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La carcajada de Desmond

Feb 27, 2013 | 0 Comentarios

Acabo de recordar una obra que, de alguna forma, sí que alcanza a desarrollar literariamente lo que creaciones como la de Boucq y Crécy consiguieron con absoluto desparpajo en el mundo del cómic. Me refiero a El tercer policia de Flann O’Brien. Un texto que hace de la paradoja su lógica interna y del disparate su norma común, y terminó de abrir totalmente las compuertas que la Alicia de Carroll ayudó a descerrajar. Algún día me gustaría dedicarle un pequeño ensayo a este libro. Se merece eso y mucho más. De hecho, creo que es una de las creaciones claves para comprender cierta parte de la narrativa contemporánea. Y también de la visual. Por más que su influencia se deja notar siempre en segundo plano, de forma alusiva y muy pocas veces explícita del todo.

Supongo que apenas los fanáticos del libro sabrán que aparecía en Lost. Desmond se encontraba leyéndolo justo cuando los supervivientes al accidente del famoso vuelo 815 de Oceanic Airlines accedían a La Escotilla. Y se rumorea que las exorbitantes teorías del filósofo De Selby vertidas a lo largo de toda la novela, fueron relevantes para la construcción de una de la figuras más inquietantes de la serie de J.J.Abrams: el monstruo de humo negro.

Hay tantas influencias en Lost de tan distintos libros, que pensar que el de O’Brien destaque por encima de otros es mera presunción. Pero sí es cierto que los disparates fantásticos que presidían algunos de sus mejores episodios, poseen puntos de confluencia con la novela. Y estoy convencido que de haberse dejado guiar por la lógica mágica, irracional y absurda que late en cada uno de los poros del texto creado por el escritor irlandés, la serie no habría acabado por decepcionar, o al menos habría agrandado su mitología y carácter enigmático iniciales.

No es momento, creo, de escribir sobre Lost. Todavía se encuentra demasiado reciente su final para hacerlo con un mínimo rigor. Sin arriesgarse a cometer errores graves de apreciación que la distancia y el tiempo nos permitirán precisar mucho mejor. Por lo que volveré al extraordinario cómic de Crécy, El bibendum celeste, del que hablaba ayer, cuyo argumento no sabría bien cómo resumir. Lo que, en mi caso, supone el mayor elogio que puedo conceder a una obra. Puesto que, en cierto modo, presupone que es imposible hacerse una idea cabal de su contenido si no nos adentramos en ella.

Recuerdo, sin embargo, una época de mi vida en que llevé esta teoría al extremo. Tal vez por mi juventud. Creía yo que cualquier obra que pudiera ser explicada lo era por falta de calidad. Porque no llevaba sus lineamientos, estética y condicionamientos al límite. Y esto provocaba que al ponerme a escribir, desechara cualquier página que pudiera ser entendida con facilidad, tuviera un desarrollo coherente y, finalmente, al optar por las historias imposibles, la mayoría de mis intentos de escritura quedaban abortados desde su raíz.

Con el tiempo, claro, comprendí que se podía ser muy onírico y surreal así como conseguir cuajar textos y escenas delirantes, sin necesidad de caer en el caos. Todo lo contrario. Explicando con detalle, minuciosidad y precisión la escena. Tal y como deberé hacer con el siguiente pasaje del que me ocuparé en El jardinero, donde una multitud increíble se agolpa en las plazas para seguir las danzas y gritos alegres del conde. Quien les asegura que la triste hiena que se ocupa de cuidar los jardines del castillo morirá pronto.

Esta técnica minuciosa a partir de la que destaca mucho más la locura narrativa es, por ejemplo, muy usada por Crécy en su Bibendum. La mayoría de sus dibujos encierran todo tipo de sorpresas y se encuentran cuidados hasta su mínimo detalle. Y en concreto, el retrato de la Nueva York de Durero, (así es llamada la urbe donde se desarrolla la acción), es increíblemente meticuloso. Siente uno la ebullición de la ciudad, cómo respira y resuena en el ánimo de cada uno de sus personajes convirtiéndose finalmente, en el fiel reflejo de una historia mágica, cuyo peculiar sentido del humor, la hace única.

La fabulosa utilización de la ironía que hace Crécy, desde luego, me recuerda a Kafka ya que, como muy bien sugería Gilles Deleuze, el sentido y sentimiento de lo absurdo se encuentra muy ligado al de lo cómico. Afirmación que intentaré explicar mejor, dado lo interesante y acertado que me parece esta teoría.

