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Bardos y mendigos

Oct 22, 2016 | 0 Comentarios

Jethro Tull eran un cruce entre la era medieval y la hippie. Instintivamente, forjaron un puente entre los viejos trovadores y los cantautores de la era rock. En Ian Anderson y sus compañeros aún persistía la necesidad de narrar historias. La conciencia de que rockero y cuentacuentos eran palabras sinónimas. Y, por tanto, la misión de un músico era la de crear un embriagador ambiente y encantar a su audiencia, conduciéndola hacia otros mundos y espacios, equilibrando fantasía y crítica social.

Jethro Tull pertenecían a un mundo en el que un rockero debía ser una mezcla entre un bandido y un vagabundo con el talento de un mago. Era la unión de dos arquetipos: el loco y el ermitaño. La combinación de sabiduría y descaro, meditación y atrevimiento. La ilusión de que en el camino habría una nueva aldea y una taberna. Noches de baile, comida y sexo propiciadas por la música.

Nada más ajeno a la aséptica modernidad que un disco de Jethro Tull. Una especie de festín pantagruélico de flautas y guitarras. El barroco travestido en medio de una campiña inglesa o escocesa. Una salve consagrada a reverdecer la memoria heroica de viejos bardos, poetas, guerreros y músicos. La locura eterna de los artistas. Remenbranzas de lienzos de Brueguel el viejo en medio de castillos medievales donde jóvenes alzaban sus voces gritando «Carpe Diem», se realizaban continuas loas de paisajes naturales idealizados y se leían unas cuantas crónicas en recuerdo de la Rebelión de Wat Tyler, la de William Wallace y viejos piratas cuya valentía y furor fueron despreciados por la nobleza.

jethro_tull_rock_group_wallpaperIncluso en los tiempos en que su nombre invocaba ciertos aires vanguardísticos, Jethro Tull eran el pasado. Un Forever Woodstock o un Non Stop Utopia ácido e irónico. El deseo de encontrar lazos de unión entre Johan Sebastian Bach, la música de cámara y las cantatas medievales con el folk y la música progresiva. El eterno retorno de Dionisos. La máscara de los sátiros sacando la lengua a la cultura de la Universidad mezclando el lenguaje callejero con la poesía medieval y las alucinaciones literarias de Allen Gingsberg. Los campesinos ingleses en rebelión tomando la Torre de Londres destrozando el feudalismo para siempre entre gritos de odio y carcajadas feroces. El orgullo de los acantilados y paisajes de Escocia. Y el carnaval atravesando los siglos para transformar la civilización en una eterna bacanal. En esencia, sí, sexo y crítica feroz y sardónica.

Ian Anderson era el ego incontrolable de todo artista pero también su capacidad de rebelión. El bufón genial. El loco convertido en genio. Un animal lírico que lo mismo reivindicaba la dignidad de los mendigos, vertía loas a los desnutridos que poblaban las calles de Gran Bretaña las cuales remitían a los años de la peste negra o a las novelas de Charles Dickens, que trazaba ingeniosos versos amorosos o construía diatribas furiosas en contra de las iglesias y los políticos. Su espíritu, de hecho, conectaba internamente con el de los grandes satíricos de la tradición británica. Pues su letras tenían mucho de burlonas. Poseían una instintiva agresividad anárquica que lo mismo entroncaba con las delirantes propuestas narrativas de Lawrence Sterne que con las bufonadas de los Monthy Python, el corrosivo espíritu de Gilbert K. Chesterton o el idealismo irreverente cervantino. No en vano una de sus indiscutibles obras maestras –Thichk as a brick– brotó como una especie de diatriba en contra de las obras conceptuales y quienes habían encasillado su inmortal Aqualung en este cajón. Y de ahí, paradójicamente, brotó uno de los discos progresivos de la historia. El don Quijote del prog. Una caverna de sonidos en constante evolución, aunados unos junto a otros instintivamente, que demostraban que el rock progresivo podía ser divertido. Una caótica marea ideal para surcar los mares contemporáneos, mezclando pasado y presente, en busca de la fiesta perfecta. La construcción del mundo al revés. Aquella obra estaba plagada de punk ensoñador, picaresca, mala leche y dulzura. Era prácticamente terrorismo costumbrista. Una odisea que hacía añorar la paz sentida al acceder a una catedral gótica o las risas jubilosas sin contaminar aún por la cultura que los artesanos emitían en los años oscuros del Medievo y es, desde luego, un exponente ideal para introducirse en la discografía de la banda.

