AVERÍA DE POLLOS: Inicio E Literatura E Distorsión social

Distorsión social

Feb 13, 2013 | 0 Comentarios

Una de las más hermosas características de un blog, me parece a mí, es su carácter experimental. Se atreve uno a realizar ciertos ejercicios aquí que no haría en un diario o un libro que pretendiera presentar a una editorial (¡sic!). La anterior entrada que publiqué no estaba hecha originalmente para ser presentada en Averíadepollos sino para una revista mexicana, El Replicante, con la que comenzaré a colaborar a partir del próximo mes. Digo esto porque, de alguna forma, el género artículo, el saber que voy a ser leído por el editor de una revista, por más amable que éste pueda ser, me parece que encorseta un poco mi escritura. La hace depender de ciertos tics demasiado manidos y tópicos. No la hace volar con la libertad que deseara. ¡Ojo! Tal vez esto la beneficie más que la perjudique. No voy por este camino. Puesto que estoy intentando ofrecer mi testimonio sobre una circunstancia que, de alguna forma, -cada vez menos, eso sí- todavía se impone sobre mí. Aunque seguro que habrá algún día que no lo hará. Tal vez cuando haya escrito El libro que vendrá. Aunque desearía que fuera antes. Tras El libro del padre.

Podría hablar mucho sobre este tema y acerca del lenguaje neutro que nos impone el mundo académico, político o social instalado en el poder. Después de siete meses, me cuesta todavía, por ejemplo, tutear al amable editor de mi libro sobre Pitol, Las máscaras del viajero. Y por alguna razón, los alumnos de la escuela de escritores en la que trabajé hasta hace dos semanas me llaman profesor y no Alejandro cuando he tratado más ser un acompañante, guía o conductor que un representante de la autoridad. Pero a veces, las cartas se encuentran marcadas. Y, desde luego, en el terreno educativo tanto o más que en cualquier otro. Esto lo aprendí muy bien cuando impartía un curso de maestría sobre Sociología de la Educación en una Universidad mexicana para el que tuve que leer a Bordieu, Paulo Freire, Althusser y, ¿cómo no?, al gran Carlos Lerena. Algún día referiré las conclusiones que extraje allí sobre nuestros sistemas educativos y su formación en Grecia. Hoy no es el día. Pero ya lo haré en su momento. Anuncio eso sí que llegué a deducciones muy negativas y funestas. Lo que no significa que me desanimara por ello. Al contrario, cuanto más dificultades veamos o tengamos, más hemos de acrecentar la confianza en nosotros mismos.

Bueno. Todo lo dicho anteriormente es apenas una introducción para lo que viene a continuación, que no es más que una nueva versión del artículo La sílaba monstruosa. En este caso, es una redacción rápida, veloz del mismo que he hecho en menos de una hora. Escrito del tirón como ejercicio literario libre. Pensando que no va a ser publicado en una revista, sino en cómo lo habría redactado de haber concebido el texto para el blog. Obviamente, tampoco es esta su versión definitiva. Podría hacer muchas más en los próximos días. Pero como ejercicio y ejemplo de todo lo que estoy apuntando me parece muy bien. Los tres primeros párrafos son los mismos pero a partir del cuarto, el discurso cambia.

Ahí va:

Resulta sorprendente, en cierto modo, el presente auge de la microescritura. Hace 20 o 25 años hubiera sido inconcebible esta situación. Pero el desarrollo y evolución de las sociedades modernas desde la aparición de Internet ha puesto a este género narrativo en el primer foco de atención literario. Pareciera que cualquier escritor debiera probar hoy en día su ingenio versatilidad en la suerte de las «pocas y escasas líneas» y hacerlo bien, para que lo sintamos contemporáneo nuestro.Dentro de las corrientes y flujos movedizos de la época.

La flota literaria actual no se encuentra tan marcada ahora por la levedad y ligereza como por la brevedad. Calvino, Pitol, Buzatti, Levrero son ya pasado remoto. Clásicos, sí, incontestables pero de otro tiempo y no tanto nuestros coetáneos porque escriben todavía pensando en párrafos. Su medida es la página. El punto y aparte al que debe seguir otro párrafo. Pero no la frase o la palabra, como le ocurre al escritor de microcuentos, que mide el tamaño de su genialidad en segundos.Vive más del ingenio y la inspiración que de la constancia; de ese instante en que, inesperadamente, todo cobra sentido, las palabras vienen solas y se alistan sobre el papel con su forma definitiva casi por arte de magia.


