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Jul 20, 2017 | 0 Comentarios

Last days era una película extrema. De esas que se ama o se odia y provoca tanto adhesiones infranqueables como rechazos furibundos.

La libre visión llevada a cabo por Gus Van Sant de los días últimos de la vida de Kurt Cobain poseía una salvaje extrañeza que la hacía única porque no trataba tanto de narrar una verdad sino de mostrar un estado de ánimo. Recrear el ambiente malsano que condujo al sensible músico grunge al suicidio. Era una odisea mental y subjetiva que no admitía tibiezas en el espectador. O se conectaba o no se conectaba. Y en caso de no hacerlo, lo más probable fuera que provocara irritación.

Yo me encuentro entre los que disfrutan con Last days. Me relaja contemplar reflejada de un modo tan onírico, agreste y sucio la deriva personal de Cobain.  Last days es más grunge que el propio grunge. Tanto una estilización como una cruda exposición de las coordenadas estéticas y mentales de aquel movimiento surgido en Seattle. Y ahora que sabemos que otro de sus iconos, como es el caso de Chris Cornell, ha optado recientemente por seguir el camino de Cobain y ha acabado voluntariamente con su vida, supongo que se comprenderá mejor la película y la actitud descarnada de unos grupos de rock cuyo desgarro era por una vez auténtico y real. No estaban bromeando.

No obstante, y a pesar de que soy de los que gozan con la propuesta de Van Sant, he de reconocer que para mí la película se sostiene por dos inconmensurables escenas. Para mí, Last days es, ante todo, esas dos escenas. Una en la que dos apuestos, limpios y jóvenes predicadores de la iglesia de Jesucristo explican su fe en la mansión de Cobain a los amigos del músico de Nirvana, dando detalles acerca de las razones por las que no utilizan vino como sustituto de la sangre de Cristo en sus ceremonias. Y otra segunda que, además de relajarme, consigue por lo general que me carcajee a lo grande.

Me refiero a la protagonizada por el gran Thaddeus A. Thomas. Un siervo del capitalismo. Uno de esos obreros que hace rodar sus engranajes.

Thaddeus A. Thomas es el hombre de las Páginas Amarillas. El hombre que se dedica a ir de casa en casa renovando anualmente la subscripición a las Páginas Amarillas de los comerciantes. Proponiéndoles ofertas que consisten básicamente en agrandar los anuncios de sus negocios por un módico precio. Por algún error, Thadeus accede a la guarida de Cobain donde se encuentra con el músico y suelta su perorata habitual. El discurso aprendido por todo vendedor. Su tono es confiado y optimista. La ciudad se encuentra llena de posibilidades, muchas familias están emigrando allí y las oportunidades de hacer dinero se multiplican. Sin dudas, Cobain no dudará en renovar su anuncio en las Páginas Amarillas sobre su taller de locomotoras. El cadáver grunge mira a Thomas y asiente. Claro que lo renovará. De hecho, está pensando en esos mismos momentos en abrir un nuevo taller de locomotoras. Algo de lo que el señor Thomas comienza a dudar cuando Cobain se golpea en el rostro con inusitada fuerza para matar a un insecto y toma conciencia de que se encuentra vestido con un sexy camisón de mujer. El encuentro se va tornando más surreal a cada instante. Hay silencios que parecen durar años, miradas de complicidad de Cobain y de perplejidad del señor Thomas. Cobain le confiesa entre risueño y dormido, al señor Thomas que no tiene socios en su local y acepta volver a encontrarse con él días después para proceder a la renovación del anuncio en Páginas Amarillas. Y para cuando el señor Thadeus A. Thomas se despide ni siquiera alguien tan seguro y confiado como él sabe qué está haciendo ahí o qué está viviendo. Thomas recoge su listín (que ha olvidado) y sale de la mansión de Cobain sorprendido y descompuesto tras haber sido rozado por un ángel turbio. El vampiro que convirtió la vida de Cobain en una pesadilla.

En fin. ¿Qué se puede añadir a esto? ¡Qué pena que Van Sant no rodara la vuelta del señor Thomas a la mansión de Cobain! Hubiera pagado unos cuantos euros por presenciar un primer plano del rostro del señor Thomas enterándose por un vecino de que el exitoso propietario del taller de locomotoras se había suicidado días antes. Shalam

إِنْ كَانَ فِي الْجَمَاعَةِ فَضْلٌ فَإنَّ فِي الْعُزْلَةِ سَلاَمَةٌ

El hombre feliz es más raro que un cuervo blanco

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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