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El antiego

Feb 11, 2014 | 0 Comentarios

Manuel Abad y Lasierra, Fulgencio Afán de Ribera, Alonso Antonio Cuadrado Fernández de Anduaga, Francisco Alvarado, Nicasio Álvarez de Cienfuegos, Gabriel Álvarez de Toledo, Josefa Amar y Borbón, Rafael de Amat y de Cortada, Carlos Andrés y Morell, Juan Andrés y Angelina Lamelas son los primeros nombres en orden alfabético que aparecen en la categoría que corresponde a los más reputados y famosos escritores españoles del siglo XVIII, según la wikipedia. No voy a preguntar si alguien ha leído un libro de ellos porque anticipo que la respuesta será que no. De hecho, no creo que nadie ni tan siquiera haya avistado una sola página o artículo de estos autores. O una sola frase. Y sin embargo, ahí están sus nombres. En la historia. Aunque, en este caso, me atrevería a decir que también se encuentran en el olvido. Pues todo escritor al que no se lee, pertenece al limbo

En fin. Creo que basta este simple ejemplo para mostrar lo estúpido y absurdo que son muchas de las guerras egóticas que existen entre los escritores (y artistas en general). Estaremos de acuerdo que si no se tienen aspiraciones ni deseos, un sano afán de superación, no podríamos construir grandes obras ni monumentos. Avanzar. Pero convendremos, supongo, también, que la mayoría de nosotros vamos a transmutar en unas cuantas décadas en polvo y que lo más probable es que los libros que hayamos escrito, queden sepultados en el tiempo. Obvio que este no es el caso de los grandes. Pero grandes, grandes artistas y escritores al cabo de un siglo no creo que haya más de cinco en un país. Y si no, fijémonos de nuevo en los nombres del principio de la lista. Muchos de ellos seguro que gozaban de fama y prestigio entre sus contemporáneos, eran leídos y alabados y pensaban íntimamente que la historia iba a recordarlos. Y lo cierto es que, más allá de un monumento, el título de una calle (que prácticamente nadie sabrá a quién se refiere) o un estudioso de la época, no creo que nadie lo haga.

Es cierto que todos ellos contribuyeron mejor o peor en la construcción de nuestra civilización. Pero más como grupo y conjunto indiferenciado que como individualidades. Por ello no me canso de leer y volver a repetir estos nombres. Y hoy he realizado el ejercicio de pronunciarlos en voz alta al menos diez veces antes de volver a escribir Ruido. Más que nada, para tener claro dónde me encuentro y probablemente finalice, y actuar en consecuencia. Obviamente, no únicamente yo. Muchos de esos escritores que citamos continuamente y tenemos constantemente en la boca, correrán la misma suerte que Fulgencio Afán de Ribera  o Gabriel Alvárez de Toledo. Y si por supuesto, esto no debería hacer que dejáramos de disfrutarlos, sí que creo que permite relativizar el curso de estos tiempos y el insano papel que la publicidad cumple para la promoción de tantos de ellos. Lo estúpido de luchar y rivalizar contra otros por ser una gota más en el tiempo. Porque, efectivamente, la gran parte de esos artistas que ahora consideramos geniales o que sin serlo, se pelean con unos y otros por llegar al escalafón de la fama, un día tendrán un hueco en la wikipedia; pero lamentablemente para ellos, su nombre le dirá lo mismo a los lectores del futuro que lo que nos sugiere a nosotros el de Carlos Andrés y Morell. Absolutamente nada.

Razón por la que entiendo que sin dejar de esforzarse por crear o construir una obra, realizar todo aquello que debamos hacer para terminarla, es sano atemperar el ego, domarlo y entablar una relación frontal con el mundo, la vida en general, que es al fin y al cabo a quien, sí, le debemos todo. Shalam

 ما حكّ جْلْْْْْدك مثل ظْفرك

 La esperanza es un buen desayuno, pero una mala cena

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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