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Comanchería

Sep 24, 2021 | 2 Comentarios

Comanchería es un western brutal. La prueba de que no hacen falta caballos ni pistolas para rememorar o revitalizar el género. Porque la esencia del filme de David Mackenzie se encuentra en los paisajes sucios, casi desagradables, recorridos por dos policías y dos forajidos condenados a luchar frente a frente debido no tanto a que unos y otros representen al bien o al mal o se encuentren en el lugar correcto o equivocado sino al implacable sistema económico.

La grandeza de Comanchería radica en que es sumamente divertida y trepidante como las mejores películas de acción o las rotundas y viscerales películas de Sam Peckinpah pero, a la vez, es una depresiva radiografía de la sociedad. Precisamente porque, aun siendo la trama sumamente importante, son los destartalados paisajes donde se desarrolla la trama (esos bares inhóspitos donde sólo se sirve un plato con los que David Lynch hubiera hecho maravillas, esas calles vacías y asoleadas que semejan las de los viejos poblados del western, esos coches con ruedas y puertas gastadas que recuerdan a los de los 70) los que le confieren su personalidad. Su carácter.

En realidad, Comanchería podría pasar perfectamente por una adaptación de un breve y conciso relato de Cormac McCarthy. Aunque su carácter canalla también permite visualizarla como una versión salvaje de una de esas bestiales novelas de bolsillo centradas en el Oeste americano que no dejaban títere con cabeza. Dicho esto, a mí en parte me gusta visualizarla como si fuera una puesta a punto de la mítica serie fotográfica de Robert Frank, The americans. Puesto que puedo imaginarme cualquiera de sus personajes, calles, poblaciones, bancos, casinos y moteles apareciendo en el mítico libro.

Comanchería es una poesía desesperada. Una canción interpretada entre el desierto y la ciudad. En uno de esos espacios desechos de la región texana que marcan la fronteras y límites entre México y EUA. Es una camisa sucia desgastada por el barro y los días. Una obra triste y violenta cuya banda sonora es perfecta. De un lado, un blues desgarrador interpretado por tipos con una biografía desgraciada y de otro, una melodía letánica e instrumental sabiamente conducida por Nick Cave y Warren Ellis. En cualquier caso, a veces pienso que Comanchería no necesita banda sonora porque las persecuciones de coches y las calles huelen a silencio. A destino fatal e inevitable. A muerte.

Ciertamente, todos los actores están soberbios pero, por supuesto, Jeff Bridges merece un capítulo aparte. Su interpretación es sobrenatural. Cuando Bridges habla en la película, algo se mueve. A Bridges se le escucha casi mover los dedos. Podría, creo, identificar el sonido de sus pasos y me atrevería a decir que casi somos conscientes de cómo la saliva recorre su boca o los alimentos van penetrando en su cuerpo. Su personaje es absolutamente crepuscular. Uno de esos apetitosos bocados de carne con los que se relamen los grandes actores cuando, debido a la edad, comienzan a entrar en el ocaso de su carrera. Comanchería sería una película muy interesante sin Bridges. Sería muy reseñable. Pero con él directamente pasa a otra dimensión. Tirando de tópicos, podría decir que Bridges levita. Aunque, en realidad, no creo que esta definición haga justicia a su interpretación. Porque lo que logra Bridges es una interpretación tremendamente real. Tan real que asusta. Precisa, justa, sabia. ¡Joder! Hay momentos en los que su interpretación es tan concisa que se me olvida incluso (a pesar de su magnetismo) que él se encuentra detrás del personaje y pienso que estoy frente a un Ranger de verdad. Alguien con quien podría cruzarme pasado mañana en caso de agarrar un avión y visitar la tierra de los Bush.

Bridges está tan sobrado que incluso logra hacer brillar a su compañero (un impresionante Gil Birmingham) y a todo aquel con el que interactúa. Y por si fuera poco, Mckenzie es lo suficiemente hábil como para hacerle jugar con la interpretación que realizara décadas atrás en The last picture show puesto que los pueblos que aparecen en los primeros compases de Comanchería también lo hacían en el inolvidable filme de Peter Bogdanovich.

Podría terminar este avería invocando el espíritu de Howard Hawks o John Steinbeck (influencias presentes también en la obra) pero creo que no es necesario porque, a diferencia de muchas obras posmodernas, Comanchería no es cerebral. No necesitamos de ciertas referencias para disfrutarla más o hacer más completo su visionado.

El filme de Mackenzie dispara directo al corazón. Pega fuerte en las costillas. Es una película que se siente o no cuya grandeza radica en su sencillez. En esas conversaciones como la final entre un hombre de la ley y un malhechor donde todas las diferencias entre ellos se difuminan por un momento y el espíritu de viejo Oeste (un muerto de los tuyos por uno de los míos) vuelve a imperar en medio de la época de las hipotecas subprime, la letra pequeña de los contratos y la diabólica influencia de bancos más fríos y peligrosos que la bala de acero más sólida. Shalam

أغلال الذهب أسوأ بكثير من الأغلال الحديدية

Los grilletes de oro son mucho peor que los de hierro

2 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen:…tenemos energia para un año……
    2ºimagen:….aqui no se fia!……..
    3ºimagen:…no piense que somos gemelos aunque llevemos los dos el mismo tipo de sombrero….
    4ºimagen:…….1los dos guardias de camisa beige se convierten en dos dianas……2a continuacion se oye una voz en off: preparado, listo……….!!…
    PD:….https://www.youtube.com/watch?v=y1Uo7qiDrao&list=PL-xKzOwI71intMITY4zqfiB6DgXGjE17N…franz ferdinand-jaqueline……olor a oeste…….

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    • Alejandro Hermosilla

      1) ¡Qué puta mierda de vida! 2) Escena de un vídeo homenaje a Townes Van Zandt 3) Onirica escena de Twin Peaks. Cruce dimensional. 4) Buscan al Correcaminos. El personaje de dibujos animados se convierte en alguien real. PD: Debo reconocer que no puedo con Ferdinand. Son mi kriptonita. Ellos y otro tipo de grupos de ese corte. Me quedo con mis grupos heavy muy a gusto.

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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