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Niño monstruo

Ago 16, 2016 | 0 Comentarios

Ray Harryhausen me recuerda a H.P. Lovecraft. De alguna forma, concibo a sus monstruos como un reverso (simpático) de los Antiguos. Aunque, en este caso, diría que no pertenecen al más allá sino al más acá. No establecen puentes con firmamentos desconocidos sino con universos mucho más cotidianos. Pues pienso que en parte -sólo en parte- son producto y resultado de décadas de optimismo (o más bien, expansión) capitalista frente a las creaciones de Lovecraft surgidas del insconciente profundo para exorcizar las amenazantes visiones de los primeros rascacielos.

Obviamente, habría que precisar mucho más de lo que lo hago estos conceptos. Pero entiendo que bastan como una primera aproximación a esas mágicas creaciones del productor norteamericano, capaces de conseguir extraer sonrisas en medio de situaciones trágicas y apocalípticas. Básicamente, porque Harryhausen se encontraba enamorado de ellas. Es más, creo que se reconocía en los monstruos. Y que existía una parte de sí mismo en cada uno de estos amenazantes seres, al contrario que Lovecraft, mucho más apático, que ni los admiraba ni rechazaba. Era absolutamente indiferente hacia esas efigies de la eternidad como esos vampiros reptiles lo eran hacia un mundo del que absorbían sus energías y en el que provocaban terror con su mera presencia. Algo que pienso que no ocurre en absoluto con Harryhausen. Pues, en realidad, muchas veces tenemos ganas de reír al contemplar sus criaturas porque son capaces, a pesar de su enormidad, de tocarnos fibras sensibles infantiles. Y se encuentran diseñadas con tanto mimo, exclusividad y cariño por parte de su creador que es inevitable que nos extraigan gestos de asombro. Un regocijo absolutamente hedonista entremezclado de nostalgia e ilusión.

Aunque pueda parecer que deliro, encuentro conexiones entre los enormes, colosales monstruos de Harryhausen y los gigantescos senos de las heroínas de los films de Russ Meyer. O más que nada, entre el punto de vista desde el que ambos artistas visualizaban lo grotesco y lo exagerado y lograron convertir la monstruosidad en belleza, la enormidad en cotidiana normalidad y la exuberancia en erotismo. Posiblemente como un reflejo del amplio y extenso territorio del país norteamericano que, tras la Segunda Guerra Mundial, era necesario terminar de reapropiarse. Transformando sus enormes espacios aun sin civilizar en monstruos cariñosos, voluptuosos senos apetecibles, que es lo que tanto Harryhausen y Russ Meyer, cada uno a su manera, consiguieron con sus deliciosas creaciones.

De hecho, creo que para Harryhausen, (como para Russ Meyer lo fueron los senos en el plano sexual), los monstruos ocupaban un espacio que sin su feroz presencia, hubiera generado aún más angustia y sensación de vacío.

Los monstruos eran un enemigo necesario. El elemento que restaba para dar sentido al consumismo y a la colonización final -implantación absoluta del capitalismo- de América. Una encarnación de los miedos que más que a acrecentarlos, venía a disolverlos, disiparlos y, a su vez, una metáfora del progresivo avance del capitalismo sentido tanto como fuerza monstruosa imparable e irrenunciable como potencia amiga, capaz de lograr que todos y cada uno de los deseos humanos fueran satisfechos.

Y en este sentido -y de ahí el aspecto encantador de muchas de sus figuras- los monstruos, dioses y espíritus diseñados de Harryhausen tenían una función clara: lograr que el inconsciente se familiarizara con sus temores. Mamara de la gran teta surgida de la madre tierra americana para terminar de afrontar la implantación de la ideología capitalista en las fronteras conquistadas hace siglos. Permitiendo de paso afrontar esos terribles miedos -el pavor al «otro»; comunismo, invasión extratarrestre- que, tras la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a brotar como pus en el rostro de un adolescente en el interior de la psique social del norteamericano medio. Y, asimismo, tomar conciencia de la necesidad de colonizar el espacio exterior. Una empresa no muy distinta -vista a través del tamiz de Harryhausen- de lo que supuso para el hombre primitivo, sobrevivir, familiarizarse y controlar el mundo antiguo dominado por dinosaurios y abominables seres salvajes o la búsqueda del Vellocino de Oro en la Antigua Hélade.

De todas formas, creo que la genialidad de Harryhausen no se halla exactamente aquí. Más que nada, porque lo dicho anteriormente sobre sus monstruos podría indicarse de otros tantos diseñados por Hollywood durante la explosión de la ciencia ficción o el género de terror. Sino que más bien radica en su mentalidad de sarcástico hombre de aventuras. En su sentido del humor. Lo que proporciona lucidez y ligereza a todos sus diseños. Un cierto aire excéntrico y disparatado además de humano.

Básicamente, Harryhausen era consciente de que los monstruos siempre estarán aquí y allí. En este plano de la realidad (o el otro). Nunca, jamás se irán por un hecho esencial: porque habitan en nosotros. Nosotros somos ellos y ellos son nosotros. Lo que hacía que fuera capaz de personalizar cada uno de sus diseños. Individualizarlos, dotándoles de «aura», magnetismo, vida y unos rasgos propios que, a pesar de su sangrienta actitud y comportamiento, permitían identificarlos como seres con un alma y personalidad propia. De hecho, creo que esa es la esencia de sus monstruos: su intransferible y explosiva personalidad. Un carácter hierático y flexible que, aun y a pesar de su crudeza y bestialidad, reflejaba cierta sensibilidad y sentimientos. Por lo general, eso sí, extremos.

Ocurre que como además, Harryhausen era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que Norteamérica no ejercía únicamente el papel en el mundo contemporáneo de héroe sino también, efectivamente, de monstruo para muchas otras naciones y quién sabe si también para civilizaciones desconocidas, sus creaciones reflejan también esa locura esquizofrénica de la sociedad actual. Pero también la lástima y la tristeza. La gigantesca sinrazón con tal inocencia que es difícil no enamorarse de ellas, como él cayó cautivado de King Kong en su infancia y el enorme gorila lo hizo de una mujer. Sus monstruos, de hecho, son manifestaciones de supervivencia salvaje pero también de la pureza que anida en el corazón de las bestias. Una prueba de que el animal es posiblemente más humano que el hombre. Aunque posiblemente no más astuto y sagaz ni retorcido puesto que la perversión va de la mano de la civilización.

En realidad, Harryhausen es el comienzo de humanización (o colonización) del universo desconocido. El preludio de esos planetas habitados por seres de las más distintas especies que aparecen en Star Wars. Y también la estilización de la serie B y Disney. La mirada adulta e inocente al lado oscuro de las fantasías creadas en Hollywood. Y el puente entre aquellas fantasías urdidas por Robert. E. Howard situadas en tiempos pretéritos e islas misteriosas y las actuales distopías sin sentido. Representa un tiempo en el que todavía los malvados tenían nombre y el capitalismo poseía un relato. Necesitaba de héroes (seres humanos en definitiva) que enfrentasen situaciones hoscas para implantarse y no se encontraba sumergido en las continuas implosiones y explosiones económicas actuales que paralizan su avance y son, en el fondo, reflejo de una decadencia que únicamente posee un proyecto ilusionante: la llegada del fin absoluto que implique la renovación total. El retorno a los monstruosos tiempos del origen. Shalam

 أَنَا أَمِيرٌ وَأَنْتَ أَمِيرٌ فَمَنْ يَسُوقُ الْحَمِيرَ

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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