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Maldoror

Dic 26, 2019 | 0 Comentarios

No existe tormenta más grande en la literatura occidental que Los cantos de Maldoror. Lautreamont describió perfectamente en violentos versos la ira de la naturaleza. Cada una de sus frases reflejaba el odio eterno entre dios y del diablo. Su combate a muerte en medio de estrellas caídas y las ciudades modernas. Maldoror era un trueno. Una gárgola clavada en el centro de la catedral cristiana que echaba fuego por la boca. Una araña gigantesca rodando por mares negros. Un viejo demonio que atizaba tanto al señor de las tinieblas como al de los cielos.

Lautreamont no creó un libro sino rabia. Un sentimiento. Doom metal. Su obra es la más inspiradora de sueños y visiones junto la guerra y la Biblia. La más rabiosamente moderna y la más antigua. Un homenaje a la locura y al mundo de los muertos. Un mordisco en el alma de la Ilustración. Una herida literaria que sutura sangre por todos los costados.

Los cantos de Maldoror destruyeron el arte. Eran una mezcla entre el Apocalipsis y la bomba atómica. Entre Black Sabbath y Wagner. Una profunda incursión en el caos. Isidoro Ducasse los escribió sin dormir y únicamente durante las noches. Se negaba a expulsar sus fantasmas durante el día. Cuando alguien entraba a su habitación y abría las ventanas, el joven escritor gritaba. Necesitaba crear sin luces. Vestía de negro. Dibujaba oscuros bocetos por la mañana y no utilizaba ni un candil. No veía nada mientras componía esos versos parecidos a sangrientas antorchas. De tanto en tanto rugía. Gritaba. Colmillos emergían de su rostro. Y luego volvía en sí.

Los cantos de Maldoror es un llanto rabioso dedicado a los vampiros. Un mordisco a los océanos y a las selvas. El único escrito verdadero que se ha realizado sobre la existencia de Satanás. Una locura nihilista. Confirma que antes o después el rey sol sería sustituido por un rey muerto. Las frases de sus libros son las primeras que sugieren el sombrío porvenir del mundo moderno. Las dos guerras mundiales. La lucha de lobos contra lobos en que se ha convertido la sociedad de consumo. Y que una mañana Occidente amanecerá en medio de estruendos, bombas, misiles.

Los cantos de Maldoror certifican que el fin del tiempo simbólico ha llegado y las tormentas comenzarán a ser reales. Totales. Que la mayor parte de la gente no morirá de enfermedad ni de plagas. Lo hará de hastío. De egoísmo. De abundancia de comida y palabras. Maldoror acaba de un puñetazo con la filosofía entera. Se enfrenta a Cristo. A los evangelistas. A los comerciantes. A todos. Maldice a Yahvé. A los reyes y a los pobres.

Maldoror es el gran ateo y el gran creyente. Es el animal que habita en el hombre en peligro de muerte pero también el animal que siempre seremos. El asesino que hay en todos nosotros hablando. Su violencia es eterna e instantánea. Su mirada constata que dios y sus arcángeles están enfadados con el hombre por su incompetencia y que esta vez no habrá ni Diluvio. No habrá más oportunidades. A eso alude Maldoror. Al fin del mundo. A la bomba atómica. A la destrucción total. A que cuando vuelvan a emerger los terremotos, alzarse los mares y confundirse cielos y tierra ya no se salvarán los justos ni los bondadosos sino los rebeldes. Los insatisfechos. Aquellos que disparan contra todo y contra todos y se odian a sí mismos con total virulencia y sin compasión. Shalam

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No se debe renegar de la inmortalidad del alma

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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