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La iglesia

Oct 27, 2015 | 0 Comentarios

Según ciertas corrientes orientales y teorías de la regresión, en cada una de nuestras vidas nos encontraremos tanto con aquellas personas con las cuales tuvimos relaciones «kármicas» -en cierto sentido, problemáticas-, como con las que sí que conseguimos encauzar la amistad o el amor en existencias pasadas.

Desde este punto de vista, cada nueva vida es una oportunidad para arreglar los problemas espirituales no resueltos en «otras» y consolidar los lazos que nos unen con determinadas almas desde hace siglos. Porque cada vez que dejamos procesos interpersonales abiertos y sin cerrar, nos estamos encadenando a esta existencia. Estamos abocándonos a  resolver nuestros conflictos en futuras vidas, viéndonos impotentes, por tanto, para detener la rueda del «karma» y la «resurrección». De esta forma, a medida que han ido naciendo nuevas almas y las antiguas no han completado su proceso completo de «desapego» e «iluminación», el planeta se ha ido llenando de multitudes hasta llegar a la, en algunos casos, superpoblación actual que justificaría el caos sentimental contemporáneo.

¿Cómo poder solucionar este atasco espiritual en el que nos vemos la mayoría sumergidos, dado que es prácticamente imposible que nos de tiempo a encontrarnos con todas las personas con las que tenemos deudas kármicas?

En esto venía pensando hace unos días, cuando me acordé de twiter, los chats o facebook. Mecanismos que, dada la facilidad con que nos permiten conectar con el resto de seres humanos y considerando los cientos de cuentas pendientes que tenemos y no cesan de acumularse, serían un instrumento ideal para resolverlas. ¿Quién nos dice, por ejemplo, que la persona anónima en cuyo seudónimo pinchamos al acceder a un chat no es alguien con quien tuvimos una mínima relación en el pasado; por ejemplo, un soldado al que herimos en un combate, una mujer árabe de la que nos reímos o el vecino carpintero al que despreciábamos?

Desde esta perspectiva, Internet sería casi un regalo espiritual. Un videojuego de tintes budistas entregado a los seres humanos para acelerar su posibilidad de redención o continuar viviendo en el apego irremediablemente hasta ¿la destrucción?.

No estoy hablando en serio totalmente. En cierto sentido, estoy bromeando. Aunque creo que esta ironía que acabo de formular en voz alta tiene algo de cierto porque, al fin y al cabo, el siglo XXI es un siglo sin realidad. No es casi posible alcanzar ya lo real sin lo virtual y es, por tanto, en lo virtual donde más posibilidades tenemos de alcanzar la verdad (o la salvación) para bien o para mal. Más que nada porque la realidad desde hace tiempo imita a Internet y no al revés. Shalam

وعاد بِخُفّيْ حُنيْن

Quien tiene miedo, tiene desgracia

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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