p01bqnsxA su manera, Jethro Tull fueron la rabia y la rebeldía. Eso sí, orquestada. El puñetazo de un violinista trajeado. Un director de orquesta cabreado. Pero también, la épica y el recuerdo. Un enorme canto al pasado en medio de una tormenta de bits tecnológicos, cifras económicas y petroleo.

De hecho, escuchar muchas de sus grandes obras de los 70 me hace imaginar una orquesta interpretando un concierto rigurosamente al aire libre en medio de un descomunal incendio. Hay algo en ellos que me hace rememorar aquella época de Roma en que, debido a la decadencia, la fe en los Antiguos Dioses se había ido extinguiendo pero no terminaba de consolidarse globalmente el culto a Cristo y, por tanto, existía un vacío. Una ausencia de referencias.

Creo que Jethro Tull eran un barco navegando entre el viejo humanismo y el incipiente consumismo. El sueño de la Arcadia natural y el maquinismo. Los anhelos hedonistas y bucólicos de media humanidad y la pornografía tecnológica. Esa frontera que delimitaba el choque entre un pasado en el que la excentricidad artística todavía era necesaria y un futuro (ya convertido en presente) que ha transformado cualquier intento (sea sincero o no) de escandalizar de los artistas en una performance. Manipulación mediática. Y es por ello que, aun sonando esperanzadores, incluso en sus odas más agrestes (pienso en discos como el mágico Songs from the Wood) existe cierto escepticismo en su música. Cierto tono nihilista y decadente que dota a su música de una violencia que la hace sumamente atractiva. Todavía contemporánea. Y explica la atracción de muchos grupos de death o black metal (Opeth a la cabeza) por ellos. Pues, al fin y al cabo, su propuesta escuchada hoy suena tan atemporal que se antoja transgresora, un canto bucólico y anárquico contra la uniformidad. Un territorio que invita al baile y la borrachera suceda lo que suceda, al hedonismo perpetuo, basado en una lúcida visión sobre los terrores y castigos impuestos por el poder y los caprichos de los dioses antiguos. La importancia de reencontrarse con el mundo natural.

chr1044-innerfoldEn fin, más allá de la deriva vital y de las ínfulas narcisistas de Ian Anderson, escuchar la etapa dorada de Jethro Tull hoy en día transmite paz y regocijo. La sensación de estar ante músicos honestos que se tomaban la música muy en serio. Y que tenían muy en cuenta al vulgo y a la tan denostada plebe. Pues su mensaje se encontraba dirigido mucho más a las tropas que acompañaban a Lancelot o Ivanhoe que a los legendarios caballeros. Y les importaba más que el pueblo pudiera disfrutar de las conquistas llevadas a cabo por el rey Arturo que las condecoraciones que el monarca obtuviera.

Al fin y al cabo, simbolizaban el quejido, el ruido romántico de las aldeas cantando orgullosas frente al imperio del ladrillo. Dejaban traslucir en todos sus discos la risa de los vagabundos quebrándose al recorrer el casco antiguo de las ciudades mientras gritaban en voz alta que sí, tal vez los ricos y nobles estuvieran bien abrigados cenando en esos momentos acompañados de sus familiares y seres queridos, pero nunca sabrían de la libertad de los marginados. Los hijos de Caín. Ni tampoco de la intensa, cruel pero veraz, profundamente veraz experiencia de vida de los desterrados o de las estrías del alma del holandés errante en su oscuro peregrinar por la tierra. Shalam

إِذَا أَرَادَ اللَّهُ هَلاَكَ النَّمْلَةِ أَنْبَتَ لَهَا جَنَاحَيْنِ

Los ojos se fían de ellos mismos, las orejas se fían de los demás

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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