La sacerdotisa
0La sacerdotisa es una mujer sabia. Se intuye y vislumbra en su tranquilo porte y se adivina en cada uno de sus recatados gestos. Tanto en cómo se sienta y nos mira como en su manera de abrir un libro suavemente con sus dos manos. Se encuentra, desde luego, en un plano espiritual superior al de la mayoría de las personas. Está sentada pero no nos extrañaría verla levitar o que nos dijeran que recibe mensajes diarios de dios al oído. Sin embargo, no es arrogante. Más bien, transmite paz. Existe algo en su mirada benevolente que, en cierto modo, indica que nos entiende. Comprende nuestros caprichos, ansias sexuales, deseos concupiscentes y nuestras ganas de triunfar e imponernos. No los juzga pero con un solo gesto o mirada, sin necesidad de hablar, nos indica la necesidad de que los atemperemos. De que nos aquietemos. Respiremos varias veces, nos concentremos en nosotros mismos, salgamos de nuestro yo y escuchemos los latidos del mundo. Sintamos que somos instrumentos divinos y no siempre podemos realizar nuestra voluntad porque, de ser así, la vida sería inhabitable. El mundo terminaría por transformarse en un reflejo de las ciudades de Sodoma y Gomorra. Y, finalmente, los ciudadanos hastiados de la tiranía de los poderosos y el egoísmo de los comerciantes y monarcas, nos terminaríamos pareciendo a ellos. Y, en ese caso, estaríamos ayudando a justificar su comportamiento. Razón por la que tan necesario es hacer un alto en el camino, pernoctar si es necesario dos o tres días más de lo previsto en un monasterio o antes de acometer cualquier empresa, volver a meditar sobre los posibles imprevistos o si tendremos la fuerza de voluntad suficiente para llevarla a cabo así como la humildad suficiente para retirarnos si comprobamos que se encuentra abocada al desastre.
COMPARTE.