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Vals

Jul 22, 2020 | 0 Comentarios

Lo que más me impresiona de The last waltz son las entrevistas de Scorsese a los miembros de The Band. El concierto es mágico, sí, pero las conversaciones entre los músicos y el cineasta son brutales.  Levon Helm, Robbie Robertson, Rick Danko y compañía transmiten un gigantesco cansancio. Años de giras, de experiencias inusuales, de encuentros sexuales a salto de mata, de noches interminables durmiendo en la carretera se perciben en sus rostros. También la pasión por la música, esa sensación de haberlo dejado todo, haber intentado (y conseguido) vivir realizando aquello que amaban pero, sobre todo, la crudeza de la separación; los agrios sinsabores.

Robbie es el más intelectual de todos ellos. El que probablemente es más consciente del significado de sus vivencias y del lugar que iba a ocupar de The Band en la historia del rock. Pero aún así, se le nota taciturno. Su perfil es desgarbado y existe cierta acidez y cinismo en sus palabras. Una actitud que deja traslucir el tremendo choque entre sus sueños de adolescente y la realidad. Hay algo muy auténtico en la forma de expresarse de todos los miembros de The Band. En sus miradas, en su respiración, en sus palabras. Parecen escaladores. Aventureros conscientes de que su periplo viajero concluyó. Que ya nada será lo mismo. Intentan transmitir pasión, compartir su vocación, pero al mismo tiempo, se percibe que se han sentido arrollados por el tren de la vida. Por lo que sus testimonios son dolorosos. Francos y veraces. Orgullosos y al mismo tiempo llenos de tristeza. Ninguno de ellos quiere llorar. Todos quieren mirar hacia delante. Seguir tocando. Contribuyendo a que el circo continúe girando. Sonríen. Hacen chistes. Dejan reflexiones enjundiosas. Pero, en cierto modo, saben que se encuentran celebrando su funeral artístico y existe mucha pesadumbre en sus intervenciones. Una tremenda congoja pugnando por salir de su interior que sólo alcanzan a solucionar cuando empuñan sus instrumentos y entran en trance catártico.

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Del concierto destacaría, ante todo, su espíritu de jam session y comunal. En realidad, el organigrama de intervenciones se encuentra tan bien estructurado y aceitado, existe tanta armonía en escena, que la mayoría de invitados se acoplan y fluyen perfectamente con los miembros de The Band. Muchos parecen haber estado tocando durante bastante tiempo juntos y ser colegas íntimos. El recital es emocionante porque los músicos no lo plantean como un homenaje sino como una obra viva. Un espectáculo circense y verdadero lleno de complicidad cuyos intérpretes se sienten más preocupados de golpear a la audiencia que de rememorar viejas batallas.

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Creo que The last waltz debe mucho de su fama y embrujo a su valor simbólico. A que se trata, en cierto sentido, de la última coda del hippismo. Los asesinatos cometidos por la familia Manson y la violencia y las muertes acaecidas en Altamont probablemente marcaron el principio del fin del movimiento hippie pero su definitiva conclusión no llegó hasta más tarde. Aproximadamente por la época en la que se llevó a cabo el proyecto que, aunque se estrenó en 1978, se rodó un año antes del estallido punk (1976), justo cuando el rock sinfónico y progresivo comenzaba a descender de los cielos artísticos y el nihilismo empezaba a imperar y marcar terreno. Además, el hecho de que The Band hubieran salido de gira con Bob Dylan cuando aún se le consideraba un profeta de la paz (por más que muchos lo denominaran Judas por su trasvase del folk a la electricidad), probablemente contribuiría y ahondaría en la sensación de que con The last waltz finalizaba (ahora sí definitivamente) la era de las flores, la marihuana, la belleza y la confraternidad aplastada por la del petróleo, la cocaína, la suciedad y el individualismo. Todo ese mundo que Scorsese había retratado magistralmente en Taxi Driver pocos meses antes de abordar la filmación de este concierto hermoso y crepuscular. Shalam

لا يوجد شيء للتعلم من النجاح. كل شيء يتعلم من الفشل

No hay nada que aprender del éxito. Todo se aprende del fracaso

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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