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Hormiga

Abr 16, 2016 | 0 Comentarios

Las hormigas acostumbran a caminar con un orden preciso parecido al de un ejército. Existe cierta rigidez en su determinación que no permite distinguir si su acto es de obediencia ciega o solidaridad. Algo que sucede también con gran parte de seres humanos. Tienen hijos y aman y no se sabe si es por deber, costumbre o porque verdaderamente están celebrando la vida.

Muchos niños han nacido, de hecho, por la intención de sus padres de hacer perdurar una estirpe y entregar una herencia. No desperdiciar los bienes adquiridos durante generaciones. Algo que también ocurre con las hormigas o al menos se sospecha cuando se las ve caminar en fila india. Ordenadas y disciplinadas, casi marcialmente, pero sin grandeza. Sin ese respeto que provocan los guerreros solitarios.

Existe cierta cobardía en las hormigas. Demasiados anhelos de seguridad en ellas. Más que obreros preocupados por su sustento parecen estar luchando por el futuro y reproducirse por una orden contraria a sus propios deseos. Se diría que desean perdurar aun a costa de perder su libertad. Y son capaces de sacrificar su voluntad ante la llamada del deber.

Es difícil por ello que, como a la mayoría de insectos, alguien las acaricie. Ciertamente, incluso aquellos cuyos cánticos se perciben al alba o al anochecer transmiten cierta tristeza porque, al contrario que los animales, no parecen disfrutar con sus tareas. No muestran alegría jamás. Sus conciertos son laboriosos y obligatorios. Puro karma. Casi un castigo ejecutado mecánicamente buscando la redención de la naturaleza.

Cuesta concebir, en verdad, a un insecto riendo y llorando. En el caso de las hormigas se intuye que únicamente sonríen cuando comprueban que las despensas del hormiguero se encuentran llenas para sortear un invierno. Cuando, estoicamente, cumplen sus objetivos. Su deber. Que, en su caso, es placer inocuo y vacío, despojado de sentido. Un estado de ánimo estable desde que nacen hasta que mueren. El sueño de cualquier dios cruel y el deseo de todo Estado como, por ejemplo, el de aquellos milenarios reinos chinos regidos con voz de hierro por emperadores vestidos con trajes de seda transparente.

No es fácil imaginar a las hormigas disfrutando de un amanecer o meditando en soledad. Cerrando los ojos y vislumbrando fragmentos de la luna en su mente, serenos resplandores y reflejos de otras vidas.

Cuando contemplamos a una hormiga separada del resto, se sabe que alguna catástrofe ha ocurrido o que, a escasa distancia, aparecerán sus compañeras. Siempre tensas. Moviendo sus patas y antenas velozmente con una rigidez y una obstinación que provoca miedo, casi aversión, e invoca maleficios.

Es, realmente, abominable imaginar cómo serán su orgías bajo la tierra. Esos momentos en los que cientos de ellas se agolpan en torno al estomago de la hormiga reina y mueren hacinadas unas contra otras tras expulsar su semilla de vida. Satisfechas no tanto de haber conocido el placer sino de haber cumplido su deber y haber sido aniquiladas por el ojo divino en forma de vagina destructiva. Tal vez incluso felices de haber sido castigadas sin recibir premio alguno y haber sido devoradas por una madre absolutamente indiferente a sus sufrimientos que además, obliga a las supervivientes y recién nacidas a trabajar sin descanso.

Las hormigas son parecidas a una línea recta interminable. Su vida es un discurrir monótono. Son una fila ordenada de insectos cuyo único fin es la búsqueda de protección y amparo que sufren con espanto no tener la más remota posibilidad de suicidarse. La desdicha de haber sido concebidas sin la libertad y capacidad de cumplir su único deseo: comerse sus propias patas y, más tarde, entregar el resto del cuerpo a las integrantes de su especie, declarándoles su amor ante la total y absoluta indiferencia de todas ellas. Shalam

أَنَا أَمِيرٌ وَأَنْتَ أَمِيرٌ فَمَنْ يَسُوقُ الْحَمِيرَ

 Cuando el hombre sonríe, el mundo lo ama. Pero cuando ríe, lo teme

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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