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Crash

Mar 8, 2013 | 0 Comentarios

Un aspecto que me resulta fascinante del cine de David Cronenberg es su frontal forma de transmitir ideas perturbadoras, usando por lo general imágenes que retratan directamente enfermedades mentales y vicios. Algo realmente destacable pues si no fuera por la fuerza con que se nos imponen, sería mucho más difícil que tomáramos conciencia de lo que el director canadiense desea transmitirnos, debido a nuestras resistencias, bloqueos y creencias políticas y sociales.

Las relaciones de los participantes en el videojuego que aparecía en Existen Z con su módem eran desde luego, muy válidas para ejemplificar algunas de las tesis sostenidas por Jean-Luc Nancy en Corpus. En aquel libro, el filósofo francés pretendía resumir, analizar  el proceso por el cual el ser humano había acabado por dejar de utilizar el sentido del tacto. Para ello, ponía el énfasis en cómo nuestras aproximaciones a los demás seres humanos dejaron de ser táctiles hace mucho tiempo. Cómo únicamente utilizamos ya la vista para comunicarnos con ellos, pues por lo general, tampoco usamos el olfato o el oído. Otro de esos hechos que revela nuestra pérdida de contacto con nuestra naturaleza profunda, pues la no utilización plena de estos sentidos desembocaría en una actitud de olvido, desapego, indiferencia u odio al cuerpo. Y a veces, también a nuestros semejantes, cuyas desgracias ya no nos afectan como anteriormente, porque principalmente estamos en contacto con ellos, a través de la pantalla del ordenador o la televisión. Ya no los tocamos ni olemos.

Si fuéramos sinceros y midiéramos el tiempo que pasamos delante de una computadora, nos daríamos cuenta hasta qué punto estas tesis lejos de aminorarse, se han ido extremando con el tiempo. Me atrevería a sugerir que salvo una muy escogida minoría, la mayoría de ciudadanos occidentales tienen más contacto con artefactos artificiales (teclado de la computadora, volante del automóvil, mando a distancia, teléfono móvil, videojuego) que con seres humanos. La mayor parte de nuestro tiempo estamos acariciando máquinas y no personas. De hecho, hace ya bastantes años que el sexo virtual forma parte de nuestro paisaje cotidiano. Y muy pocos artistas como Cronenberg, han podido y sabido plasmar en un solo fotograma o escena, teorías que han provocado todo tipo de debates, ensayos y artículos. Basta ver la imagen de Existen Z en que Alegra Geller y Ted Pikul duermen juntos, conectados entre sí por una consola orgánica, para poder hacernos una composición muy ajustada de lugar de nuestra época. O al menos, de uno de sus grandes debates cuyas proyecciones, multiplicaciones y reverberaciones están condenadas a extenderse más y más: internet, la realidad virtual, paralela, etc…

Decía Slavoj Zizek, por ejemplo, que en el futuro podía llegar a producirse una situación como la siguiente: una guerra en Internet en la que distintas naciones atacasen la bases de datos de las otras y se llevaran a cabo decenas de robos de dinero y estallidos de bombas virtuales que acabaran con refinados y complejos sistemas. Y que no obstante, al apartarnos confusos y ansiosos del ordenador, nos diéramos cuenta de que la realidad (la verdadera) continuara ajena a todas estas tensiones, puesto que, al fin y al cabo, la caótica y temible batalla era virtual. Y por tanto, poco afectaba a la naturaleza que proseguía su curso, ajena a nuestras preocupaciones, dado que este temible conflicto no la ponía en peligro, al desarrollarse en otro lugar. En el ciberespacio.

A mí esta idea me parece sumamente interesante porque nos confronta directamente con la ambivalencia de nuestra época. Puede, sí, que Internet esté contribuyendo a deshumanizarnos pero, a la vez, este proceso en marcha podría provocar que en el caso de una guerra nuclear, el planeta no sufriera las consecuencias. Desde este punto de vista, por tanto, sería una forma muy sutil a través de la que evitar la autodestrucción del ser humano. Algo parecido a lo que sucedió durante el siglo XX en los países occidentales con el deporte que, al convertirse en un medio a través del que canalizar el espíritu de guerra, evitó en gran medida la reproducción de conflictos bélicos entre muchas naciones que competían ahora en los estadios y no en territorios sin ley.

Hay mucho todavía que reflexionar sobre el tema. Muchísimo, diría yo. Las zonas de ambigüedad son demasiadas. Y es muy difícil afirmar algo con claridad. Se dice por ejemplo que Internet mata la cultura pero es gracias a su presencia e influjo que es posible tener acceso a innumerables obras de arte. Aunque también es justo reconocer que la Red se ha convertido en una especie de analgésico a través del que el poder mantiene sosegada a la población en tiempos oscuros, opresivos como estos. Y para ello, desde luego, es esencial la manipulación. Pues si bien, por un lado, el poder sostiene (hipócritamente) la necesidad de luchar contra los contenidos libres culturales en Internet, sabe que el que sean accesibles para cualquiera sin desembolso de dinero, supone un gran golpe hacia los artistas que, por antonomasia, son sus grandes enemigos. Y además, por si fuera poco, esto le ayuda a mantener a la población ensimismada, atrapada en una especie de plasma maternal envolvente (la Internet gratuita) que, al proporcionar un gran placer y satisfacción a los ciudadanos, les somatiza y en cierto modo, les dificulta unirse y tomar colectivamente la calle para protestar cuando sus derechos se encuentran en peligro o han sido vejados. Mientras los ciudadanos griten y reclamen en facebook -parecen pensar los gobiernos- nada esencial cambiará.

