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La bruja de Xalapa

Nov 18, 2016 | 0 Comentarios

Hoy presentaré Bruja en la Galería del Ángel de la ciudad de Cuernavaca. Una ciudad que considero mágica y donde siempre he vivido grandes experiencias como estoy seguro de que ocurrirá esta noche.

Realmente, el texto que he preparado para hoy -teniendo en cuenta la situación política y social de México- apenas posee diferencias con el que realicé hace casi dos meses para la presentación del libro en Xalapa. En su momento, no subí a Avería el escrito realizado para esta performance porque me encontraba ocupado pasando el blog a página web, pero aprovechando las similitudes de ambos pues creo que es el momento de hacerlo.

Ahí lo dejo ilustrado con fotos (un tanto pixeladas o «embrujadas») de aquella intensa noche en el Instituto Realia, no sin antes agradecer el excelente trabajo de Guadalupe Flores, Kory Hernández y Abril M. Pimentel como del gran Germán Munguía que realmente bordó su papel de Abdul Alzhared. Y, desde luego, que tampoco quisiera olvidarme lógicamente de Alejandro Mariano que tan amablemente nos cedió este espacio así como del afable JCarlos Towers. Un abrazo a todos. ¡Seguiremos oscureciendo la literatura hasta hacerla luminosa!

14523206_1868538620041579_8540631553420072868_nLa noche del 29 de septiembre de 2016, el espíritu de Alicia Hermosilla y su sombra volvieron a caminar por las calles de Xalapa. Lejanos quedaban ya aquellos tiempos en que ella y su sombra jugaban traviesas entre las iglesias y calles empedradas de una ciudad donde musulmanes, aztecas, judíos, totonacas, cristianos y tlaxcaltecas podían compartir vasos té y pulque con tranquilidad en los parques tras duras jornadas de trabajo. 

Cuando Alicia Hermosilla era una niña, se decía que en la ciudad de Xalapa no se escondía el sol ni un solo minuto porque cuando la luna remontaba el horizonte, los hombres se encargaban de hacerla brillar a través de conversaciones en las que rememoraban sus vidas en otros continentes o los techos de inmaculadas pirámides, mientras vislumbraban ilusionados su futuro en el Nuevo Continente.

14555591_781900515285071_372213457_nPero, a medida que Alicia Hermosilla había ido creciendo, los tiempos se habían ido revolviendo, apenas ya había claridad en los cielos de la ciudad de Xalapa y escasamente se percibían rayos de luz entre continuos vendavales y tormentas que destrozaban la mayoría de intentos para sembrar o arar los campos llenos de las manos de decenas de muertos. 

Ahora, los truenos rugían constantemente en la ciudad de Xalapa entre la impotencia, lamentos de sus habitantes y gritos de sus nuevos dominadores: adoradores de Chulthu que levantaban sin cesar innumerables estatuas consagradas a su horrendo dios y entronaban en el poder a obesos emperadores que reían al contemplar su rostro en salones repletos de espejos de los que emergían voces profiriéndoles elogios. Razones por las que Alicia Hermosilla había decidido quedarse para siempre en su castillo. Se había negado a crecer y continuaba paseando junto a su sombra por las galerías, pasadizos y vestíbulos de su suntuosa mansión, tatareando una melodía que su madre, cuando aún vivía, solía susurrarle al oído: “La, la, la, la, la, la, la,la”.

14518584_781900251951764_477889019_nUna melodía que Alicia Hermosilla era ahora únicamente capaz de escuchar cuando abría las páginas de un libro llamado Bruja situado en el centro de una habitación negra y acristalada e iluminada por una vela blanca. Cada vez que el nuevo vendaval arreciaba y la boca de Chulthu se abría en la bóveda de los cielos, Alicia Hermosilla se dirigía a aquel suntuoso rincón del castillo y, cerrando sus ojos, escuchaba los acordes de una melodía que, cuantas más violentas epidemias asaltaban la ciudad, ella tatareaba con más fuerza: “La, la, la”. Pues entonando esa cantinela sin cesar, Alicia Hermosilla pretendía olvidar lo que estaba ocurriendo: que, a medida que las calles de Xalapa se habían inundado de martillazos que anunciaban el fin de los tiempos mezclándose con los gritos de seres monstruosos que, desde las colinas y empalizadas, gritaban con todas sus fuerzas, «Chulthu, Chulthu, Chulthu, Chulthu, Chulthu”, la niña que fue, había ido envejeciendo y sus lindas y delicadas manos se habían convertido en los brazos de una sucia bruja parecida a un animal salvaje.

14509299_781900611951728_149525337_nUna mujer observada, vigilada por los atentos ojos de una araña cuyo vientre tras una oscura mañana en que fue conducida por decenas de sátiros al filo de un palacio situado sobre una colina, comenzó a hincharse. Y, desde entonces, se inflaba y desinflaba continuamente como si estuviera embarazada del demonio y de sus entrañas fuera a surgir un niño cuya sola presencia bastara para anunciar al mundo que el tiempo de los sueños había concluido. Y, definitivamente, ya sólo podría haber pesadillas. Porque aquel niño exhalaría fuego, paralizaría la mirada de quien se atreviera a mirarlo a los ojos o desearan acariciarlo, anunciando el advenimiento del tiempo de la bruja. La época del horror y el odio infinitos.

Un tiempo que, en realidad, es ya, exactamente, este presente. Estos días en que cada hora, minuto y segundo hay un nuevo asesinato y robo recibido con indiferencia y casi con alegría por la multitud. La noche lo cubre de todo. No hay año en el que, a pesar de los continuos abortos, no nazca de nuevo el demonio. Y los hombres y mujeres caminan por las calles cogidos de la mano, cantando a coro una canción como si tatarearla con fuerza e inocencia, fuera a devolverles los sueños rotos y la imagen de una ciudad esplendorosa. O finalmente pudiera transportarles a las habitaciones de un castillo donde perseguir el niño de una bruja, Alicia Hermosilla, que los espera con un cuchillo en sus manos, mientras pasea incesantemente triste y rabiosa por almenas, incapaz, como todos los habitantes del condado de Xalapa y del mundo en general, de decir, pronunciar o cantar otra palabra que no sea: “Chulthu, Chulthu, Chulthu, Chulthu, Chulthu”. “La, la, la,la, la, la, la, la, la, la”. Shalam

اِحْذَرْ عَدُوَّكَ مَرَّةً واحْذَرْ صَدِيقَكَ أَلْفَ مَرَّةٍ

Es más vergonzoso desconfiar de los amigos que ser traicionado por ellos

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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