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Rezos

Oct 27, 2019 | 0 Comentarios

Juan Román Riquelme dejó múltiples imágenes icónicas a lo largo de su trayectoria. Pero creo que hay una que explica perfectamente el inmenso amor que sentía por Boca. En ella se le ve rezando casi con convulsiones epiléticas y besando un crucifijo, a punto de perder la conciencia, durante la tanda de penalties que decidió el ganador de la Copa Libertadores 2001.

Basta contemplar esa fotografía para comprender por qué los xeneizes fueron un equipo temible y casi imbatible durante varios años. Cómo fue que se convirtieron en el ojito derecho de dios. El equipo del creador del mundo. Por qué, además de la calidad de sus futbolistas, eran un frontón inexpugnable y cada club que se enfrentaba a ellos tenía auténticos dolores de cabeza. Esa fotografía, sí, explica por qué a Boca no bastaba con matarlo. Había que rematarlo y volver a rematarlo y si era posible clavar varias estacas en el ataúd y asegurarse una y mil veces de haberlo dejado cerrado por si acaso revivía.

Boca era un equipo con alma y unido que no ganaba por la camiseta -como muchos aficionados sobrados decían- sino porque sus jugadores besaban sus colores diariamente y salían al campo como gladiadores. No eran deportistas. Eran templarios. Guerreros. Eran espartanos que olían inmediatamente la sangre y las debilidades del rival. Boca era su religión y los partidos su comunión. Nadie obviamente iba a morir en aquellos lances pero lo parecía y a las pruebas me remito. A esa fotografía vuelvo a aludir. Porque todo el cuerpo de Juan Román Riquelme estaba implicado en sus rezos. Todo su espíritu. Toda su vida. Tanto sus ancestros como sus descendientes y asimismo, la ilusión de miles de aficionados que gracias a los triunfos xeneizes podían aspirar a morir en paz. Encontraban un sentido total, absoluto a su vida. Lograban convertir su existencia en carnaval.

Creo que en las grandes crisis como la que está viviendo actualmente Boca hay que remontarse a determinados puntos negros. El club era un erial en los 80. No estaba a punto de desaparecer pero casi. Era una ruina económica. Al igual que River hace unos cuantos años, se encontraba en el barro. Era un equipo golpeado. Sin embargo, tres o cuatro décadas después tiene los problemas de los nuevos ricos. Los aficionados se acostumbraron a ganar, perdieron espíritu crítico y, aunque sin ninguna duda siguen siendo el baluarte más preciado del club, menospreciaron a su rivales. Pensaron que ganar era una cuestión de voluntad e inercia y dejaron de meter presión a la dirigencia. Una presidencia más preocupada en cómo gestionar el dinero y exportar el nombre de Boca comercialmente, como demuestra el mediocre documental estrenado en Netflix hace un tiempo, que en la gloria deportiva. En las hazañas futbolísticas. La inmortalidad del balón.

No hay duda de que Daniel Angelici es un presidente que no ha hecho bien al historial deportivo bostero. Tenía de hecho que estar fuera de la Casa Amarilla desde hace varios años. Probablemente desde la derrota contra Independiente del Valle en las semifinales de la Libertadores del 2016. Porque si bien ha logrado inverosímiles superavits ecónomicos, se ha rodeado de mediocres gestores incapaces de infundir alma de pueblo al equipo y de identificar hasta que ya era muy tarde a Marcelo Gallardo como un ENORME PROBLEMA. Ha sido un presidente sin espíritu ganador. Un funcionario afable sin claros referentes futbolísticos que pensaba que bastaba soltar grandes cantidades dinero y comprar jugadores con cierto renombre para construir un equipo. Cuando en absoluto es así. Porque los clubs son también un estado de ánimo. No son resorts ni centros de ocio. Y los jugadores necesitan unirse para sostener una causa común. Y si es necesario rezar en cuerpo y alma antes de cada partido y durante y después de cada crucial enfrentamiento puesto que, más que un síntoma religioso, ese rezo es una señal de que entienden su oficio como un absoluto. Una causa superior a la que servir y entregar sus mejores años y no de la que aprovecharse para conseguir fama y dinero o cierto prestigio. Shalam       

بدون جهد لا يوجد سلام ،   وبدون صراع لا يوجد نصر

Sin esfuerzo no hay paz, sin lucha no hay victoria

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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