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Oct 10, 2016 | 0 Comentarios

Radio K.A.O.S es para mí un hito. Lo escuché antes, mucho antes que Dark Side of the moon, Animals o cualquiera otra de las obras sagradas de Pink Floyd y desde entonces fue mi vara de medir personal cualquier LP introspectivo o sinfónico. Se suele decir que la historia que cuenta este oscuro, calmo y delicioso disco conceptual es liosa. Aunque, en realidad, no lo es tanto. Pues, en esencia, dejando de lado sus vericuetos argumentales, Radio K.A.O.S es una obra anti-Margaret Tatcher. Una bomba en contra de la economía de mercado muchos años antes de que los engaños de la socialdemocracia, los pactos de partido y las manipulaciones políticas fueran desveladas a gran escala.

De hecho, Radio K.A.O.S es un disco que se entiende mejor si se comprende que emergió por la época en que Morrissey se encontraba componiendo su célebre «Margaret on the guillotine» y se estaban publicando los últimos números del cómic de Alan Moore V de vendetta, con el que esta obra se vincula tanto por la mentalidad crítica como por la disección de la falsedad e hipocresía social. Aunque, claro está, el disco de Waters era un grito más aislado y solitario que el sostenido por Moore, cuyo personaje principal no en vano ha terminado por convertirse en un icono anti-sistema. Portador de un mensaje que se sobreentiende pero tal vez no termine de comprenderse en última instancia.

roger-waters_article_story_largeA Radio K.A.O.S le perjudicaron varios aspectos. A pesar de mandar construir un atrezzo muy elaborado, la gira de presentación apenas duró cuatro meses, siendo Inglaterra (y, en este caso, sólo dos veces) y EUA los únicos lugares en que se celebraron conciertos. Y además, su publicación se vio opacada por el lanzamiento a todo bombo de otro disco mágico, el gran A momentary lape of reason, al que le siguió una histórica, monumental gira de unos Pink Floyd galvanizados por un David Gilmour empeñado en brillar y demostrar que la banda podía no sólo sobrevivir sino crecer, madurar y sobresalir sin Waters. Como antes lo había hecho sin Syd Barret.

En cualquier caso, siendo importantes estas circunstancias, creo que la razón esencial de la indiferencia y vacíos que planean sobre el disco, radica en que los seguidores de Floyd, aguardaban ansiosamente un nuevo The Wall. Una obra angustiosa, teatral, operística, desoladora y ampulosa a partes iguales. Un delirio intelectual de gran lucidez interpretado con las dosis justas de grandiosidad e intimismo capaz de sintetizar su tiempo. Toda una era. Resumiendo el pasado y anticipando el futuro.

Al fin y al cabo, The Wall era un inusual y magnético cruce entre 1984, el diario de Ana Frank, un documental del holocausto y un ensayo de Debord. Un disco prácticamente perfecto que hubiera sido inconcebible sin Waters. Y era obvio que la sombra alargada de esta creación era demasiado amplia como para que pudieran entenderse los intimistas giros musicales de Radio K.A.O.S. Tanto sus referencias posmodernas y sus contemporáneos sintetizadores (en algún caso incluso machacones, a imitación de los de la radiofórmula) como los lentos soliloquios de canciones que no tenían prisa ni deseos algunos de atrapar al oyente. Se desarrollaban en soledad, atentas a sí mismas, sin necesidad de complacer a nadie. Pues servían de altavoz a un hombre, Billy Molly, discapacitado y, por tanto, incapaz de comunicarse que, indignado tras el encierro injusto en la cárcel de su hermano Benny, se las ingeniaba para que su voz fuera oída por medio mundo. Alertando de paso sobre el peligro de la guerra nuclear, ese inminente fin del mundo que, como también ponía de manifiesto Andrei Tarkovski en su Sacrificio, planeó angustiosamente, durante el final de la Guerra Fría, por la psique colectiva occidental.

roger-waters-mexico-1-e1464805185754Cuando se habla de la obra en solitario de Roger Waters o bien se la ningunea o se exalta el también muy recomendable Amused to death. A Radio K.A.O.S se lo suele tachar de obra indigesta o empanada mental. Tal vez, repito, a esto haya contribuido la historia que cuenta, sus guiños a la música disco ochentera o ciertos toques solemnes que rozan el kitsch sinfónico como esos coros finales que cierran la bella «The tide is turning». Entiendo que tal vez escuchar la historia del mutilado e inteligente Billy sin poder abstraerse del idioma inglés, ciertos acordes relamidos y un saxo indefinido, pueda ser empalagoso para ciertas personas pero creo que sus prejuicios les imposibilitan disfrutar de una obra maestra. Un disco que es una auténtica parábola y se expresa pacientemente sin nada absolutamente que demostrar. Consiguiendo crear un ambiente ideal para transmitir el caos moderno sin necesidad de decir una palabra más alta que otra.

No sé, realmente, con quién o qué comparar este disco único. Pero si no tuviera más remedio que hacerlo, se me ocurriría relacionarlo con algunas de las creaciones de Lou Reed. Por ejemplo, una sin heroína, un ambiente más envolvente de lo habitual y cierta voluntad de trascendencia temporal llena de composiciones adultas ideales para luchar contra la dictadura mass-mediatica. Ese otro muro que -al igual que el exaltado nacionalismo y las políticas educativas- Waters más que con escepticismo, contemplaba con miedo y cierto asco. Otro cáncer más de la vida moderna al que encerrar dentro de un disco cuyos planteamientos, creo, son más comprensibles hoy en día que cuando surgió. Puesto que el gran problema, en esencia, de Radio K.A.O.S -me parece a mí- no es otro que el de haberse adelantado a su tiempo y -aunque parezca mentira escuchando su famoso single «Radio waves»- continuar ahondando en la leyenda personal y obsesiones de su creador, lejos de cualquier moda o imperativo social. Razones por las que cada vez que lo escucho, siento que abro un arcón secreto del que surgen fantasmas desolados escondidos tras la televisión, insistiendo en que música y política han de ser palabras sinónimas. Y que el arte ha de ayudarnos a reflexionar y pensar más si no desea convertirse, en contra de su voluntad, en el reverso de la moneda de aquello contra lo que lucha. Shalam 

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Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

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