Los discos de Tom Waits son granjas destrozadas llenas de paja y objetos. Se abren y, entre montones de heno y grasientas palas de cavar, aparecen fotografías en blanco y negro de antiguos jazzmen, afiches de viejos clubs de striptease y cómics de ciencia ficción, martillos que llevan grabados en su empuñadura el rostro de olvidados bluesman, sellos y estampas de filmes de cine clásico de los que emergen diversas melodías, púas de guitarra que chirrían al tocarlas y cajas chinas en donde se pueden encontrar las más diversas y excéntricas referencias artísticas.
Una de de ellas es por ejemplo Lord Buckley. Un genial comediante cuyos demenciales fraseados fueron esenciales para la constante elaboración e improvisación rítmica llevada a cabo por Tom Waits desde que se convirtió en el Neal Cassady del rock en Small Change. Como también lo fue su particular e inimitable forma de contar historias. Puesto que combinaba sonidos guturales con ruidos estomacales, gritos histéricos y voces espectrales con tal grado de maestría que era capaz de convertir cada una de sus presentaciones en espectáculos de magia. Películas surreales sin imágenes; vodeviles a mitad de camino de la comedia y una ópera onírica que influyeron decisivamente en la manera de recitar e imprimir ritmo a sus escritos de los artistas beats o en el acompañamiento de los flujos melódicos disarmónicos realizados por muchos músicos de jazz.
He aquí una muestra de su inagotable talento del que, afortunadamente, es posible encontrar muchos testimonios en internet: