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El arte de la fuga

Oct 28, 2016 | 0 Comentarios

En su ensayo El arte de la fuga, el psicoanalista Adam Philips intenta clarificar las razones de una evasión perpetua: la del famoso escapista Harry Houdini. La necesidad de trascender las contantes frustraciones de su padre judío y de complacer a su madre, (devolverle la sonrisa resucitando diariamente para ella) además del ansia de las multitudes por encontrar un símbolo que sublimara su deseo de huir de sus obligaciones cotidianas son algunas de las respuestas moldeables que nos proporciona el analista británico. Y digo moldeables porque el ensayo trabaja en varios planos. Es huidizo -¿cómo no?- flexible y pluridimensional, como las sombras movedizas del inconsciente. Y se desliza a través de diversos ámbitos analizando no sólo las hazañas y misteriosas aristas de la personalidad del mago de la evasión. También las huidas cotidianas de los pacientes habituales de su consulta, el juego del escondite, el mito de Ícaro y su hijo Dédalo o el retiro perpetuo de la poetisa Emily Dickinson en su hogar.

Para Philips lo esencial es comprender de qué huimos, por qué lo hacemos y a qué responde esta huida. Pues entiendo que vislumbra imposible acabar con la necesidad de huir. La fuga es un resorte psicológico cotidiano básico para sobrevivir (se huye para sortear un peligro a imitación de nuestros antepasados obligados a evitar animales fieros o a los aguerridos enemigos de ejércitos opuestos) y no se trata tanto de prohibirla como de entenderla.

Despreciamos a los cobardes pero todos, en gran medida, hemos actuado cobardemente o huido alguna vez. La cobardía, de hecho, es probablemente un requisito para el héroe, un atributo escondido (del que huyen y se aprovechan para envalentonarse) los grandes guerreros. Por lo que lo esencial sería intentar entender qué es exactamente lo que pretendemos, ansiamos o realmente hacemos cuando intentamos evitar nuestras obligaciones o mucho más aún, nuestros compromisos ¿Qué hay detrás de una fuga, o dentro de un ámbito más cotidiano, del rompimiento de la palabra de honor?  ¿Qué se esconde tras nuestra promesa implícita de no cumplir la palabra, obligándonos consecuentemente a trazar proyectos con las demás personas que sabemos de antemano que no llevaremos a cabo?

f4f2865c9991689b790f9e25658a7fe8Obviamente, frente a estas interrogantes, existe una respuesta que se impone en primer lugar: la muerte. Lo que se trata de evitar es el reconocimiento de la propia mortalidad. El que huye de cumplir sus compromisos no acepta su caducidad y consecuentemente, tampoco es capaz de respetar pactos con los vivos. Al no hacerlo, insiste en situarse más allá del resto de los mortales pero paradójicamente, con su acto no resta valor a sus actividades cotidianas sino que las resalta aún más. Puesto que, de alguna manera, magnifica lo que es la esencia del funcionamiento de la sociedad: el cumplimiento de las obligaciones. Concediendo carácter ceremonioso a vínculos sociales automatizados que, por lo general, nos pasan desapercibidos.

Ciertamente, si todos huyéramos ni tan siquiera existiría el arte cuyo requisito esencial para su surgimiento es la comprensión intuitiva de los procesos que nos encadenan al más allá, los cuales Houdini -el hombre al que nada encadenaba, ataba- iba a reconfigurar. Pues con el atómico mago, los cuestionamientos de toda fuga se iban a poner en entredicho. Ante todo, porque su manera de huir era la opuesta de la del cobarde tradicional. Pues cumplía religiosamente todo aquello que prometía y nunca jamás fallaba o se ausentaba de sus compromisos con el público.

Su ritual era, por tanto, radicalmente diferente en cuanto conseguía hacer de la fuga un arte. Convertir la huida en lo cotidiano. En compromiso. Transformándose, en cierto modo, en el primer superhéroe norteamericano. Un preludio de esos nuevos titanes  -a mitad de camino entre lo divino y lo humano- cuyas aventuras se convertirían en la mitología popular de la refulgente nación. De hecho, Houdini prometía algo parecido a lo que luego harían Superman, Flash, el Capitán América o los dibujos animados. Un «no se vayan todavía, aún hay más». Imponerse a la muerte diariamente. Hacer de lo extraordinario la norma. Derrotar a enemigos cada vez más fuertes, llevando a cabo hazañas cada vez más difíciles e inverosímiles. Convertir el peligro y el exceso en dinero. Un medio de vida. Mostrando además la posibilidad que tenía el ser humano de convertirse en su propio jefe. Pues Houdini era empresario de su arte. Un prototipo todavía primitivo, eso sí, del capitalista «medio» hecho a sí mismo.

