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La guerra del cerdo (2)

Mar 24, 2021 | 2 Comentarios

Prosigo con mi particular diario –La guerra del cerdo– y dejo a continuación algunas de mis últimas impresiones y experiencias con las mascarillas. Quien quiera leer la primera parte por cierto, no más tiene que pinchar aquí: http://www.averiadepollos.com/biografia/la-guerra-del-cerdo-1/

La guerra del cerdo (2)

Hace unos días salía del bar donde suelo tomar café y volví a encontrarme con el chico del comercio multiusos. Llega la primavera, el tiempo va mejorando y es habitual verlo sentado en la puerta. Yo llevaba colocado el mismo tipo de mascarilla que la última vez que lo encontré. Me dijo, entre chistoso y enojado, que debía comprarme una homologada y amenazó con decírselo a la policía. Hay precisamente una oficina a escasos metros laterales de su local y daba la casualidad que había varios agentes en su coche en ese mismo momento. Me crucé frente a ellos. Los percibí tensos. Tenían puesta la radio en voz alta. Escuchaban un programa político. Desde luego, no parecían estar enojados por mi mascarilla no homologada. Ni me miraron. Supongo que tendrían mejores asuntos en los que pensar. Yo también.

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El jueves estuve en Cartagena y me compré una mascarilla homologada. Me costó un euro y 20 centimos. Por un poco más comía de menú cuando vivía en México. Como llevaba varios meses sin pasear por una ciudad cometí unas cuantas imprudencias. Entré decidido a una fotocopiadora a imprimir una página, pero tuve que salir a los pocos segundos. Tanto el propietario como los clientes que hacían cola me dijeron adónde iba. No los había visto. Pedí perdón y me fui a otra parte. No estaba dispuesto a esperar 10 minutos en la calle. Luego vi a un viejo conocido y le tendí la mano. No me la estrechó. «¿Estás loco?», me dijo, «¡con la que está cayendo!» Pedí perdón y me fui a otra parte. No hablamos ni de su vida ni de la mía. No hablamos de nada. Esto también me pasó con mi tía. A quien no visité para no ser multado (no somos convivientes) aunque llevo desde Navidad sin verla en persona. Me conformé con escuchar, como es habitual, su voz por teléfono sin decirle que me encontraba a dos o tres calles de su casa.

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Volví al restaurante chino donde suelo comer en Cartagena. Pedí la carta. Me dijeron que no podían entregármela por las restricciones sanitarias y que debía escanear un código pegado a la pared con mi móvil. Juro que no sé hacerlo. Lo instalaré en próximos días. Así que tuve que salirme a la puerta y anotar lo que iba a pedir. Llevaba tanto tiempo sin comer allí que me di un festín. Me llené y luego casi no podía respirar. Me quitaba la mascarilla una y otra vez para no desmayarme. Sufriendo por si me veía alguien y comenzaba a gritarme. En un momento dado, pensé que no aguantaba más. Pero no vomité. A pesar de no haberlo hecho, no pude evitar imaginarme el rostro del basurero que hubiera retirado los desperdicios. Un verdadero héroe. ¿Cómo podría aguantar? Supongo que también llevaría mascarilla homologada como la mía.

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Antes, había hablado con un amigo de infancia. Un muchacho que montó un muy sugerente bar (de esos en los que da gusto pasar horas) justo durante los meses anteriores a la pandemia. Aunque es una persona muy optimista, transmitía desasosiego. No había recibido ayudas y se habían generado muchas pérdidas. Los cierres y la confusa normativa lo habían destrozado. Lo que más teme del futuro es la incertidumbre. Si supiera la fecha del fin del túnel, tendría una referencia, una meta a la que llegar. Pero no sabe si le mandarán cerrar en Semana Santa de un día para otro o si impondrán el toque de queda a partir de las 7 u 8 de la tarde. A veces hablaba con la mirada perdida.

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Leo en twitter ataques virulentos entre quienes creen que el coronavirus es una  maldición bíblica y el bacilo más mortal y quienes aseguran que los hospitales están vacíos. Algún día transcribiré varias de esas conversaciones plagadas de insultos. Los contendientes se pelean con furor e intensidad. Muchos se desean la muerte. A la mascarilla la llaman bozal los que se niegan a ponérsela. Y los que la portan con orgullo, la denominan salvavidas.

