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La piel azul (2)

Ago 15, 2022 | 5 Comentarios

Dejo a continuación el segundo avería dedicado al magnífico cómic de Peyo: Los pitufos. Ahí va.

La piel azul (2)

Creo que es esencial comprender que Los pitufos era un cómic en el que se reproducían muchos de los ritos de paso infantiles de manera a veces más inocente y otras más perversa. Los pitufos era una oda al colectivo (que no al colectivismo).  A su vez, era un cómic en el que, de manera inconsciente, los niños aprendían la importancia del mote para la cohesión del grupo. Concretamente, la función del mote como factor de familiarización e integración de las más acusadas diferencias individuales. Sin sus apodos o motes, muchos de los pitufos habrían pasado por ser personalidades enfermizas. Agentes neuróticos que pondrían en peligro el grupo. Pero gracias a estos calificativos, cada uno de ellos podía colaborar con el colectivo sin perder su especificidad.

Insisto en que el tema de los ritos de paso infantiles es esencial no tanto para disfrutar con Los pitufos (pues esto se realiza casi de manera inconsciente) pero sí para comprender los últimos alcances de este delicioso cómic.

Es en esta clave al menos como yo leo uno de sus episodios más divertidos pero también más polémicos. Me refiero a «La pitufina». En realidad, lo que Peyo está retratando ahí no es tanto un mundo machista (de hecho, si algo deja claro el capítulo es la estupidez masculina) sino una experiencia común a muchos niños: la torpeza y el engatusamiento conaturales a su primer contacto con el erotismo y belleza femeninos. El atolondramiento adolescente.

Obviamente, habrá quien incida en las críticas machistas porque la pitufina debe partir de la aldea para que esta retorne a la paz. Pero lo cierto es que cuando no es la pitufina, es un ogro, un ave o los marcianos sueños de un pitufo por volar o conocer otros planetas. En la aldea pitufa existe una armonía que siempre es amenazada o bien por un inesperado enemigo externo, un sorpresivo acontecimiento, un descubrimiento o las manías de uno de los pitufos.

En cualquier caso, lo que importa aquí es que el cómic funciona perfectamente. La pitufina es un capítulo desternillante en el que no hay viñeta que no produzca una sonrisa en el lector. Y si algo pone de manifiesto es que eso de que en el amor el aspecto no importa es una gran mentira. La pitufina morena que envía Gargamel a la aldea es ignorada y menospreciada por todos los pitufos y, por contra, la pitufina rubia y atractiva que termina de perfilar el Gran Pitufo genera una ridícula locura amorosa en la aldea. ¡La belleza física importa, claro que importa!

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Una de las grandes bazas de Los pitufos era la repetición. Todos sabíamos que al pitufo gruñón no le gustarían ni los campos con flores ni sin flores, que el pitufo filósofo departiría sobre el alma y la vida en cualquier situación o que el pitufo presumido aparecería mirándose frente al espejo y alabando su aspecto. Pero esas repeticiones no se hacían pesadas. Al contrario, eran el signo de identidad de la serie. Eran un cebo para penetrar en ella. Sabíamos que nos íbamos encontrar en cada capítulo con una serie de reconocibles y geniales gags en medio de circustancias diferentes.

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Los Pitufos era, en cierto sentido, una oda al mundo rural. O, más bien, al ancestral. Era un cómic en el que se enaltecían unos cuantos valores como el compañerismo que estaban siendo cuestionados por la modernidad. También, por supuesto, la sabiduría. Ahí estaba, por ejemplo, el Gran Pitufo. Un anciano al que se le respetaba más por la sabiduría que le proporcionaban sus años que por las fórmulas maǵicas que conocía.

Otro aspecto muy importante de los pitufos era su naturalidad. En su mundo, cada uno se dedicaba a lo que amaba o aquello en lo que era útil. Nadie se planteaba si dedicaba más horas a trabajar o menos. Para los pitufos, en cierto modo, el trabajo era o bien un fructífero juego o bien una necesaria responsablidad, caso de la presa que debían fortificar para que su aldea no fuera arrasada por el agua. A este respecto, resulta muy aleccionador leer otro capítulo genial. Una crítica demoledora y sutil de Peyo hacia el capitalismo (o más bien, al estéril funcionamiento del mundo moderno). Me refiero a El pitufo financiero. Un episodio en el que, tras una incursión al mundo humano, un pitufo introduce el dinero en la aldea pitufa sembrando el caos y todo tipo de desigualdades que concluyen cuando, hartos de esta situación, los pitufos deciden irse a otra parte y dejar al pitufo capitalista con la única compañía de sus billetes.

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Ningún héroe (y, a su manera, los pitufos lo eran) se encuentra completo sin su villano. A este respecto, fue esencial para dar un tono tétrico y de cuento de hadas al cómic, (pero también para ahondar más en el tono satírico) la creación de Gargamel y su compañero, el gato Azrael.

Peyo extrajo el nombre de Gargamel de la carnavalesca novela de Rabelais, Gargantúa y Pantagruel. Concretamente, Gargamel es la madre de Gargantúa. Y el nombre de Azrael se corresponde con el del ángel de la muerte para los judíos y musulmanes.

Más allá de estas consideraciones, lo importante es que Peyo supo encontrar el tono perfecto para retratar a los oponentes de los pitufos. Desde el mismo momento en que vemos a Gargamel, no lo olvidamos. Gargamel es un villano sumamente reconocible. Siempre va de negro y eso le aporta un aspecto siniestro. En cierto sentido, a causa de sus conocimientos alquímicos, es el opuesto del Gran Pitufo, puesto que es un sabio oscuro que, debido a su avaricia, no puede comandar una aldea sino que se encuentra condenado a vivir en soledad. Por un lado, da miedo y por otro, pena. Sus apariciones siempre dejan huella. Resuenan en cada viñeta. Probablemente debido a su aspecto tétrico y elegante que no está reñido con las risas que provoca cuando fracasa. Gargamel es elegante y ridículo. Una mezcla de avaricia y egoísmo que contrasta con la naturalidad y espontaneidad naif de los pitufos. Provocando las dosis justa de miedo y de risa. Es un villano perfecto cuya malicia sólo le permite ser acompañado por Azrael. Un gato tan astuto como estúpido que es prácticamente un reflejo de su amo. Si Azrael hablara se expresaría como Gargamel y si Gargamel fuera un animal sería parecido a Azrael.

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El hecho de que cada uno de los pitufos tuviera una función definida y fuera reconocible al momento ha permitido que, a la muerte de Peyo, su hijo (Thierry Culliford) se encargara de continuar la serie. Si he de ser sincero, tan sólo he leído tres capítulos escritos por Thierry y me han parecido bastante buenos. Les falta el sabor añejo e inocente de los episodios originales pero son dignos. De no ser porque le tengo un especial cariño a los guiones de Peyo, podría perfectamente engancharme a estos nuevos episodios. («El libro que lo sabe todo» es, por ejemplo, una delicia) Aunque tengo serias dudas de que se encuentren a la altura de las primeras creaciones. Cómics que aguantan continuas relecturas. Yo por lo menos he disfrutado tanto leyéndolos ahora, como adulto, que cuando era niño. El impacto es bastante similar. Y, sobre todo, la sensación de estar penetrando en un territorio de inocente fantasía lleno de magia y momentos maravillosos.

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En realidad, lo mejor de Los pitufos radica posiblemente en que la serie no era tanto un reflejo del mundo adultos sino del infantil. Le mostraba a cada adulto cuánto de serio era el mundo de los niños y a los modernos cuánta verdad latía en el fondo del mundo rural. Allí donde no llegaban ni la televisión ni la radio ni las facturas. Los pitufos era un contraataque contra el mundo deshumanizado y distópico que crecía en las ciudades. Era una necesaria regresión al brutalismo y al infantilismo tras el trauma de las dos guerras mundiales. Los pitufos era una idealista visión de un mundo sin publicidad ni electricidad. El mundo del inconsciente colectivo en agraz. Leerlo suponía darnos de bruces con todo aquello que estamos resignados a perder en medio de nuestra disparatada carrera hacia el abismo individualista y tecnológico. Por eso son ya todo un clásico. Porque todos sabemos que (no importa lo disparatada que sea la narración) lo que cuenta Los pitufos es verdad. Shalam

الصمت فضيلة الحمقى

El silencio es la virtud de los locos

5 Comentarios

  1. andresrosiquemoreno

    1ºimagen….la marabunta liberan a la princesa rubia……
    2ºimagen…..soy un «cachondo»…..
    3ºimagen….amor y boom…perfecta, equilibrada sintesis….cojo nudo….gran sonrisa
    4ºimagen……las flores y jarrones de odile redon es muy pre total……
    5ºimagen….dixieland….
    6ºimagen….lata vacia…euforbio…eléboro…WAM!…(lata vacia, hamparte), jajajj
    7ºimagen….el monje oscuro con zapatos de papa…….
    PD: https://www.youtube.com/watch?v=w9AVRixRvnE….fex2017…dixieland clasijazz….

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  2. andresrosiquemoreno

    treme, no los conocia, guapa fusion funk……

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    • Alejandro Hermosilla

      Creo que si conocías Treme. Una vez te hablé de ello. Treme es una serie de David Simon. No es un grupo. Este es un fragmento de su banda sonora. Una fragmento de una escena mágica, por cierto.

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  3. andresrosiquemoreno

    claro,claro, clara falta de atencion…… lo veo de nuevo en tu youtube y ahora si leo: music from the hbo original series……(pense sin leer que la imagen de treme era la portada horizontal de un vinilo)….estoy oyendo treme soundtrack y es muy muy fortisima y energica y cercana….ooh poo pah doo……sonrisa….
    carlos boyero: «todo huele a calidad extrema, ritmo, atmosfera y gracia»…..

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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