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Tutú

Nov 28, 2016 | 0 Comentarios

Tutú rima con Ubú y no me extraña porque El Tutú (1891) es un texto tan iconoclasta, divertido y absurdo como el de Alfred Jarry. ¿Cómo puede no serlo un libro donde se pueden leer frases como «el hombre puede estar satisfecho cuando puede hacer un poco de daño a sus semejantes. ¡Sobre todo a su madre!»?

Exactamente, El Tutú es un clásico excéntrico firmado con seudónimo (Princesa Safo) aunque se sospecha que su creador fue León Genonceaux: el editor de Rimbaud y Lautreamont. Autores cuya rebeldía y osadía se escucha constantemente en este puñal envenenado partido en varios trozos. Una obra especial que no da tregua. El biberón que le dieron a tomar a Francisco Arrabal en la cuna. Una marcianada que pagó el precio de adelantarse varios años y décadas a su tiempo. Haberse inventado la novela surrealista y el teatro del absurdo cuando aún no se daban los condicionantes sociales ni críticos para que estos espolones culturales fueran comprendidos.

En realidad, El Tutú es una especie de ballet descompuesto. La vertiente humorística del Á rebours de Karl Huysmans. Una composición de Debussy sonando a doble o triple velocidad. Violencia patafísica y atea en medio de un guiñol humorístico y desmesurado. Gargantúa paseando por el París de finales del siglo XIX masticando montones de mierda. Ecos de los rugidos de Lautreamont destruyendo las tazas de té de las familias burguesas. El arte anunciando que sería travesti o no sería. El Marqués de Sade merendando con Raymond Roussel y Tristan Tzara en medio de un prostíbulo. Y Erik Satie improvisando una melodía de piano para la entrada diabólica del saxo de Charlie Parker. En definitiva, una obra en la que los iconos religiosos se convertían en símbolos diabólicos y fantasías sexuales surgidas de la mente de Dalí y en la que el espíritu humano se recuperaba de los puñetazos de la Enciclopedia, la Ilustración y las reglas de educación. De la nobleza y la Revolución.poridentidad

Los textos diferentes poseen recorridos distintos y esto es lo que ocurrió con esta astracanada rabeleisana que se inventó la novela surrealista antes de que ésta tuviera conciencia de existir: el absoluto desprecio e ignorancia en su tiempo y la resurrección y éxito varias décadas después.

Algo lógico en los dos casos porque creo que incluso publicado hoy en día, sería un texto al que le costaría encontrar lectores cómplices y aceptación. De hecho, creo que es más leído actualmente por la leyenda que trae detrás y lo que representó que por otros motivos. Pues si un escritor novel lanzara una maravillosa marcianada como esta se arriesgaría a sufrir los ataques e indiferencia del resto de colegas de su profesión además de por supuesto la crítica. Sería tachado de suicida de no tener un portentoso aparato publicitario detrás.

le-tutu-1024-katty-castellat-1024x683En cualquier caso, El tutú es un texto muy disfrutable. Posee un aroma inconfundible de clásico excéntrico. Y, desde luego, es muy divertido. En gran medida, es un lienzo de Degas protagonizado por señores y no por señoritas. Un agujero en La Comedia humana de Balzac, un roto en el pantalón de Stendahl y en el de Zola y una aguja en el culo de Flaubert. Es un retrato del momento en que la alta cultura comenzaba a reconocer su invalidez, la ópera se había convertido en un estertor bufo, el ballet en un ocioso carnaval profano, la filosofía en un delirio y la literatura, en un chiste con más o menos gracia.

En verdad, la novela es una locura deliciosa en cuyas páginas aparecen seres humanos nacidos de los árboles, gordas dialogando como moscas alrededor de la basura, snobs caníbales y diletantes flaneurs insultando a dios en medio de un París seducido por el vértigo de la velocidad y la inanidad. Una fotografía borrosa pero absolutamente exacta de ese mundo que años, décadas después, retratarían con agudeza Jean Cocteau, Boris Vian, André Breton, Jean Eustache o Jean Luc Godard. El mundo cultural patas arriba y la pulsión burguesa desestructurada. Las líneas rectas del racionalismo convertidas en una cuerda elástica sobre la que saltar en medio de una clase de matemáticas o una convención política. ¡Ferdydurke Power! Shalam

إِنَّ الرِّجَالَ لاَ تُكَالُ بِالْقُفْزَانِ، وَلاَ تُوزَنُ فِي الْمِيزَانِ

Son tan raros los hombres felices como los cuervos blancos

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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