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Cábala musical

May 23, 2019 | 0 Comentarios

John Zorn ha grabado en una vida los discos que otros graban en diez, quince o veinte. En cierto sentido, es el César Aira de la vanguardia musical. Alguien incansable abocado a sufrir probablemente una grave depresión de no poder crear y editar obras con la impresionante asiduidad con la que acostumbra a hacerlo. Zorn -no creo que haga falta decirlo- es un genio. Uno de esos judíos inclasificables que acaban con cientos de prejuicios artísticos y ponen patas arriba el orden de las cosas. En realidad, Zorn fluye tanto que no parece un músico sino una nota musical. Esa es su grandeza. El haber sido capaz de desaparecer tras sus composiciones. Tener una sensibilidad y una intuición bestiales que lo hacen aproximarse a cada estilo y género a los que se acerca como si fuera aquel que le hubiera sido destinado de por vida. Crear con la facilidad con la que algunos respiran y transformar «lo infinito» en cotidiano. Lo extraordinario en habitual.

Zorn es un símbolo. Una letra del alfabeto judío en movimiento. Casi un cabalista de la música. Alguien capaz de dotar de un impresionante contenido simbólico a todas sus obras, divertimentos y distracciones porque es consciente de que cada acto -y más si es creativo- tiene su lugar y sentido en el Universo. Resuena ampliamente en el Cosmos y contribuye a construir identidades.

Nadie probablemente desde Miles Davis ha llegado tan lejos en el campo de la música moderna como él. Y debido a ello, es casi imposible tanto seguir sus pasos como valorarlo con cierta objetividad. Más que nada porque cuando lo escucho, percibo que es de esos músicos que no se dirigen tanto al público como a dios. Que sus cuentas las paga con la divinidad y el Absoluto y no con la gente. Lo que convierte a su obra en un telar religioso creativo. Uno de los mayores aquelarres del arte contemporáneo. Tanto el vitral de una catedral como la rueca de coser de una bruja. Aunque ciertamente es muchas cosas más: un recorrido por la historia de las bandas sonoras cinematográficas; una inquietante aproximación a personajes literarios e históricos; una visceral radiografía de la vanguardia y el hardcore; un frontón de resistencia creativo que mantiene viva la llama de estilos que parecían agotados o a punto de ser aniquilados por la locomotora del progreso; etc. Lo dicho, una impresionante amalgama sonora y espiritual. Una dispersa letra del alfabeto celeste destinada a honrar  a la divinidad y a la creación.

Lo cierto es que Zorn no es un músico tan reconocido como debiera. Pienso que no sólo debido a su hiperactividad sino a su aspecto de nerd. De empollón. De hecho, no parece ni un jazzista ni un rockero sino el Bill Gates de la vanguardia musical. Tampoco probablemente juega a su favor el que no parezca un músico visceral sino un intelectual. Un ratón de biblioteca. El típico chivato de escuela. Ciertamente, hay algo académico en su manera de interpretar melodías y partituras. Zorn no es callejero. No es sucio. Forma parte de una élite. Y por eso convierte el bop en música de cámara y el rock en música religiosa digna de sonar en cualquier iglesia. Pero, a su vez, es un músico tan natural, suelto y habilidoso que ha convertido el negocio musical en su local de ensayo a medida que transformaba cada uno de sus conciertos en rituales. Sagrados actos que honran los poderes oscuros y telúricos del arte. Su vitalidad sangrienta, corrosiva, ancestral y enigmática.

Tanto es así que ha ido mucho más lejos que la mayoría de artistas que conozco. Es más, me resulta difícil citar otro músico actual con su versatilidad o su capacidad de derribar muros y emprender aventuras. Alguien tan ajeno al pop y por tanto, al aspecto comercial de la música, con un alma tan creativa y arriesgada. Tan nocturna y desgarrada y al mismo tiempo ordenada. Por lo que no se me ocurre compararlo más que con las grandes personalidades judías. Esas desbordantes mentes que cambiaron la historia y son tan difíciles de descifrar. Puesto que no hay duda de que Zorn es un estajanovista del arte. Casi un estoico. Pero, a su vez, de que está poseído por el demonio del riesgo y la locura de tal forma que existen pocas discografías tan excéntricas y esquizoides como la suya y al mismo tan místicas y religiosas. Probablemente porque en el fondo es un chamán o un médium. Un conducto, un vía para que la música y los espíritus se expresen cuya principal función y objetivo consiste en dejarlos hablar y que digan lo que tengan con decir con absoluta rotundidad a través de su arte. De cada una de las notas que interpreta. Y por eso, considero a su obra en su totalidad una desgarradora güija a través de la que los muertos se comunican con nosotros ya sea con furia o con calma. Ya sea con gemidos o berridos o con histriónicos lamentos y rugidos procedentes del saxofón y las guitarras. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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