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Karaindrou

Oct 26, 2016 | 0 Comentarios

No resulta extraño que la música de Eleni Karaindrou acompañara las nostálgicas y evocadoras imágenes rodadas por Theo Angelopoulos desde que el cineasta griego se enamorara de su evocadora laxitud durante la celebración del Festival Internacional de cine de Tesalónica en 1982.

La mayoría de composiciones de Karaindrou  anuncian un ocaso. Probablemente el fin del humanismo. Son un réquiem por los vestigios de una cultura, la occidental, que agoniza y probablemente nunca más volverá a ser referencia universal.

Hay determinados momentos en los discos de Karaindrou en que los compases se aceleran y anuncian bellas primaveras y suntuosos atardeceres, reflejos solares iluminando viñedos y mares que traen de vuelta las voces viriles, bravías de antiguos marineros míticos así como fiestas mediterráneas llenas de voces esperanzadas. Pero estos momentos apenas son un respiro. La breve dicha de Orfeo al observar el rostro de Perséfone vagando por el Hades. Una nota a pie de página, haciendo mención a la persecución de Dafne por Apolo en el transcurso de una agitada performance de poesía vanguardista. O la mención del nombre de algún filósofo en medio de aulas congestionadas por el impulso tecnológico. Corrompidas por la polución de la era del petroleo.

Cualquiera que ha pisado suelo griego lo sabe. La sonrisa muda de las viejas esculturas ha sido maltratada por el tiempo. Y las pocas obras de arte originales conservadas (que no se encuentran en museos extranjeros) sobreviven y se agotan mustias en salas de edificios que parecen viejos baúles corrompidos por el moho más que orgullosos palacios que guardan tesoros.

Las tierras de la Hélade, tal vez desde la primera invasión romana, y más allá de esa extensa coda que fue el imperio Bizantino, se reconocen en la tragedia. La orfandad. En Edipo vagando hacia Colono tras legar una descendencia corrompida, en los gritos vengativos, faltos de juicio de Medea o en los constantes lamentos de Prometeo en el Cáucaso. No en vano, más allá de su indudable esplendor artístico y religioso y de haber sido el guardián de los tesoros filosóficos, la historia de Bizancio se encuentra llena de episodios crueles: intestinos gruesos de reyes cayendo por escaleras repletas de cruces y venganzas y batallas shakesperianas consagradas a la crueldad. Y desde la invasión turca (y su liberación) el país griego apenas por muy escasos momentos, ha vuelto a sonreír el tiempo necesario para ofrecer una imagen apolínea de sí mismo.

dobra-fotka-od-weeping-meadowEn gran medida, la música de Eleni Karaindrou (como el cine de Angelopoulos) representa el momento en que Grecia vuelve a contemplarse a sí misma tras haber abierto la caja de Pandora. Después incluso de que la esperanza hubiera hecho su trabajo y mostrara un aspecto del país sobrio y adecentado a finales del siglo XX. Con cierta limpieza y algo de optimismo que, no obstante, no podía borrar los grandes males sufridos. Los lamentos de abuelas que no conocerían a sus nietos, imágenes de hombres retornando a hogares rotos y cientos de heridas sin cicatrizar confluyendo en los semilleros del caos y la incertidumbre. Espacios ideales para que se impusieran los tiranos, los coroneles y los delirios imperialistas. Antiguos generales fascistas repartiéndose el destino de su pueblo con jerifaltes de otras culturas. Y para que aparecieran los nuevos rostros de demócratas atados de pies y manos a las corporaciones comerciales. Los nuevos (viejos) traidores de la historia. El eterno retorno, al fin y al cabo, de los sufrimientos, angustias y crisis que ponen de manifiesto que los dioses continúan riéndose de los seres humanos ya sea desde lo alto del Olimpo o desde su borroso recuerdo en el centro del Leviatán contemporáneo.

greece_financial_crisis_00b34En las composiciones de Karaindrou se unen las desdichadas historias de los senectos héroes griegos con los sufrimientos de su pueblo durante el siglo XX y parte del XXI. Hay una melodía, una música interior que vincula el pasado con el presente, explicándolo. Y también cierta aceptación y comprensión de la desgracia. Un bálsamo simbólico basado más en el poder curativo, expiatorio de la música y en una mirada sin complacencia de la naturaleza humana que en la evasión o el goce.

Sus composiciones son un recorrido por el Hades. Una mirada desde la laguna Estigia a la realidad. El intento de pervivencia de la memoria en medio del fin del racionalismo. La comprensión de que lo excepcional no es tanto la tragedia -pues ésta forma parte intrínseca de la cotidianeidad- sino la representación de la tragedia. Ya que únicamente explorando las lamentaciones y el dolor, se puede aspirar a comprender algunas de las estrías  del alma humana.

oinois_antigona_09No sé exactamente dónde compone sus obras Eleni Karaindrou. Pero no me extrañaría que lo hiciera bajo las ruinas del Partenón. Porque la poesía que emerge de su música es decadente. El canto de la última de las sirenas antes de arrojarse al mar. Una sinalefa final. Es una exploración de la belleza que hay tras las ruinas cuya intención no es tanto resucitarla sino no dejarla morir del todo. Acompañarla en su perecer y decadencia en medio de un mundo removido por las batallas de cíclopes y titanes (capitalistas o comunistas) y sumergido en los mares del olvido neoliberales.

