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Marienbad

Ago 18, 2016 | 0 Comentarios

Leyendo Marienbad eléctrico percibo que la escritura de Enrique Vila-Matas sólo ha tenido un objetivo y una temática desde sus orígenes: explorar por todos los medios posibles qué es la literatura. Pregunta que, por otro lado, nunca llega a responder. Seguramente porque lo que le interesa realmente es indagar en ella. En ocasiones, se interroga sobre el arte, en algunas, acerca de lo que supone para un escritor no escribir y, dependiendo de su estado de ánimo o filias temporales, surgen un sinfín de cuestiones más: qué es escribir como un escritor francés, qué es escribir en Irlanda y hasta qué es escribir sin tener nada que decir ni ganas de hacerlo.

En verdad, entiendo que el escritor catalán sabe que es imposible formular una respuesta cabal tanto a la pregunta madre como al resto que se derivan de ella. Y es así como estructura sus libros. Allí y aquí. Como una digresión continua fundamentada sobre una ficción. O una ilusión: la posibilidad de apresar la literatura (como si fuera un animal) en su texto. Por lo que cada una de las citas de otros escritores que aparecen en sus novelas aludiendo, mencionando e interrogando a la literatura como si fuera un fantasma o una inquietante «presencia» viva no son tanto puertos, tomas de tierra, sino disparaderos, puntos de fuga que permiten que la narración continúe desplazándose. Avanzando sin un rumbo fijo. Que es lo que tal vez es la literatura para el escritor catalán: un paso tembloroso. Un abismo. Un viaje hacia todos los destinos posibles -arriba, abajo, derecha, izquierda- sin necesidad de mover los pies. Acaso desde esa habitación única, espacio cerrado a la que se refiere en Marienbad eléctrico: «El lugar donde Hölderlin alcanzó la locura, donde Juan Carlos Onetti meditó sobre el mundo y decidió que era mejor no salir más de la cama, y donde Emily Dickinson se recluyó con sus mil setecientos poemas, pero a la vez el sitio donde Vermeer conoció la experiencia de la plenitud y de la independencia del momento presente».

Si tuviera que definir la literatura de Vila-Matas lo haría así: imaginando una página llena de espacios vacíos y líneas que se desplazan horizontal, vertical, diagonalmente, formando figuras geométricas familiares y desconocidas. Un galimatías inconexo que nos lleva a preguntarnos qué estamos leyendo. A consultar nuevos libros que nos aclaran algunas frases del texto inicial que, no obstante, continúa modificándose, moviéndose y presentando nuevas formas, sentidos y significados como una esfera rodando por el mundo en crisis de la cultura.

Para Vila-Matas tanto la vida como la literatura son un pasatiempo. No se las toma demasiado en serio. Y es así que consigue darles su verdadero realce. Trascender. Es, de hecho, un lector que disfruta más de las pausas que del viaje, de los libros desplazados que de los centrales y de las anécdotas que de los argumentos. Razón por la que pienso que sus textos no han sido escritos para ser leídos sino para ser releídos. Y si no se los relee, no se los puede leer. Conocer. Como tampoco es posible dotarles de un significado. Ante todo, porque su único objetivo es mostrar cómo la literatura desaparece y se manifiesta constantemente. Se ilumina y oscurece, enciende y apaga en medio de de los pasillos de un extraño castillo cuya biblioteca se encuentra vacía y en cuyos jardines se encuentran hombres solitarios recordando otras vidas y lugares a los que no podrán ya ir. Remembranzas de paisajes, amantes y atardaceres descritos con saña y dolor por Claudio Magris, Georges Pérec o Marguerite Duras en algunos de sus libros entre extensos pasajes sobre el paso del tiempo, la amistad y el ocaso.

Creo que Vila-Matas no se sitúa nunca ni por encima ni por debajo de su lector. Pero tampoco es su cómplice. Más bien, trata de ser su amigo a distancia. Compartir cosas, asombros, destellos, lecturas, desde su rincón. Como si estuviera enviando cartas o resolviendo crucigramas en los descansos de una batalla en el frente. Y desde luego que no es un apocalíptico. No le interesa cuál fue el primer libro o el último. Ni tampoco las bibliotecas bien ordenadas. Más bien, lo que le fascina es ver a los libros caerse. Moverse. Observarlos desaparecer. Pero no destruirse. Desparramados por habitaciones vacías, volviéndose invisibles. Asistir en primera fila al momento en que comienzan a salir de su lugar fijado durante años.

Lo cierto es que para Vila-Matas la literatura es muy parecida a esa solitaria habitación sin paredes ni techo ni suelo que conduce al personaje principal de Marienbad eléctrico a pensar «en un museo de una sola pintura que nos invita a imaginar otras pinturas posibles. Sí, pero sobre todo nos conduce a entrar de verdad en una obra». Ignoro por otro lado, cuál sea esa obra a la que se refiere. Si es una obra cualquiera o acaso aquel libro en el que estaría contenida toda la literatura escrita y por escribir que soñaron radiografiar los surrealistas.

En Marienbad eléctrico, Vila-Matas se refiere a una instalación de lugares intercomunicados aunque aparentemente aislados. Otra bonita forma de definir la literatura. Allí. Como un espacio abierto, claro. Y aquí. Pero también, en cierto sentido, cerrado. Una mujer que nunca termina de darse. Acaso el oscuro objeto de deseo de Buñuel. Un imposible. Algo, un puñado de tierra, un trozo de papel que se encuentra allí y aquí pero no está ni allí ni aquí cuando vamos allí y aquí. Haciéndonos dudar de todo. Allí y aquí. Sobre todo, del arte. Que probablemente no exista. Al igual que la leve anécdota que sostiene la película de Alain Resnais, El último verano en Mariebad, o todas aquellas historias de las que Vila-Matas ha hablado en sus novelas: la prueba fehaciente de que la literatura es verdad porque todo lo que cuenta no es real. Y de que se mantiene viva por los escritores sin motivo ni sentido que saben que ya está todo dicho, no queda nada que contar y no merece tan siquiera la pena intentarlo. Pues dejar ir, abandonar, es la única manera de tenerlo todo. Allí y aquí.

Al fin y al cabo, la literatura es un fantasma. Unas sábanas que se deshacen en cuanto creemos que al fin podremos tocarlas con nuestras manos. Sobre las cuales por tanto no importa lo que digamos. Acaso únicamente -y esto sólo un poco- cómo lo hagamos. Allí y aquí. Shalam

إِذَا طَالَتِ الطَّرِيقُ كَثُرَ الْكَذِبُ

     Raramente hay una única ola

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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