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La locomotora de ruido

Dic 7, 2018 | 0 Comentarios

Durante cinco años -de 1970 a 1975- Hawkwind fue uno de los grupos más intensos y arriesgados del panorama musical. Compusieron discos de casi una hora que, debido a su frenético ritmo y a su avasalladora imaginación, hasta se hacían cortos.

Hawkwind tenían una virtud. Por su empuje y concepción del rock, lograban que obras que estaban divididas en varios temas, parecieran o bien conceptuales o bien conciertos en los que no había pausas. Mi Lp favorito de ellos es Doremi Fasol Latido. Una equilibrada y rocosa galleta de ácido en la que todo se encuentra en su sitio: la experimentación, los cuelgues mentales, la fiereza y la brutalidad. Aunque tanto In search of the Space como Warrior on the edge of time podrían, según qué días, ocupar el primer lugar en mis preferencias. Y, por supuesto, soy de los que considera su directo, Space ritual, uno de los álbumes en vivo indiscutibles de la historia del rock. Una ópera del ruido llena de momentos catárticos ideal para volar a otros planetas en medio de una ingestión de LSD y ejercer de banda sonora tanto de una película protagonizada por jóvenes drogadictos autodestructivos como de ciencia ficción apocalíptica.

Hawkwind combinaban de manera intituitiva una faceta nihilista, casi punk, con otra progresiva y hippie. Eran una mezcla musical entre el puñal ensangrentado de Charles Manson y una hoja de marihuana. Podrían haber surgido perfectamente de las praderas Woodstock pero apuntaban a la crisis del petroleo. Eran campestres e industriales. Un grupo ideal para pisar tierra y salir disparado al cielo en un cohete. Un corrosivo cruce en medio de ninguna parte entre Grand Funk Railroad, Iron Butterfly y Motorhead. Entre el Krautrock y la psicodelia.

Lemmy tocaba el bajo con maneras de guitarrista, Nik Turner era capaz de rememorar a Coltrane con su saxo, Simon King parecía uno de esos baterías capaz de hacer que se abrieran los cielos con sus golpes a los platos, Dave Brock cantaba con una fiereza y sensualidad inigualables, casi como si fuera una pantera, y el resto de músicos parecían animales hambrientos.

Muchas de sus canciones me hacen rememorar rituales primitivos. No me es difícil, desde luego, imaginar a sus fans bailándolas entre fuegos y rocas mientras se leían versos procedentes de El libro de la ley de Aleister Crowley o de algún tratado de brujería. Su música era intimista, sideral, dionisíaca y cerebral. Una bestialidad que invocaba la celebración de orgías y cacerías y celebraba la sexualidad salvaje. Heavy metal años antes de la total eclosión del heavy metal mezclado con pasajes jazzísticos y aleatorios de rock progresivo. Una locura incendiaria ideal para realizar viajes interiores cuya influencia percibo en bandas actuales del cariz de Motorpshyco, Spiritualized y Spacemen 3 o crecidas al calor del desarrollo del trash metal más experimental.

No obstante, a pesar de la aureola de grandeza que portan sus cinco primeros discos, hay que reconocer que no son perfectos. En el primero, todavía había unas cuantas piezas que estaban encajando y la maquinaria no terminaba de estar engrasada. Más que un trip es un cigarrillo cargado de hachís. La producción de Hall of the mountain grill tal vez sea demasiado sofisticada para mi gusto. Menos brutal de lo esperable. Y en Warrior, por ejemplo, -probablemente por su afán de evolucionar- flirtean con el rock sinfónico de Yes y Génesis y, en algún momento, bajan el pistón. Pero, en cualquier caso, son muy pocos deslices para cinco obras que todavía están vivas. Respiran por los cuatro costados peligro y saben a aceite y gasolina. Huelen a Harley Davidson y a libertad. Son una carretera de asfalto y carne ideal para perderse en el más allá.

Lo cierto es que Hawkwind llegaron a tal nivel en sus inicios, se encontraban tan comprometidos con la música, que resulta normal que aún continúen, de uno u otro modo, en activo. Es difícil bajarse de un tren que llegó tan lejos. Un auténtica locomotora de ruido que abrió confines en la música que aún están por explorar y desarrollar porque el rock progresivo terminó desvariando en su intensa búsqueda del absoluto y el punk asesinó las ansias de experimentación de una época en la que, parece mentira, pero era posible encontrar perfectamente a bandas tan fastuosas como Hawkwind tocar entre semana en cualquier local. Haciendo de las noches, conjuros y de los bailes, trasvases espirituales al limbo. Shalam

إنَّ هَذا الشِّبْلَ مِنْ ذَلِكَ الأَسَدِ

Los seres totalmente comprensivos suelen tornarse indulgentes

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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