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Cabaret pop

Jul 29, 2019 | 0 Comentarios

Neil Hannon es prácticamente un caballero medieval de la música pop. Un hombre que puedo imaginar perfectamente entonando una canción en la corte del rey Arturo durante una boda o concibiendo un disco entero en honor a los viejos trovadores y la corte de Bretaña. Uno de esos románticos que cantan mejor a la decadencia y al olvido que a la felicidad y resulta más fácil encontrarse paseando en góndola por Venecia, recorriendo las salas de un museo de arte renacentista, en medio del palacio de Versalles o conduciendo un elegante automóvil antiguo que en un pub moderno o un club de música contemporánea.

En realidad, sus composiciones son un maravilloso cruce entre las melodías cinematográficas de Burt Bacharach y las extrañas y bucólicas odas entonadas con pasión fantasmagórica por el primer Scott Walker. Son un compendio del mejor pop inglés de los 60 secundado por conatos del rock alternativo de los 80. Arte, sí, trascendente pero también ligero fundamentado ante todo en la melodía. Unas letras exquisitas e irónicas y producciones ampulosas que buscan la perfección y la faz solar de las canciones, que muy pocas veces se hacen empalagosas. Y si por momentos casi rozan lo pomposo es por el gusto de Hannon por lo rococó y lo operístico. Por sus deseos de trazar la canción pop perfecta. Una que se pueda escuchar con idéntica emoción tanto en un teatro, como en un palacio de ópera o un festival de música pop y que sea capaz de seducir tanto los muchachos de la clase obrera irlandesa como a los reyes y nobles de otros siglos.

La discografía de Neil Hannon es similar a un elegante traje de época. De hecho, es sorprendentemente consistente. Tanto que resulta difícil recomendar un disco de entre toda la remesa de evanescentes creaciones que nos ha legado. Y casi que lo mejor es dejarse mecer por una ola recopilatoria de sus hits cuya coherencia tiende a opacar las distintas obras conceptuales que ha hecho. Al fin y al cabo, prácticamente en todas sus obras encontramos odas que permiten rememorar tanto a la Belle Époque como a las novelas de Dickens. A los musicales clásicos de Hollywood y esa sensación de profundo confort que se siente al acceder a una vieja sastrería o zapatería de lujo. Al recorrer el casco antiguo de una ciudad europea, acceder a una biblioteca de otra época o comer en un restaurante caro.

Ciertamente, en sus discos apenas se atisba el verano ni el invierno. Sobresalen ante todo los tonos alegres de la primavera y los apagados y un tanto melancólicos del otoño. Suaves claroscuros que componen un sensible corpus musical parecido a un lienzo impresionista, a una novela de Thomas Hardy o a un recatado poema de Oscar Wilde, ideal para escuchar en un torreón o un suburbio bohemio. En medio de una borrachera provocada por la belleza y la soledad o la intimidad de un ático.

Es obvio que Hannon se encuentra obsesionado con el mundo clásico. Que de muchas de sus canciones parece que van a brotar de un momento a otro pétalos de flores pegados al cabello de las musas de Dante o Petrarca. Por lo que ha compuesto toda una serie de poemas pop que podrían entonar, con los acordes y arreglos adecuados, tanto intérpretes de música clásica como muchas de las grandes voces de la música de los 50. No puedo evitar salivar al imaginar por ejemplo cómo sería una relectura de unas cuantas de las gemas de su discografía realizada por un cuarteto de cámara y un cantante apañado al borde del Sena o entre una serie de monumentos antiguos. También pienso a veces lo que podrían haber hecho -de haber coincidido en el tiempo- Ray Davies y The Kinks de haber acometido una interpretación de ellas. Y por supuesto creo que Frank Sinatra podría haber hecho maravillas con la gran mayoría. Por no hablar de Scott Walker. Esa evanescente presencia de la música contemporánea que no obstante había dejado hace mucho de preocuparse y concebir las canciones de manera convencional y lo más probable es que hubiera llevado a confines inenarrables e indistinguibles (incluso para Hannon) cualquiera de de las melodías que esta especie de geniecillo huraño y educado, amable, tímido y arisco, ha creado.

En realidad, Neil Hannon compone pop dulce pero lo hace de forma tan talentosa que para muchos melómanos se encuentra más cerca de Radiohead que de Abba. Cuando a mí me parece lo contrario. De hecho, me gustaría que hubieran pasado unas cuantas décadas más para escuchar sus discos como ahora lo hago con los de ciertos grupos de pop melódico de los años 60. Porque por encima de todo, su música me recuerda a esa década. Aunque si tuviera que definirla, creo que lo haría de esta manera: una caja de bombones negra que tiene como lazo una pajarita en la que convergen las producciones de los 40 y los 60. Una obra tan optimista como melancólica que recoge las obsesiones y deseos de un hombre cuyo mayor deseo tal vez hubiera sido aparecer entonando una de sus melodías clásicas en un programa de la era de la televisión en blanco y negro. Esa época en la que el pop no se encontraba obligado a experimentar sino a ofrecer canciones memorables que toda la familia pudiera tatarear que podían sonar indistintamente tanto en un autobús infantil o un supermercado como en un oscuro cabaret. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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