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El rocker ilustrado

Ene 19, 2018 | 0 Comentarios

Sabino Méndez es un mito. Un hombre que en su juventud era el rock and roll y en su madurez se ha transformado en la literatura. En ambos campos, ha alcanzado la maestría. Algo que lo une -salvando las distancias- a Santiago Auserón y a Edi Clavo. Dos músicos que escriben mejor que la mayoría de filolólogos y periodistas que conozco. Existen, de hecho, pocas biografías musicales tan bien escritas como las de Corre, rocker. Con una prosa tan elaborada, elegante, llena de matices y las dosis justas de cinismo e ironía.

Sabino fue una bestia. Un heroinómano. Un amante del placer que perdió la cabeza en su juventud a medida que exploraba el lado salvaje de la vida y se esforzaba en subir el nivel de la cultura popular. Alguien lo suficiente lúcido para intentar evitar los tópicos gruesos o convertirse en una caricatura con una chaqueta de cuero pero a la vez, demasiado vital como para perderse las fiestas orgiásticas de los 80.

Sabino siempre fue un hombre obsesionado con el arte. A pesar de trabajar bajo la presión del éxito y los corsés del rock, fue capaz de dotar de aire fresco al estilo y, sobre todo, crear una ristra de furiosos himnos que captan perfectamente el «espíritu» de una época. Dotó el cancionero de Loquillo de rigor y seriedad al tiempo que lo llenaba de hits instantáneos de carretera. Y cuando su jefe se despistaba o miraba para otro lado, intentaba mezclar el rock con el pasodoble o la rumba en canciones llenas de picardía y libertad a través de las que se permitía experimentar sin dejar de poner el énfasis en la melodía o los ritmos pegadizos.

Sabino Méndez es la mezcla entre la inconsciencia de la juventud y la madurez buscada y añorada por decenas de compositores. Una figura un tanto extraña en la cultura latina pero mucho más habitual en la anglosajona. Desde que tenía 20 años, aspiraba a convertirse en un autor mayor. Detestaba los tópicos y aspiraba a componer letras duraderas. No obstante, acabo de terminar su Literatura universal y debo decir que me ha decepcionado mucho. De hecho, es el libro que menos me interesa de los suyos. Creo que porque su meditada prosa funciona bien en las distancias cortas y posee un innegable interés cuando se refiere a personajes reales como Manolo García y Loquillo o a su batalla con las drogas. Cualquier historia de groupies contada por Sabino se convierte en literatura mayor. Un placer estético. Y cualquiera de sus reflexiones sobre la literatura merecen ser tenidas en cuenta. Por no hablar de sus recuerdos y opiniones del mundo musical. Píldoras jugosas llenas de sabiduría. Pero en este retrato generacional de más de 500 páginas, su sugerente estilo no termina de funcionar. Tal vez porque, a pesar de que, repito, es un excelente escritor, Sabino aún continúa respirando como músico. Y esto significa que intenta crear un clímax en cada página. Intenta que cada frase tenga el relieve que posee cualquiera de los versos de una canción. Algo que, desde luego, funcionaba muy bien cuando Sabino -repito- se refería a su vida, detalles de las grabaciones de los míticos discos que grabó con Loquillo, anécdotas de giras o sus perspicaces visiones sobre el negocio musical. Pero se pierde en lo inocuo y meramente anecdótico cuando hace referencia a personajes ficticios por más que lógicamente cada uno de ellos tengan uno o varios referentes reales.

Obviamente, Literatura universal no empaña en absoluto la imagen de Sabino. Pero no es la obra maestra que aseguraba Alberto Olmos que era. Tal vez porque el crítico iconoclasta por excelencia de nuestro país no había leído sus libros anteriores, no  tenía por tanto, un punto de referencia con el que comparar esta novela y se quedó asombrado ante el rico despliegue estilístico de Sabino.

En realidad, con 200 páginas menos, Literatura Universal sería mucho más interesante y se acercaría más -pienso- a lo que Sabino deseaba conseguir. Algo que tampoco tiene mucha importancia porque, de una u otra manera, Sabino tiene un rincón imborrable en la memoria del rock español y cualquiera puede darse cuenta que es un sensacional escritor. Que, eso sí, podría convertirse en apasionante si una vez que supongo que ya se ha puesto en paz con su pasado -ahí están sus anteriores textos biográficos- se atreviera a realizar breves ensayos o artículos sobre determinados discos, libros y personajes de la cultura popular. Porque, al fin y al cabo, es un testigo privilegiado de su época. Un hombre culto que caminó por los ambientes más ariscos cuya mirada sería ideal para componer La divina comedia de la era pop o uno de esos ensayos iconoclastas sobre la literatura cuyo destino es arder en los infiernos. Shalam

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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