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El suplicio de las moscas

Ene 22, 2014 | 0 Comentarios

A Elias Canetti lo empecé a admirar cuando leí Auto de fe. No tardé mucho en conectar con la historia de Peter Kein. Aquel sinólogo que vivía recluido del mundo y se encontraba absolutamente obsesionado con su inmensa biblioteca. De hecho, considero a esta novela una de las mejores del pasado siglo. Una perversa sátira sobre la cultura europea que ahonda en una de las cuestiones que hicieron aullar al Occidente de las dos guerras: ¿Cómo fue posible que el arte, la literatura y la cultura en general se convirtieran en celdas que en vez de hacer más tolerantes a quienes se adentraban en ellas, los malformaban y embrutecían? ¿Por qué los intelectuales han terminado en muchos casos, convirtiéndose en carceleros de libros y obras de arte y no se diferencian demasiado de los científicos, militares y soldados nazis?

En cualquier caso, no quería yo hablar hoy de Auto de fe sino de El suplicio de las moscas. Un libro de aforismos y apuntes que toma su título de una escalofriante historia extraída de las memorias de Misia Sert. De entre sus páginas, he seleccionado una serie de aforismos que me han llamado la atención y tal vez introduzca en Ruido del arte.

Ahí los dejo:

«Lee libros sobre guerras antiquísimas, como si hubiéramos acabado hace tiempo con la guerra.

La ladrona que no puede dejar de pensar que ha robado su cara.

Le tortura la idea de que tal vez todos hayan muerto demasiado tarde y de que nuestra muerte sólo llega a serlo realmente debido a su aplazamiento; que todos tendrían la posibilidad de seguir con vida en caso de morir a su debido tiempo, sin que nadie sepa determinar cuál sea ese momento.

Lo que me conmueve en la idea del Juicio Final es la resurrección de todos los cuerpos, su reencuentro.

Alguien que no haya dicho en toda su vida una mala palabra sobre nadie. ¡Qué no se habrá hecho a sí mismo!

La desesperación de los héroes ante la supresión de la muerte

Un país en el que sólo se respira por pura nostalgia.

 En Inglaterra se juzga a las personas por su capacidad de dejar en paz a los demás.

Cuando lleva mucho tiempo sin leer algo sobre los dioses, se inquieta.

Un mundo en el que todos sigan siendo antepasados sin descender de nadie.

¿Y si resultase que sí hay secretos para Dios?

Vivió 77 años y nunca estuvo en China.

Un jardín, ¡qué jardín aquél al que jamás se accediese por el mismo lugar!

Lo que uno cuenta de sí mismo en su diario es más cierto que todo el chismorreo de los demás, porque lo cuenta para que quede oculto por un tiempo, durante el cual llega a ser cierto.

De nada sirve decirse la verdad, siempre la verdad. La verdad que no se transforma en nada es horror y devastación.

Las profecías que se cumplen son las que más desconfianza le inspiran».Shalam

ربّ اغْفِر لي وحْدي

Cuando Dios quiere que la hormiga perezca, le pone alas

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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