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Yagé

Mar 18, 2017 | 0 Comentarios

Los libros de William Burroughs no son previsibles. No siguen una ruta fija. A su particular modo, cada uno de ellos alude a la libertad y salvajismo de la naturaleza opuesta a cualquiera de los métodos de programación social urdidos por el poder. Y Marica es un ejemplo. Una novela -aunque más bien, el término adecuado sería pasaje o viaje- en la que sus protagonistas nunca consiguen lo que desean o al menos, nunca se los contempla disfrutando de aquello que buscan.

En Marica, de hecho, contrariamente a lo que promete su título, no hay sexo ni tampoco drogas. El sexo y las drogas están presentes pero como ruta, como una consecuencia del ambiente. La manifestación de un impulso y de una búsqueda que se pierde en sí misma. Los personajes se dejan ir, se mueven de un lado para otro, persiguen cumplir sus caprichos, realizan (y sufren) sobornos, se aventuran en las inmediaciones de la selva, buscan un maná en la medicina natural y no cesan de moverse pero no existe una finalidad en ello. No hay un objetivo. Porque la existencia -parece decirnos Burroughs- contrariamente a lo que los estados marcan y se nos enseña desde la cuna, no tiene objetivos. Y tal vez tampoco tenga sentido. La vida simplemente es. Y esto es lo que en gran medida expone Marica. Un chorro de aire contaminado y viciado de México Distrito Federal entrando por los poros de páginas que huelen a semen y alcohol. Un soplo de calor y agobio amazónico penetrando en los pulmones de lectores a quienes se les intenta hacer sentir tan desorientados al leer el libro como lo están los personajes en su deambular de bar en bar y país en país de una América latina tan parecida aquí a un ralo purgatorio como a un caótico jardín de las delicias. Impenetrable e incognoscible y lleno de nebulosas que oscurecen la mirada y la conciencia de seres humanos que, llegados a un límite, se contentan con estar vivos, experimentarse y tomar de tanto en tanto un trago de alcohol.

De sus años en Tanger, Burroughs aprendió a pasar desapercibido entre la multitud y a ocultarse. Algo necesario en un país como el marroquí donde los occidentales son fuente de atracción continua por parte de los nativos.

Marica, en gran medida, es otro libro camuflaje. Un texto donde se puede leer entre líneas, la atmósfera de la que brotó el asesinato de su mujer. Y se vislumbra el ambiente malsano y desquiciante que a Burroughs le sirvió para, más tarde, realizar un análisis profundo y conspiranoico del poder. Pues, en gran medida, la América hispana era la brutalidad. La corrupción en estado puro, a primera vista, y sin filtros que la atenuaran. La clara exposición del fétido olor que emergía de los lustrosos inodoros, despachos de la Casa Blanca y de los perversos cerebros que comandaban la CIA o el FBI.

Las novelas de Burroughs son probablemente las más interesantes de la generación beat porque en ellas la libertad no es ni una ansiada utopía ni una trampa. Es un despojo. El barrizal que se forma tras la lluvia. Un desecho. Algo casi flatulento. Montones de trozos de comida que ingerimos porque están ahí, en una bandeja, tirados en la calle, sobre una mesa, pero no debido a que estemos hambrientos. Y por ello, en sus libros el sexo y las drogas no son ni escapes ni paraísos perdidos ni lugares de reconocimiento. Son un vaso de agua sucia (pero potable). Lo más parecido a la autenticidad en medio de un mundo manejado por la mentira. Un desborde de vida que se agota en sí mismo, no tiene sentido alguno y por ello mismo provoca adicción. Shalam

إِنَّ اللَّبِيبَ بِالإِشَارَةِ يَفْهَمُ

Se llama falsamente paz a una servidumbre miserable

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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