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Fantasmas aztecas

Abr 28, 2013 | 0 Comentarios

Poco, muy poco tengo que decir hoy salvo que el plan previsto para finalizar El jardinero está funcionando. Para ello, teniendo en cuenta que en Xalapa apenas corregía unas líneas, caía muerto de cansancio sobre la cama, he tenido que tomar una decisión drástica: irme a un pueblo mágico escondido por la sierra de Puebla llamado Chignahuapan donde existen unas aguas termales y he encontrado un hotel sin conexión a internet en el que me he encerrado -sin importarme que fuese día o noche- para continuar perfilando la novela.

Afortunadamente, estoy logrando mis objetivos. Los primeros días no podía casi moverme, y dividí mi tiempo, durmiendo en la habitación del hotel como si estuviera enfermo y bañándome en aguas cuyo poder medicinal necesitaba para recuperar fuerzas y confianza. Algo lógico pues he llevado una actividad febril estos últimos meses, no he tenido vacaciones desde hace más de un año y cuando conseguí el objetivo por el que me encontraba en Xalapa, un trabajo como investigador en la Universidad Veracruzana, me desfondé. Sentí una intensa alegría pero también el peso del mundo cayendo sobre mis hombros desgastados por semanas dando clases allí donde me reclamaran, escribiendo y, sobre todo, corrigiendo libros que confío, vayan saliendo a la luz en los próximos años. Por otro lado, estos dos últimos días he vivido encerrado en mi cuarto sin contacto alguno con el mundo exterior. Concentrado en unir los hilos sueltos de los capítulos quinto y sexto de la novela, que ahora sí, ya entiendo que se encuentran prácticamente cerrados, al igual que la mayor parte de un libro en el que debo trabajar a fondo durante una semana más antes de concentrarme en los detalles. Algo que debo reconocer que me emociona, teniendo en cuenta que he conseguido transformar una historia ilegible e imposible en algo bastante sutil, retorcido y envolvente.

Por cierto que durante este fin de semana, creo haber resuelto al fin el problema de la estructura temporal del texto. En un momento dado, lo he visto claro. Para ser fiel a la historia, no traicionarla y hacerla más sugestiva, no debo narrarla ni en pasado ni en presente sino mezclando todos los tiempos (posibles e imposibles), haciéndolos convivir en el presente de una escritura que debe reinar imponente. Debe terminar con cualquier intención de verosimilitud o realidad. Factores que, en este caso, han de quedar supeditadas al triunfo de lo literario. Ese discurso del fantasmagórico conde que puede pertenecer o bien a un ser vivo o bien a uno muerto sin que importen en exceso datos, fechas, verdades o mentiras. Pues el sibilino serpenteo de la aventura escrita ha de ser el único protagonista de un relato, que ha acabado absorbiéndome. Circunstancia que considero vital y necesaria para escribir un libro y concluirlo. No retardarse con excusas que son meras fórmulas de la impotencia.

Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente, y que nadie me espera en Xalapa, he decidido quedarme un día más en Chignahuapan. Y mañana, intentaré disfrutar de más baños y si es posible, extraer fuerzas para terminar de dar forma al capítulo séptimo de los diez que tiene El jardinero.

Por cierto que esta es la segunda vez que estoy en Chignahuapan. No creo exagerar si confieso que la primera ocasión en que visité este pueblo, experimenté momentos realmente mágicos. Fue por el año 2009 que me decidí a pasar la festividad de muertos aquí y, desde luego, no me arrepentí, puesto que al usual clima onírico, pleno de misterio, que existe durante estas fechas en México, había que añadir las peculiaridades propias de este mágica localidad, que esa misma semana celebraba sus festividades. Recuerdo aquellos días en una nebulosa. El libro que llevaba conmigo era El maestro y las magas de Alejandro Jodorowsky y por primera vez, todo aquello que sugería el artista chileno, resonaba en mi alma. ¿Cómo no iba a hacerlo? El psicomago hablaba allí de sanadores, experiencias sobrenaturales, sueños mágicos y a dos metros de mí, cientos de calaveras me animaban a formar parte de un cortejo fúnebre; varios muchachos vestidos como dioses aztecas caminaban hacia una laguna donde se celebraba una representación que parecía surgida del mismo infra-mundo; y a mi alrededor, hombres y mujeres de todas las edades dialogaban con muertos que bebían, comían los alimentos que se les daban y me miraban sonrientes, esperando que me uniera a su fiesta. Pero además, cada día, había carreras de camiones en la calle, peleas de gallos celebradas en cobertizos donde la sangre parecía servir de coartada a un misterioso ritual y se llevaban a cabo un sin fin de espectáculos del más diverso cariz. Aunque, obviamente, no todo podía ser estimulante y, dejándome guiar por el embrujo de aquellos días, su delirio febril, me animé a apostar mi dinero a un juego dirigido por un charlatán. Y perdí cien euros en unos pocos minutos, que de no haber conservado yo la cabeza fría, hubieran sido muchos más. Algo que no me importó demasiado porque, supongo que la vida me estaba pidiendo que, de uno u otro modo, le devolviera aquello que me estaba ofreciendo y que, desde luego, no tenía precio. No era cuantificable en absoluto, como todo lo que es puro y auténtico: la tierra, el amor, el arte o la vida.

¿Es necesario que añada algo más? Me resulta muy difícil transmitir lo bien que aquí me encuentro. Pues este pueblo, como el país mexicano en su conjunto, tiene la virtud de hacerme sentir conectado con el Universo, todos los mundos posibles, las estrellas y lo innombrable. En fin. Sin ir más lejos, este fin de semana, mientras corregía El jardinero, sentía que se movían fantasmas a mi alrededor. Creía yo escucharlos, casi verlos. Y este hecho, lejos de distraerme, ha contribuido, en el fondo, a que me concentre aún más en mi labor, puesto que lejos de sentirme solo al encerrarme en mi cuarto, me he sentido acompañado por unas ánimas que, con su mayor calor y afecto, estaban velando por mí. Algo casi natural en un país imposible de entender sin el instinto y la intuición, donde lo mundano y lo sobrenatural bailan conjuntamente sin preocuparse por lo que podamos pensar al respecto. Contribuyendo a que mi alma se expanda sin cesar, atenta no tanto a los ritmos sociales sino sobre todo a los cósmicos. Shalam.

 راح ذاك الزمان بِناسِه وجاء هذا

Me quejaba porque no podía comprarme zapatos, hasta que conocí a un hombre que no tenía pies

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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