Alguien se pregunta respecto a los inconstitucionales toques de queda: ¿Qué será lo siguiente, meternos en campos de concentración? Y varios le responden que van ahora mismo a poner una denuncia en comisaria contra el gobierno. Otros les incriminan asegurando que han hecho captura de sus tweets y les van a denunciar a ellos por imprudentes. «Morderéis la puta cárcel por ponernos a todos en riesgo». Algo así les dicen.

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El propietario del bar que suelo visitar me comenta que en España es desde hace un día o dos completamente obligatorio llevar la mascarilla aunque se camine solo al aire libre. Supongo que la mayoría de personas que vivimos en la Manga, harán lo mismo que yo. La llevarán bajada para poder respirar con libertad y cuando se crucen con alguien o atisben a la policía, se la subirán. Pero no es así. Casi todos con los que me cruzo la llevan perfectamente colocada.

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Contemplo a lo lejos a un muchacho pasear por la playa. Moja sus pies en el agua. Aunque está solo, lleva una mascarilla en el rostro. No sé si homologada o no. No alcanzo a distinguirla a lo lejos.

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La mascarilla homologada que me costó un euro y veinte céntimos se me rompe. Era increíblemente incómoda y al ir ajustarla en mi oreja, el elástico se despega. Tras varios minutos caminando con la mano pegada a la boca para no ser multado ni increpado, veo una farmacia y me compro otra mascarilla. Un poco más barata que la anterior. «También está homologada», me asegura la farmacéutica. «Eso me tranquiliza», le digo. La chica no capta la ironía. Agarra el dinero y sonríe satisfecha por el deber cumplido.

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¿Cuándo habrá desfiles de moda de mascarillas? Que yo sepa si los hay de bañadores, ropa de invierno y primavera, antes o después habrá alguno ya sea realizado por una compañía artística o un performer o un modisto avispado deseoso de sus cinco minutos de fama. ¡Exito seguro por cierto!

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En muchos comercios venden ahora mascarillas de colores. Una papelería donde en otras ocasiones hice fotocopias tiene una oferta interesante. El mostrador está casi lleno. Creo que nadie está respetando la distancia de seguridad. Hay dos o tres parejas esperando en la puerta.

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Me asegura un amigo que los extranjeros vacunados y con mascarilla homologada podrán visitar España durante esta Semana Santa. Pero que los españoles no podrán ir a regiones limítrofes ni aunque se encuentren vacunados y lleven mascarillas homologadas. Días después leo en el Mundo Today la siguiente noticia: «Los españoles saldrán al balcón a las 8 de la tarde a aplaudir a los turistas».

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El chico del bar me ha felicitado cuando me ha visto camino del bar con la mascarilla homologada. Me ha saludado con verdadera alegría. Se le notaba contento. «¡Bravo! ¡Ahora sí!», me decía. «¡Así me gusta verte!» Le hice un signo de ok con la mano (como si hubiera metido un gol o fuéramos colegas íntimos) y continué andando hacia el bar. Al fin y al cabo, la vida sigue; con o sin mascarillas homologadas. Shalam

لا تعتذر عن كونك على صواب

Nunca te disculpes por ser correcto

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:…mascarillas tirachinas……( i griega con gomas)…………….
    2ºimagen:….oigan, ustedes estan aqui para protegerme— para ayudarme!!!!…….¡¡cuidado con lo que dice que vamos al cuartelillo!!!………(habra de todo….jajajajjj)…………..
    3ºimagen:…..buzon lleno de dinero……o lleno de enfermeras como la ultima venta de bansky beneficio a la sanidad britanica………………..
    4ºimagen:…..africa septentrional……………..
    5ºimagen:…..cuando brancusi empezo con abrasios y abrasivos sobre la piedra y se quedo con un una «piedrecica» de gratitud……..(la imaginacion es todo lo que le rodea)…..

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    • Alejandro Hermosilla

      1) Mascarillas Botticelli. La primavera era esto. 2) ¿Quién es quién? 3) La pista. 4) Senderos migrantes. 5) Photo España. Concurso de mascarillas. Portada de revista. PD: no comprendo lo que indicas sobre Brancusi.

      Responder

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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