En este sentido, esta música ejerce de reclamo para el reconocimiento de las almas. Un hilo de memoria colgado en el tiempo que permite que los espíritus reverberen entre sí al encontrarse, proporcionando la luz que falta a la mayoría de encuentros amorosos que se suceden en los films de Angelopoulos, los cuales por lo general se llevan a cabo en medio de la niebla o el  caos. Un testimonio de que besarse más que un acto heroico es un desafío a las Moiras. Un intento alocado y absurdo por imponerse a las fuerzas del destino. El reconocimiento, en definitiva, de que la chispa de fuego que proporciona la vida es un puente hacia la muerte.

14919766386_ed9f1421df_bEn realidad, sí, tal vez Eleni Karaindrou no ha planteado su música de este modo. Pero vislumbro sus odas como un funeral que consigue resucitar momentáneamente a los muertos: Tántalo, Egeo, Ícaro, Dédalo. Una estatua de Palas Atenea con un brazo roto que se mantiene, a pesar de los saqueos y matanzas, erguida sobre un palacio donde yacen varios cisnes sacrificados con el cuello descuartizado. Los sueños rotos del romanticismo. Un funeral que, a pesar de traer consigo el espíritu de cientos de almas redivivas, al concluir vuelve a enterrarlas, recordándonos que, sí, tal vez Pericles construyó la más bella y justa ciudad occidental, Atenas, pero murió derrotado sin piedad al igual que sus vástagos por una epidemia de peste. Que cuando Sócrates cayó al suelo envenenado, nadie se dignó a levantar su cuerpo. Que la vida de Alejandro el Macedonio no se extendió más de tres décadas. Que tras volver a Itaca y reencontrase con su mujer, Ulises volvió a partir y probablemente a extraviarse. Y que, a pesar de ser bañado en las aguas divinas, Aquiles expiró enfrente de sus soldados. Es decir; que las corrientes de la sinrazón y la desgracia siempre estuvieron tirando fuertes de las faldas de la belleza y la justicia griegas. Y alrededor de la opulencia se fue forjando el círculo de la desgracia y la miseria.

ta_3Como ya dije, hay determinados momentos en los que la música de Eleni Karaindrou se muestra exuberante. Podría servir de fondo de un banquete celebrado en la ciudad de Síbaris que hiciera bailar a sus célebres caballos a la luz del fuego. E invoca los viejos parajes agrestes de la Sicilia, amaneceres dorados entre las murallas de las ciudades mesopotámicas y ritos de iniciación de adolescentes frente a amplios trigales y ríos calmos. Pero, finalmente, al igual que los ojos de una diosa herida, siempre se oscurece. Retorna a la noche. Hacia los sagrados himnos emitidos en torno a las tumbas de los faraones egipcios. Como si su función fuera ilustrar uno de los rituales celebrados en honor a la diosa Deméter en medio de los misterios eleusinos, iluminar el alma de los guerreros  y la vida fuera una representación material del río Leteo.  Un purgatorio en el que las almas incapaces de reconocerse a sí mismas vagan desesperanzadas, muriendo de orgullo jactancioso como Jasón o por ambición y vicio como Egisto.

ta_2Los griegos antiguos no creían que los seres humanos estuvieran hechos para la felicidad. Sabían que, antes o después, la alegría se convertía en lágrimas y un cuerpo robusto y sano en decrépito y enfermo. Además, los hombres se encontraban sometidos a los caprichos divinos. Y también a sus propios cambios de humor incontrolables. En este sentido, la cultura para ellos siempre era educativa. Puesto que probablemente su función esencial era la de preparar a los hombres para el dolor. El paso al otro plano. La muerte. El derrumbe de las ilusiones. Y las guerras.

kaulbach_wilhelm_von_-_die_seeschlacht_bei_salamis_-_1868Creo que la música de Karaindrou intenta precisamente esto: acompañarnos en el sufrimiento. En el «vamos muriendo continuamente» que es nuestra existencia. Consiguiendo que, al permitir que el alma se desligue del cuerpo por unos instantes siguiendo las brumas musicales interpretadas por la lira de Apolo, comprendamos que la vida en esencia es substracción. Ausencia, violencia e injusticia. Pausa continua antes de la nueva tragedia. Pues a cada dios, ley y hombre le prosigue otro dios, ley y hombre no necesariamente mejor. Una nueva muerte en todo caso. Y por ello, lo único que merece tener en cuenta es el amor. El camino hacia la experiencia profunda que los dioses velan y probablemente también teman.

En gran medida, sí, la composiciones de Karaindrou son un anuncio de que las promesas del ocaso del humanismo se han hecho realidad y de que, al fin, nos hemos convertidos en los desterrados del ayer y del mañana. Y estamos, por tanto, en condiciones de empezar de nuevo. Reescribir la historia de Occidente. Y saber definitivamente quiénes eran Néstor, Agamenón, Ulises, Paris, Teseo, Patroclo, Áyax o Electra. Esa raza humana perdida que la música de Karaindrou transforma en contemporánea nuestra. Madre, hija y padre de nuestros sueños y pesadillas. Shalam

اِسْأَلْ مُجَرِّباً وَلاَ تَسْأَلْ طَبِيباًَ

El viento nunca le concede al árbol la paz que ansía

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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