Afirmo esto, pensando en un posible debate que se podría establecer. No porque me encuentre más o menos de acuerdo con lo sostenido. Simplemente, porque quiero llamar la atención sobre el hecho de que sin internet, seguramente Occidente estaría actualmente en llamas aunque, paradójicamente, es precisamente el medio a través del cual, lentamente, podría propagarse y extenderse la rebelión o cambio de conciencia que pudiera dinamitar este sistema. Es una constante, por ejemplo, afirmar que la red puede acabar con los libros físicos. Y, en parte, estoy de acuerdo. Pero no lo estoy con que por sí mismo, vaya a finalizar con la escritura, que continuará sea como sea. De hecho, Internet podría llegar a convertirse en un instrumento esencial para terminar con la tala indiscriminada de árboles. Pudiendo además de ayudar a la construcción de nuevas sociedades verdes, consolidar la futura vuelta al campo (pues ahora sí estaremos conectados desde cualquier aldea con el mundo y podremos acceder a los mismos contenidos culturales que quienes habitan en la ciudad) precipitando, por tanto, la llegada de una nueva sociedad plural y múltiple, consciente espiritual y políticamente. 

Otra cosa son las perturbaciones que pueda provocar, de las cuales pienso, por otra parte, que es más consecuencia que causa. Pues nacen, en cierto modo, de nuestra relación con la tecnología, llegada a un punto de inflexión sin retorno desde la Segunda Revolución Industrial que, al hacernos tan dependientes de ella, en cierto modo, nos ha hecho amar a las máquinas más que a las personas. Siendo, por lo tanto, concebible que un día alguien, en vez de masturbarse con las palabras de su compañero a través de Internet, lo haga directamente con el teclado o la pantalla.

A esto, precisamente, creo que apuntaba J.G. Ballard en Crash. Únicamente que en la novela, el acto de amor aludía a los automóviles y no a las computadoras. Es cierto que el escritor inglés relacionó de forma genial en su texto, sexo, muerte, orgasmo, azar, violencia y placer a través del accidente automovilístico. Pero me atrevo a sugerir que de estar vivo, tal vez habría llevado la metáfora un poco más allá. Y ni siquiera hubiera necesitado de parejas o de personas que se excitan con las heridas producidas en accidentes de tráfico. Directamente, nos habría mostrado a una sociedad en la que la mayoría de sus componentes llegan al orgasmo al contactar con la carrocería de los coches. Al fin y al cabo, como el mismo Baudrillard pudiera haber afirmado, no existe objeto más erótico que el automóvil en la sociedad contemporánea, ni lecho más seductor que la carretera, o muerte más tórrida que la de James Dean. Icono sexual a quien no en vano, los automovilistas que aparecían en la adaptación cinematográfica de la novela de Ballard llevada a cabo por Cronenberg, adoraban.Tenían como absoluto referente. Tal vez porque su fallecimiento es la más exacta metáfora de la sociedad en que vivimos. Empeñados, como parecemos estar, en conducir veloces hacia cualquier parte y sentido sin importarnos el qué o el para qué, pero atentos, eso sí, a nuestro aspecto para dejar un bonito cadáver si es que nos tocase morir hoy. Un hecho para el que deberíamos prepararnos día a día, segundo a segundo, dado que es imposible vivir una vida plena sin poseer conciencia de la propia muerte. Y en realidad, si fuéramos conscientes al levantarnos que este día pudiera ser el último, probablemente viviríamos más y mejor. Pues estaríamos anticipándonos a lo que, como muestra el final de don Quijote de la mancha, habría de ser el mayor logro de toda existencia: morir en paz sin deudas ni rencores y con tranquilidad y aceptación.

Un objetivo, por cierto, contra el que lucha y se rebela constantemente la sociedad de consumo. Este mundo moderno que ha encontrado en Internet el medio necesario para (aparentemente) esquivar la vida y simular que no existe la muerte. Que es el motivo, en el fondo, por el que todos los personajes de Existen Z se reúnen a experimentar con el videojuego y el deseo subyacente a los creadores del programa Videodrome. Quienes, en este caso, no se contentan únicamente con el simulacro y evitación de la muerte sino que además desean suplantar a dios, como tantos y tantos políticos. A los que estoy seguro de que si les preguntáramos cómo y de qué piensan morir, no tendrían respuesta. No por la interrogante en sí que, reconozco, puede ser complicada e intrusiva sino porque se conciben inmortales, tal y como James Dean pensó que era y lo cree la sociedad en que este icono creció: la norteamericana. Una sociedad que no se cansa de acumular deuda, petroleo y dinero con la esperanza de que así podrá retrasar lo inevitable, la muerte, cuando lo único que está consiguiendo con ello es mamar y mamar de un chupete con tanta fuerza e intensidad que sólo resta saber cuando terminará por ahogarse. Shalam

الصبْر مِفْتاح الفرج

El hombre que no sabe sonreír, no debe abrir tienda

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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