos. Tantos que recomiendo hacerse con ella antes de ir a América para leerla en sus colmados, playas, ríos, montes y apabullantes ciudades con una sonrisa de satisfacción. Semejante a la que yo tengo al pensar en ese oscuro pueblo perdido en medio de ninguna parte, lleno de alocados políticos, prostitutas santas, alcaldes ebrios, mulatos saltarines y presos ilustres, donde se producían todos los sucesos y acontecimientos imaginables. Siendo posible incluso concebir que por allá, con total naturalidad, apareciera un efritt para llevarnos de viaje al infinito.

Quiero aclarar, por cierto, que esta reseña no es exactamente igual a la aparecida en la revista. Es una versión reducida que hice previamente y que me parece que transmite mejor lo que deseo decir. Va más directamente al grano, o al menos se adapta con más precisión al formato e intenciones de averiadepollos.

Sin más preámbulos, aquí la dejo:

La mera existencia de un libro como Historia de todas las cosas debería obligar a gran parte de la crítica española a plantearse hasta qué punto, su lectura del desarrollo de la literatura hispanoamericana durante el siglo XX, no se encuentra repleta de grandes vacíos, omisiones e injusticias. Porque es inconcebible que, hasta ahora, prácticamente cuarenta años después de su primera versión (1974), no existan apenas reseñas de este libro en ningún medio peninsular -salvo la de Andrés Hurtado para La Estafeta Literaria de Madrid- y no se lo conozca ni se haya debatido sobre él con un mínimo de profundidad. Me imagino -entre otras muchas razones- que porque, debido a criterios comerciales, tal vez no se quisiera confundir a los posibles lectores hispanos con un libro realizado por un autor de nombre diferente a los ya conocidos en aquella época -Borges, Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez-; o porque el texto en sí obligaba a plantear una serie de cuestiones que era necesario abordar con un mínimo de rigor si se quería ser justo con él.

De lo que estoy convencido, de cualquier manera, es que tanto su homenaje como su parodia al realismo mágico, tuvieron mucho que ver con el vacío que se le hizo al libro. Ya que la aguda forma a través de la que leía, interpretaba y daba su propia respuesta a muchos de los temas recurrentes de la literatura de García Márquez, no era en absoluto cómoda. Al contrario, se encontraba cargada de un jocoso humor, una soterrada ironía que, en algún caso, no sólo cuestionaba muchos de los tópicos con los que hasta entonces se concebía la literatura hispanoamericana sino que además nos confrontaba directamente con ellos. De hecho, el texto obligaba a realizarse toda una serie de preguntas controvertidas, no sólo en su tiempo sino hoy en día, nada fáciles de ser asimiladas y digeridas por el aparato literario dominante. Por ejemplo, ¿se ha leído realmente bien a García Márquez?, ¿se ha realizado una lectura verdaderamente profunda del realismo mágico o únicamente superficial?, ¿estamos dispuestos a repensar nuestra visión sobre los acontecimientos de la historia americana las veces que sea necesario aun sabiendo que nunca vamos a encontrar un consenso común ni una verdad única?

A este respecto, se comprenderá que Historia de todas las cosas era un libro realmente difícil. Porque no era únicamente -que también- un relato mágico sobre la fundación, construcción y desarrollo de un pueblo centroamericano en el que se nos narran sucesos más o menos hilarantes, increíbles, maravillosos sobre sus diversos pobladores. No. Si únicamente hubiera sido esto, muy probablemente, se la hubiera considerado una novela muy exportable si el autor hubiera aceptado pulir o atemperar ciertos incómodos ripios barrocos -para el lector común moderno- del texto. Sucede que, en realidad, el libro compuesto por Marco Tulio era otra cosa. Un diabólico artefacto que satirizaba tantos los relatos oficiales como los anti-oficiales y novelescos desde los cuales se ofrecía hasta entonces una visión de la construcción política y social del continente americano. Además de una reflexión acerca del lenguaje utilizado para narrarnos la historia americana que no por ello, dejaba de hacer una celebración del mismo. Por lo que era una novela que se encontraba prácticamente en territorio de nadie. Y era, desde ahí, desde un rincón sumamente personal y rebelde, que observaba y transfiguraba con sorna, sordidez y un negro y jocoso -pero no exento de sabia lucidez y humanidad– sentido del humor a una realidad incómoda, contrahecha, caótica, deslucida, árida y, por momentos, sí, terrible.

En este sentido, el libro engañaba, dado que, en verdad, -bajo su apariencia de novela barroca maravillosa o mágica- ofrecía una visión sin templanza y misericordia del horror, del vacío y el caos así como de la esquizofrénica indefensión vivida en muchos de aquellos pueblos americanos, cuya realidad -desde la publicación de Cien años de soledad– comenzaba a ser caricaturizada. Vista como una curiosidad exótica sin tener en cuenta ni el sufrimiento ni las condiciones, en algún caso, infrahumanas en que vivían sus pobladores que únicamente gozaban del humor y la imaginación -de lo que es un ejemplo el narrador Mateo Albán dentro de la novela de Marco Tulio- para subvertir su inclemente destino. Un destino incómodo, contrahecho e incierto, como ponía de manifiesto su final abierto, que contrastaba con el del famoso libro de Márquez que parecía cerrarse en sí mismo envolviendo a los personajes en el tiempo de la fábula.

Al contrario, en Historia de todas las cosas nada concluía. Todos los caminos y senderos permanecían abiertos, como si al novelista le importara más la realidad que la fábula. Lo que provocaba un cierto desasosiego cuando se terminaba un texto que, ¿por qué no?, podía haber sido firmado -en lo que se refiere al nihilismo soterrado que lo recorre- por Juan Carlos Onetti. Porque no sólo cuestionaba internamente la épica sino, a su vez, -ya lo hemos dicho- lo anti-épico. Y, en este sentido, era mucho más que la apostilla al libro de Márquez o al realismo mágico. Era su necesario desglose. La visión matizada y perfilada -además de satirizada- de un movimiento narrativo que provocó muchas pasiones y furor pero pocas reflexiones que diagnosticaran y calibraran con exactitud ni miedos, sus verdaderos logros y alcances.

Por lo tanto, suponía el toque de queda definitivo de un estilo y forma de ver las cosas que -pocos años después de su eclosión- comenzaba a estar agotado, había perdido gran parte de su componente creativo y rebelde y estaba siendo condenado a la domesticación -véanse los libros de Isabel Allende- y esteriotipación, contra la que el libro de Marco Tulio luchaba. Y a la que denunciaba de todas las formas posibles en una novela que ejercía -en lo que se refiere al realismo mágico- una función parecida a la que la segunda parte del Quijote cumplía respecto la primera. Y que, por esta razón, escandalizaba y sorprendía a partes iguales. Provocando todo tipo de elogios y silencios desmesurados que son, a mi entender, el mejor diagnóstico para demostrar que, en esencia, el libro todavía sigue sin comprenderse. Continúa sin verse como ese clásico satírico -necesario y relativizador- de la literatura hispanoamericana y su más famosa corriente estilística, que probablemente sea. Un libro que nos obliga de nuevo a replantearnos muchas de las cuestiones históricas que ya se daban por sabidas del continente americano, o al menos, a volver la vista a ellas. Y al que, más allá del vacío que se quiera hacer sobre él o incluso de sus méritos literarios, auguro que se deberá volver en un futuro para comprender mejor la historia no sólo de una literatura sino de un continente que, como bien sabemos por las Crónicas y, sobre todo, Ricardo Palma, es inseparable de las formas y maneras a través de las cuales ha sido fabulado, imaginado. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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