FOR TV -- DO NOT PURGE -- Adrien Brody in classic vintage iconic Harry Houdini PostersRealmente, creo que Houidini se convirtió en un incipiente mito moderno de la sociedad norteamericana porque representó y encarnó sin decir ni una sola palabra, como si fuera un fantasma brotado del inconsciente colectivo, el drama y estatuto de la mayoría de los ciudadanos allí congregados: una enorme masa de emigrantes que habían a su vez huido de sus respectivos países de origen buscando un futuro mejor.

De alguna forma, Houdini era la certificación de que ese futuro ya estaba allí. Había llegado. Y no debía demorarse más. Que la huida debía convertirse en trabajo y el trabajo en huida, como en cierto modo terminó haciendo la sociedad de masas llena de individuos incapaces de conectar con su yo profundo encadenados al consumo y a la oficina. Los espacios a través de los cuales la huida de su origen, pasado y verdaderos anhelos se convertían en beneficio para los nuevos párrocos laborales -empresarios- y espirituales -psicoanalistas-.

Su origen judío además, probablemente le hizo sublimar su escapismo. Realizar analogías inconscientes entre la tierra prometida y la Norteamérica a la que había llegado de niño. Convirtiendo sus constantes fugas en una metáfora de una más profunda y simbólica, la del pueblo hebreo condenado a huir de Jerusalén, superando todas las dificultades imprevistas y consiguiendo realizarse finalmente en la tierra merced a la asunción y aceptación de su naturaleza en fuga.

harry-houdini-cincodays-comEn definitiva, creo que Houdini nos fascina tanto o más ahora que cuando vivía porque nos ayuda a vislumbrar el funcionamiento del capitalismo: una estructura eficaz en cuanto sus integrantes huyen de sí mismos. Son más cobardes que valientes y por ello cumplen todos sus compromisos y pagan sus impuestos aunque su deseo sería no hacerlo. Con lo que terminan por convertirse en fugados perpetuos. Algo habitual en un sistema que todos critican y con el que nadie se encuentra de acuerdo pero en el que existe una comodidad y confort nunca experimentados hasta ahora por los antiguos esclavos y campesinos. Además de una sumisión voluntaria mezclada con un maremoto de críticas que tal vez no terminen de estallar en rebelión porque las fuerzas sin control de la ira y el furor se hallan sometidas, canalizadas a través de la esquizofrénica dinámica recién apuntada. Esa capaz de transformar el compromiso en huida y la huida en un hábito responsable, manteniendo de esta manera anudados a todos los miembros sociales.

En verdad, el capitalismo forma ejércitos de hombres cobardes y hace de la cobardía (el consumo) un acto épico. Convirtiendo el mundo en un circo. Una atracción de feria monumental semejante a las que comenzaba a practicar Houdini. Pura pornografía espectacular e industrial. Un golpe de estado contra el mundo espiritual y animista cuestionado por la magia natural y mecánica, física y racional, del primer mago que no necesitaba conectarse con lo desconocido, el más allá, para triunfar. Y que, por tanto, anunciaba ese mundo lleno de acontecimientos sorpresivos, bombas políticas cotidianas y partidos del siglo mensuales en que se ha convertido Occidente tan bien diagnosticado por Guy Debord. Una sociedad que no puede subsistir sin esas dosis mínimas de espectáculo (sin aparente significado profundo o trascendencia) y lentamente, se va alejando de los rituales ancestrales. Haciendo de sus necesidades tabú y del lujo un imperativo moral.

jpg_busterHoudini, al igual que Buster Keaton, es un héroe del futuro mucho más comprensible ahora que cuando surgió. Pues, en gran medida, sus números escapistas, la habilidad con la que sorteaba las más complejas situaciones y se liberaba de unas esposas, unos grilletes o imposibles nudos, venían a decirnos que acaso fueran los reos, los presos, los únicos que ya mantuvieran encendida la llama de la huida. El deseo de huir. Porque tanto las instituciones modernas como sus consortes -banqueros, profesores, políticos y obreros- eran la huida en sí misma. No tanto el deseo de huir sino la huida hablando por ellos y manifestándose en cada uno de sus actos sociales. La fuga y blanqueo de capitales, las continuas reformas educativas, la acumulación de deuda y las horas extra.

Al fin y al cabo, el capitalismo se basa en la incapacidad de afrontar la realidad y la huida hacia adelante infinita. Exactamente, aquello que prometía Houdini en sus espectáculos: que la era del sacrificio había terminado y llegaba la del placer. Esta misma en la que el trabajo y el ocio son indistinguibles y, por tanto, genera continuamente workalcoholics (pagados o no; en paro o no). Esos seres que no cesan de fugarse, escaparse del mundo que los rodea y han convertido su miedo e inseguridad en masa muscular de un sistema de cuya furia intentan huir plegándose a sus ritmos tiránicos y obedeciendo cada una de sus órdenes. Como si la absoluta sumisión fuera la única manera de llevar a cabo la FUGA TOTALShalam

اِبْنُ آدَمَ يُرْبَطُ مِنْ لِسَانِهِ وَالثَّوْرَ مِنْ قُرُونِهِ

El sabio no dice lo que sabe y el necio no sabe lo que dice

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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