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La tragedia y el caos

Sep 24, 2017 | 0 Comentarios

México es una cueva. Una gruta llena de filos rocosos donde habitan murciélagos y bestias y apenas hay un solo rayo de sol. México es un país desgraciado. Se da a conocer al mundo cruentamente. Con una batalla a muerte entre españoles y aztecas. Una confrontación entre perros y caníbales en medio de bosques llenos de panteras y palacios llenos de frutas y oro. Y todavía hoy es más conocido por el narcotráfico, los secuestros y la violencia que por sus tesoros naturales y culturales.

México es un país duro. Una pequeña oligarquía controla casi todos los recursos y los que sobran se encuentran en manos de los norteamericanos. México es una ciénaga donde cualquiera puede hundirse. Un profundo pantano. Un charco de corrupción que destruye y riega todos los estratos. Un puñal en la mirada de dioses cegados que parecen haberle retirado su apoyo desde tiempos inmemoriales y continúan vengándose contra sus habitantes por algún motivo desconocido, como demuestran los sucesos vividos en las últimas semanas: varios maremotos, huracanes y terremotos que han segado vidas, han destruido familias, se han llevado por delante recuerdos, casas, ilusiones, esperanzas y han sembrado aún mas si cabe el caos en un país que no se entiende ni explica sin la tragedia. Pero tampoco sin sus cientos de miles de anónimos habitantes. Esos estudiantes, trabajadores humildes que lo habitan, acostumbrados a soportarlo prácticamente todo y que, en momentos como los actuales, han sacado lo mejor de sí mismos, han dejado las quejas y lamentos a un lado y, hombro con hombro, se han dedicado a ayudar a las víctimas de estas catástrofes naturales.

Vivimos condicionados por los mass-media. Medios como los que armaron la innecesaria farsa protagonizada por un fantasma: la falsa niña, Frida Sofía, superviviente bajo los escombros de un colegio lleno de ilegalidades. Admiramos a deportistas que, por lo general, se han criado en buenas familias y tienen físicos y mentes privilegiadas y despreciamos o más bien, ignoramos a la gente común. Nuestros vecinos. Cuando casi todos ellos han tenido que superar situaciones difíciles y adversas.

La mayoría de los mexicanos tienen que ganarse la vida en ciudades incómodas, atestadas de tráfico y malos olores, soportando en muchas ocasiones los egos de intolerantes jefes, las trampas y envidias de sus compañeros y un perverso sistema que acostumbra a premiar a los malediciosos. Un mexicano medio tiene tantas circunstancias en contra que, para ser justos, su supervivencia debería ser considerada heroica. Y no es extraño por ello que las clases populares hayan desarrollado al límite el sarcasmo y un sentido de humor muy peculiar que, al menos para mí, funciona más como higiénico método de defensa y escudo ante la cruenta realidad que como celebración festiva de la vida.

El mexicano común tiene, sí, algo de desprendido héroe. Algo de resignado budista. De silencioso soldado. Y ha demostrado ser una vez más -creo que precisamente por vivir al límite diariamente los dramas más feroces- profundamente humano. La pregunta que yo me hago y creo que, de alguna forma, todos los mexicanos se han hecho alguna vez es la siguiente: teniendo en cuenta el país que tenemos, el crimen, corrupción y grado de violencia y esclavitud laboral, ¿qué ocurriría si yo también y todos mis conocidos y amigos nos dejáramos llevar por esta corriente? La respuesta es obvia: que directamente el país estaría muerto. No habría un solo rayo de esperanza en la cueva. Y al contrario, los mexicanos han demostrado una vez más que en lo que se refiere a generosidad, solidaridad y empatía con el prójimo no dudan. Son capaces de unirse y dejar el último tajo de su camisa cuando los volcanes rugen y la tierra tiembla queriendo tragarse cientos de edificios como si fueran caramelos. Y han probado a los escépticos que el bien sí que sirve para algo. Que una actitud ética ante la existencia sí que termina ayudando a la comunidad. Y como se ha demostrado estos días, salva vidas y reconstruye almas.

Allá donde golpea con mayor fuerza el sable de la cólera divina y la naturaleza decide estornudar es donde mayores posibilidades existen también de reconocer de nuevo la mágica esencia de la vida. México Distrito Federal, Veracruz, Puebla, Veracruz y Oaxaca deben estar llenos estos días de historias bellas y entrañables reencuentros más dignos de aparecer en libros de milagros y leyendas que en las páginas de sucesos. Y sus calles, plagadas de ángeles que no necesitan protagonismo y, en muy pocos casos, recibirán atención mediática luchando por reconstruir la vida de personas que literalmente lo han perdido todo menos el aliento de sus compatriotas.

Creo que esa es la gran victoria -entre otras muchas- que deja en México el terremoto. El hecho de haber reunido de nuevo a la gente en torno a un bien común. El que los mexicanos puedan volver a sentirse orgullosos de ser mexicanos. Habiendo demostrado que no importa cuántos rayos arrojen los cielos y cuánta avaricia y egoísmo repartan los codiciosos, ellos -con sus virtudes y defectos- continuarán de pie. Aguantando lo que venga con una actitud que, por una vez, supone un verdadero cántico a la vida. Hace de México al fin un ejemplo positivo para el mundo. Shalam

             إِنَّ اللَّبِيبَ بِالإِشَارَةِ يَفْهَمُ

Quienes censuran a los demás, indirectamente se alaban a sí mismos

 

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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