Alejandro Jodorowsky por ejemplo, lleva varios años asegurando que el twitter es la literatura del futuro. Y nos guste o no, es justo reconocer que ciertas frases de facebook valen por varios artículos de periódico. Así como que algunas de las disertaciones más o menos extensas colocadas en su muro logran sintetizar genialmente las enseñanzas contenidas en muchos ensayos. Incluso los blogs de algunos escritores están empezando a ser más interesantes que sus libros. Más precisos, concisos, exactos y reales. Una muestra radical de arte en movimiento que se antoja más trascendente cuanto más cotidiano y próximo nos resulta; cuanta más apariencia de banalidad posee, encontrándose por tanto, más próximo a su desaparición.

¿Qué es lo que pretende el microcuento? Es difícil de asegurar, pero me atrevería a sugerir que su intención es poder decirlo todo con una sola palabra. Ser, por tanto, un reflejo divino. La lengua de Dios. Intentar adivinar las sílabas que fueron pronunciadas para crear el mundo. Y convertirse en un reflejo de ellas. Lo que lo hace sumamente imprevisible e irrespetuoso y a la vez sumamente temible. Un género reptil, pez, casi monstruoso, que tras su aparente timidez y pequeñez no sólo muestra la ridiculez del largo y monumental empeño novelístico, sino que además se jacta de superar en capacidad expresiva, resonancia y sugerencia a la poesía.

Si no tenemos tiempo para nosotros mismos, ¿cómo vamos a tenerlo para un texto largo? El microcuento es el antídoto perfecto al stress. Aunque puede generar mucho más si se lee uno tras otro continuamente.  Pues la mayoría de ellos hilan historias sin cesar, unidas como las perlas de un collar, que no terminan nunca de cerrarse. Provocando por tanto la multiplicación de los deseos. La constante apertura de los espejos de la imaginación. Realmente, el microcuento es la prueba de que lo minúsculo genera más hambre y ansiedad lectora que lo enorme y gigantesco. Necesitamos descansar para proseguir leyendo el Viaje al fin de la noche de Céline pero apenas si necesitamos respirar para leer varios microrrelatos. Otro asunto, claro, es que los comprendamos. Pero esto, me parece que no es tan importante aquí como las sensaciones que nos produce su lectura, muy parecidas a las de un cuadro minimalista dado que su tarea no es la de ofrecernos un todo acabado, una respuesta, sino plantear una interrogante. Una cuestión que probablemente resolveremos cuando estemos lejos de la exposición o ni siquiera nos acordemos de lo leído. Mundos disonantes que no buscan tanto llenarnos como sorprendernos.

Exactamente, es aspirando a recuperar la potencia de la primera palabra o sílaba divina, que el microcuento alcanza su relevancia. Y también su modernidad y contemporaneidad, como si fuera una canción pop o un poema surrealista perdido que reaparece momentáneamente durante un instante para volver a irse.

El microcuento es un chasquido que comparte con el género de terror, la necesidad de sorprender al lector o asustarle para reclamar su atención. Aunque, en este caso, sin necesidad de equilibrio. Porque es más bofetada que puñetazo. Más reacción nerviosa imprevista que combate. Un aplauso en medio de la noche o del vacío. Pues es a través de nuestras sensaciones que vive y respira, al revés que la novela o el ensayo, que lo hacen a través de la digestión, las reflexiones y las meditaciones y se encuentran construidos para hacernos pensar sobre ellos durante días, semanas, meses y años. Hasta el confín de los tiempos. No como el microrrelato, que sólo desea unos segundos de nuestro tiempo, pero durante esos instantes nos quiere enteros, sin evasiones, distracciones o falta de atención, como si fuera la picadura de una avispa o un insecto que sabe que morirá sí o sí tras contactar con nosotros. Pues es hijo del instante. Un minúsculo segundo perdido en el río del tiempo, en la eternidad, que sólo puede, por tanto, dejar huella sobre nosotros, obligarnos a que lo tengamos en cuenta, siendo certero y exacto. Tanto, tanto que puede parecer un género monstruoso. Un reflejo de esa sílaba sagrada y hermosa a la vez, con capacidad tanto de construir como de destruir nuestro mundo anhelada por los esoteristas, místicos y cabalistas a lo largo de los siglos. Aquella que generara la creación del Universo y que, asimismo, será pronunciada cuando llegue su Apocalipsis. Shalam

  وتسعى إلى تحقيق المساواة على قيد 

 Vivir buscando la libertad que me quitaron al nacer

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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