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Pigmentos y vacas (3)

May 23, 2020 | 0 Comentarios

Continúo aquí haciendo una breve revisión a las distintas etapas de la discografía de Tom Waits y algunos de sus héroes creativos que, como ya anuncié, publicaría desordenadamente; tal y como se merece este escualo desértico.

De Swordfishtrombones a Night on earth:  El destino premia los solitarios esfuerzos de Tom y conoce a su alma gemela, Kathleeen Brennan, quien, pronto, logra domar sus tendencias autodestructivas y potenciarlas creativamente de manera insólita. Tanto que el trío de discos que van de Swordfishtombones a Frank’s wild years se transforma inmediatamente en historia. Una fuente de sonidos e inspiración musical tan grande que para describirla es necesario recurrir a la pintura o al cine y, en ocasiones, incluso es necesario inventarse palabras o mezclar vocales y definiciones disonantes. Tom Waits deja de ser al fin únicamente un rockero borracho con talento para convertirse en un artista. Abandona para siempre la sombra de Sinatra y Dylan, de Kerouac y Bukowski, y se transforma en una mezcla entre un alquimista y un búfalo que cambia de piel constantemente. Ahora es también un mago enloquecido; un malabarista escapado de un circo; un inventor; un científico alucinado: un freakie que baila con idéntica pasión un rythm & blues que una tonada de cabaret o un vals y lo mismo se apoya en Nino Rota que en Kurt Weill o en transgresores compositores de música clásica para retorcer el rock y el blues. Tom consigue que cada canción parezca una película, (tanto un filme de la época muda como de vanguardia), y el estudio de grabación una cocina donde realiza todo tipo de excéntricos experimentos. Logrando hacer que las guitarras parezcan cuchillos, las baterías suenen como latas llenas de salsa de kétchup y los teclados sean pegajosas esponjas.

Tom Waits llega al Everest con un pico y una pala. Se transforma en un perro que husmea con aires aventureros los bajos fondos y los tugurios y retrata su atmósfera con un pincel embadurnado en sangre de distintos animales. Ahora ya no es tan sólo un poeta beat. También es un músico expresionista y dadá. Muta su piel y por momentos se convierte en la reencarnación de Willie Dixon y en otras en un crooner africano que canta como si estuviera estrujando cráneos de animales con sus pies descalzos. Todas las canciones que Tom Waits graba en esta época crujen. Tienen alma y huesos. Remiten no sólo a los lienzos de Edward Hopper sino también a los de James Ensor o Jackson Pollock así como a los filmes de David Lynch y Federico Fellini. A la América profunda y al neorrealismo europeo. A Alfred Jarry, André Breton, Los pitufos, Walt Disney y Thoreau. Trascienden su época. Ya no son tan sólo poemas beat mejor o peor encajados, no son únicamente ganchos de boxeo de un perdedor, sino que son reinterpretaciones musicales sumamente sugestivas de la tradición que es posible entroncar con los pioneros del arte norteamericano; con desiertos, circos, callejones sucios y el western.

Aunque paradójicamente, sus discos (sobre todo, en Rain Dogs) siguen sonando a ciudad y emergiendo de los barrios, la visión que Tom ofrece ahora de los suburbios se encuentra deformada. Ya que describe las historias y personas que ve a través de un cristal empañado por la humedad. En Swordfishtrombones compone canciones en las que imagina a un ejército de gnomos recorriendo el metro de Nueva York. Logra recoger los sonidos de la mente de los asesinos y de los intestinos de Dios. En Rain dogs transforma el blues en una alocada locomotora. Consigue que el motor de los automóviles y los bocinazos de los camiones pasen a formar parte de su orquesta y Keith Richards sea de nuevo un músico peligroso. Y en Franks wild years alcanza la apoteosis. Se adelanta al tiempo y convierte sus canciones en histéricos pasajes. Requiebros mentales y rítmicos que sintetizan la esquizofrenia de la época. La locura y las alucinaciones procedentes de ciudades inhabitables llenas de locos que sobreviven como pueden.

Años después, por último, tiene tiempo de grabar una nocturna banda sonora de sabor clásico con la que se despide para siempre de su faceta beat. Me refiero, claro, a Night on earth. Una alucinante fragata bohemia que si bien nace como banda sonora de un filme de Jarmush creo que podría servir para ilustrar perfectamente las imágenes de una adaptación cinematográfica de En el camino. Ante todo, porque es álbum parecido a un ronda nocturna y un acordeón roto que, aún así, conserva su faceta clasicista. Con él, Tom mira de costado a su pasado (y al del jazz) antes de emprender otro nuevo asalto al Himalaya. Partir de viaje en un burro por la ruta del extravío empeñado en lograr que las rocas y las piedras canten. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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