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Primal Scream: 2013

Jul 12, 2013 | 0 Comentarios

¿Que cuál está siendo mi banda sonora de esta temporada? Pues un tema cuyo título es el mismo del año en curso: «2013». ¿Podía ser de otra manera? Una canción que comienza haciendo referencia a la opresiva situación en que se encuentran gran parte de la mayoría de ciudadanos occidentales, («esclavos del siglo XXI, ¿hasta cuándo durará esta mierda?) alude a la trampa consumista («todas las generaciones compran una mentira, al igual que la anterior. Comprada y vendida») y eleva al viento quejas y lamentos ante la ominosa ausencia de respuesta ciudadana o líderes que puedan asumir las consecuencias de un deseable cambio de conciencia («¿qué sucedió con las voces de los disidentes? Se han convertido en parte del establishment. El poder corrompe a los mejores. Ni un rastro del espíritu revolucionario») y que termina insistiendo en el lavado de cerebro global con un Bobby Gillespie desatado, gritando como un poseso verdades como puños a oídos de sus oyentes («igualados, normalizados, saneados, lobotomizados»), no podía serme indiferente. Pero es que si además de la espectral, inquietante masa rítmica (puro krautrock térmico) entre la que se dejan caer estos alaridos, le unimos las notas del saxo que vertebran la canción a lo largo de todo su desarrollo, se entenderá mejor que -más allá incluso de mis deseos- el primer single del sensacional, extraordinario nuevo album de Primal Scream, More light. Out now, me haya perseguido insistentemente, como un buitre a un hombre desangrándose, durante las últimas semanas.

Realmente, me fascina el saxo en «2013». Pues tiene un pie en las experimentaciones vanguardistas del Bowie berlinés, y otro, en las marcianadas de Sun Ra y el Coltrane más ácido y libérrimo. De hecho, las notas a través de las que se eleva ese enigmático, tórrido saxofón parecen haber sido extraídas de las pesadillas alucinógenas de un faraón egipcio, proceder del interior de una habitación situada en un palacio árabe construido por esclavos negros o de las mismas orillas de un río africano. Transmiten pureza, magia y rebeldía; que es, resumiendo, lo que siento en mis venas al escuchar las notas de ese instrumento alucinado que sobrevuela una canción capaz de resumir en sus nueve minutos, nuestra desidia, rabia e impotencia por no ser capaces de trascender la paupérrima situación política y social actual. A la que, de manera inteligente, se hace alusión en el video dirigido por Rei Nadal donde dos jóvenes se besan los labios con ropa de diseño cubriendo sus rostros, mientras mariposas y bellos adolescentes y veinteañeros son sometidos a dolorosos experimentos en las asépticas habitaciones de un hospital con trazos de manicomio o psiquiátrico. Al tiempo que una muchacha negra corre entre los bosques hasta caer entre las aguas de un pantano o lago en donde, acariciándose suavemente a las ramas, muestra la necesidad de que los seres humanos retomemos el contacto con la naturaleza si deseamos dejar de estar maniatados. Manipulados y esclavizados, como rezan los versos de esta radiografía social sonora que con tanta lucidez, refleja el ambiente y espíritu antiutópico, pre-1984, del Occidente actual.

Efectivamente, otra cuestión sería qué papel juega Primal Scream en todo esto. Criticados y amados a partes iguales, considerados farsantes por algunos y genios por otros, jamás han dejado indiferente a nadie. Hipocondríacos, bipolares y oportunistas pero también imponentes y divinos, habría que hablar largo y tendido sobre ellos para poder delimitar con exactitud sus logros -que son muchos- y sus fracasos o más bien decepciones -que son algunas-. (Recuerdo en concreto ahora su frustrante concierto en Benicassim del año 1998 o ese disco, Riot city blues, que aún no consigo explicarme).

En cualquier caso, debo confesar que Primal Scream es uno de esos escasos grupos que aún me transmiten peligro, fascinación, irritación y consiguen despertar mi espíritu rebelde. Y eso ya es mucho en un ambiente adocenado como el vivido en el rock durante las dos últimas dos décadas. Recuerdo escuchar Exterminator («Swastika eyes») en el coche de unos amigos camino a Valencia mientras leía noticias sobre la guerra en los Balcanes y sentir ganas de escupir el periódico que sostenía entre mis piernas por la manipulación política que dejaba entrever; entender que el rock no era únicamente un estilo musical, sino una actitud, una filosofía de vida corrosiva a través de la que se podía canalizar y reorientar peligrosamente para los intereses del sistema, el espíritu de la revolución, mientras escuchaba alguno de sus discos; un viaje a Túnez en que conforme más me acercaba al desierto y evitaba la civilización, más alto sonaban en mis audífonos algunos de sus himnos; o aquellos veranos -hace ya casi veinte años- en que al tiempo que escuchaba «Higuer than the sun», «Loaded» o «Movin on up» escalaba en mi bicicleta algunas montañas o me dejaba caer en calas perdidas y playas nudistas, soñando, añorando, deseando un nuevo «verano del amor». Ese que anunciaban y por el que han luchado, continúan batallando en discos imperfectos pero repletos de vida, insinuaciones, sugestiones, experimentaciones, riffs de guitarra que aún, todavía, sueñan con abrir espacios de libertad. Conseguir alborotar nuestros ánimos en una orgía de sonidos y sexualidad que nos redima al fin de tantos castigos (¿autoinflingidos?) por pecados no cometidos.

Sí. Bien visto, tal vez este sea el gran mérito de Primal Scream. Hacernos creer en la posibilidad de revolverlo todo, en los gozos carnales en tiempos anoréxicos donde da miedo decir que uno es feliz y le gustan el sexo, el vino y las drogas. Todo aquello que teme el poder o que convenientemente manipula, para tenernos aborregados. Razón por la que es tan meritorio el camino emprendido por esta explosiva mezcla sonora de acid jazz, soul, krautrock, funk, música disco y rock extremo capaz de componer algunos de los himnos de esta era. Entre los que, desde ya, incluyo a «2013″: un indignado grito al cielo que, antes o después, acabará germinando en nuevos ámbitos, fronteras o espacios de libertad. Y a quien no lo crea, le ruego que vuelva a escuchar el saxofón. Porque si algo así es posible, si un sonido como ese puede inundarnos los oídos, recorriendo varios siglos y lugares, muertes de esclavos, cantos de obreros y décadas de experimentación sonora, hasta llegar a nosotros con esa inmediatez sobrenatural, ¿qué no sería posible si creyéramos en nosotros mismos, nos uniéramos y decidiéramos acabar de una vez con el sistema económico y político que nos gobierna?, ¿no podríamos acaso, -parafraseando el título de la más bella canción compuesta jamás por Primal Scream- elevarnos incluso por encima del sol? Shalam

ما حكّ جْلْْْْْدك مثل ظْفرك

 Si alguien te muerde, te hace recordar que tú también tienes dientes

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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