Se trata de que para conseguir la sensación de agonía existente en obras como El proceso o El castillo, hay que jugar con varias bazas. Una de ellas es la repetición. El personaje se encuentra varias veces en la misma situación sin haber resuelto absolutamente nada. Lo que si nos fijamos, es una de las leyes también del humor. Volver varias veces a golpearnos, como si fuéramos estúpidos, la cabeza en el mismo lugar o con un objeto idéntico.

Otro de los factores importantes para conseguir generar humor, consiste en llevar un acto y sus consecuencias al límite extremo. Por ejemplo, si un hombre sale por una puerta, se describe el primer paso que da y luego el otro y el otro y el otro y el otro y el otro y el otro y el otro. Lo que puede acabar generando angustia y ansiedad que terminarán disolviéndose en risas. De hecho, se observará que este pasaje podría pertenecer tanto a una obra absurda, existencialista, en la que el protagonista jamás conseguirá salir de la habitación como a un pasaje humorístico. Una ambigua relación esta que Jacques Tati condujo  a su máximo extremo deformante.

La línea que separa lo angustioso de lo risible es muy fina. Una mujer gritando al ver una rata puede causarnos tanto risa como temor. Dependiendo de cómo y desde dónde miremos la situación. Y el genio de Kafka, conscientemente o no, supo jugar con esta circunstancia, utilizándola perfectamente. Al igual que De Crécy, que en su cómic ha conseguido retratar al diablo más sardónico, socarrón, torpe y lúcido a la vez que jamás he visto en una historia. Un torpedo del mal que es cuestionado por una manada de perros a quienes no afectan sus poderes, cuyos continuos percances mueven a la carcajada feroz. Pero, asimismo, a la más aguda reflexión, pues uno de los grandes logros del Bibendum radica en las múltiples interpretaciones que podemos extraer no sólo de cada escena sino de todos y cada uno de los personajes. Los cuales cambian -no diría yo- cada vez que leemos el cómic sino continuamente, en el transcurso de su lectura.

¿Me animaría a definir finalmente el sentido del humor utilizado por De Crécy? Sinceramente no. Aunque si me atrevería a sugerir que muchos de los fanáticos de Faemino y Cansado conectarían con él, y también los seguidores de la bruja Avería y sus electroduendes. ¿Puede ser de otro modo cuando nos encontramos ante una historia en que se produce una lucha a vida o muerte entre sus personajes por conseguir narrarla, se entrega un premio Nobel del amor y el diablo acaba desquiciado de que no se le haga caso?

He de reconocer, sí, que la historia de amistad entre la foca con muletas y el perro Diego me ha fascinado. Pero también sus ilustraciones. Por lo que tengo ya unos deseos grandes, enormes de leer otra obra de Dé Crecy. La cual, de todas maneras, entiendo que caerá en mis manos en el momento adecuado. Pues la vida siempre nos ofrece aquello que necesitamos cuando debe. Y no es cuestión de atragantarse a carcajadas por no masticar lentamente los alimentos, como le ocurría a Lope de Aguirre tras haber librado cientos de batallas en varios siglos diferentes, al final de la extraordinaria novela de Abel Posse, Daimón. Libro sobre el que construí mi primer ensayo: Daimón: una odisea al revés. Un texto que concluí realizando un elogio de la risa. Probablemente, una de las manifestaciones a través de las que las divinidades intentaron que comprendiéramos cuánto de dichosa sería nuestra existencia si nos mantuviéramos todos unidos y respetáramos nuestras diferencias. El mismísimo santo Alberto, durante su tercera peregrinación al desierto, vislumbró por ejemplo que las estrellas del cielo brillaban mucho más cuanto más seres humanos reían y eran felices en esta tierra. Y así desde luego, debió sentirse Desmond cuando se reencontró con su amor perdido, Penelope Widmore, en uno de los episodios más famosos de Lost, La constante, en el que se hallan muchas de las respuestas a los interrogantes abiertos por esta serie que no terminó de contestar su ¿absurdo?, ¿irónico?,¿agónico? final. Tal vez, vuelvo a repetirlo, porque sus guionistas se olvidaron de bucear entre las páginas de El tercer policía. Una de las obras maestras del humor absurdo del siglo XX. Shalam

كُنْ ذكورا إذا كُنْت كذوبا

Ten buena memoria si eres mentiroso

 

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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