AVERÍA DE POLLOS: Inicio E Biografia E Carne

Carne

Feb 4, 2017 | 0 Comentarios

Realmente, me ha costado volver a concentrarme para finalizar Puercos pero al fin, ya estoy sumergido en la escritura de su tercera y última parte. Exactamente, existen innumerables fragmentos que tenía escritos que están desapareciendo del libro pues ya no encajan entre sus páginas y le harían perder fuelle. Por lo que, como he hecho en otras ocasiones, iré dejando -si lo veo conveniente- de tanto en tanto, diversos extractos que ya no aparecerán allí.

Este en concreto se encuentra, desde luego, muy lejos del nivel de locura marchita y oscura esquizofrenia de la novela. De hecho, repite conceptos que, de una y otra manera, se dan por sabidos en el mundo de Puercos y aparecen allí de un forma más feroz, sutil y catártica. Pero, en todo caso, creo que puede tener cierto interés consultarlo no tanto ahora sino dentro de varios años. Razón por la que lo dejo aquí. Ahí va:

«Como es bien sabido, son los individuos con rostros más contrahechos y cuerpos viscosos -los más feos en definitiva- quienes por lo general tienden a desear inmortalizarse en ocasiones casi desesperadamente. Se encuentran ansiosos por hallar el pintor capaz de retratar con eficacia su mejor perfil, el poeta que los elogie y el músico que componga una sinfonía en su honor. Por lo que, con el paso de los siglos, a medida que la burguesía comenzó a emerger, un sinfín de hombres de porte no demasiado vistoso y físico por lo general repugnante, comenzaron a solicitar (y pagar) a los escultores, pintores y poetas un gran número de obras en las que quedaban idealizados. Provocando que los artistas consiguieran comenzar a ganarse la vida sin necesidad de lamer los pies de los nobles o recitar los mismos versos una y otra vez puesto que el dinero que los obesos y monstruosos burgueses les ofrecían, les permitía disfrutar de una libertad de la que hasta entonces no habían disfrutado. Siendo habitual, por tanto, que llenaran los prostíbulos y se envalentonaran jactanciosos de sí mismos. Aunque estos privilegios de los que comenzaron a gozar, los hicieron también más peligrosos e imprevisibles y provocaron que los furiosos habitantes de los castillos comenzaran a urdir nuevas argucias para someterlos.

Para empezar, los nobles crearon un sinfín de premios y torneos, consiguiendo que aunque muchos artistas ya pudieran disfrutar de unas excelentes condiciones de vida, dado que su afán de notoriedad era enorme, comenzaran a crear obras para conseguir el reconocimiento que consideraban que les faltaba, ansiaban y necesitaban para alargar su ego. En un principio, se decidió que los concursos se ajustaran a una temática en concreto condicionando por tanto la libertad de los artistas. Pero como estos perros de presa no tenían vergüenza alguna, babeaban con la sola posibilidad de escuchar su voz mencionada en voz alta y tenían tantas ganas de sobresalir, todos traicionaron su estilo y características y según conviniera, adoptaron un tono claro y sencillo o uno más oscuro. Y una vez obtenido el trofeo y realizado el festejo que, en realidad, era una humillación para sus invitados, una demostración de que el artista premiado se había impuesto sobre sus comensales, volvían a sus actividades habituales con una sonrisa indisimulada en los labios. Por lo que, finalmente, los nobles decidieron que la mayoría de justas artísticas fuera libre. Que cada uno de los creadores pudiera realizar la obra que se le antojara porque el hecho de que el premio existiera, era la garantía de que cientos de artistas que, en caso contrario, pudieran haberse agrupado en gremios y fortalecerse mutuamente, terminaran por luchar y competir unos contra otros. Enemistándose generalmente. Pues lo habitual era que se cruzaran acusaciones continuamente, contrataran bandidos para cortar el cuello de sus competidores y, tras la convocatoria de un Concurso, cientos de dedos y piernas rotas -además de algún pene destrozado- pertenecientes a escritores, músicos y pintores aparecieran por los estertores de las ciudades. En medio de inmensos estercoleros. Generando un clima de violencia en las ciudades que contrastaba con el silencio de los castillos únicamente interrumpido por los gemidos y risas de los nobles mientras devoraban el buche de pavos y conejos, conscientes de haber destrozado a sus enemigos sin necesidad de usar un arma o prohibirles llevar a cabo sus obras. Al contrario, ofreciéndoles jugosas recompensas porque las llevaran a cabo como desearan. Concediéndoles su completo aprecio y estima. La perversión más eficaz.

De tanto en tanto, los nobles también llamaban a su palacio a un antologador y le daban una bolsa con unas cuantas monedas de oro por realizar una selección de los mejores pintores o poetas vivos. Cada año, los bufones de palacio salían acompañados de trompetistas que hacían sonar sus instrumentos fuerte y alto para que los escucharan todas las personas de todas las aldeas y villas y ciudades y hasta las gaviotas negras que surcaban los acantilados, y en voz alta leían un manuscrito que contenía los nombres de los lienzos, obras literarias y musicales más degustados en la Corte durante el último período. Y, a continuación, varios bufones pegaban esos pasquines por las calles, consiguiendo con mucho menor dispendio de dinero, el mismo efecto que con los premios. Tanto es así que, pronto, la nobleza decidió extender este ritual a cada mes y, más tarde, a cada semana, consiguiendo multiplicar hasta el infinito la rabia y envidia mutua de artistas que vivían para ser citados en aquellos pasquines que eran comentados por todas las personas de las aldeas entre alborozo y risas provocando la humillación de los ilusos desesperados que no se veían incluidos en ellos y las carcajadas de pavo real de quienes comprobaban que, a pesar de su decadencia, su nombre era convenientemente escrito allí cada año, mes, semana, día, hora.

No obstante, por si esto no fuera suficiente, la dominación llegó aún más lejos. Pues al conde de V.. se le ocurrió que se podía conceder un dinero a los artistas no tanto por la obra terminada sino por la obra por hacer. Pero no a todos, obviamente, sino a unos pocos. Pues, de esta manera, además de conseguir que el proverbial odio entre ellos no aminorara, podrían asfixiar sus voces aún más. Ya que, dada su poca dignidad y escasos valores, la mayoría no se atreverían a crear piezas feroces ni salvajes por temor a que su nombre fuera retirado de la lista de los posibles candidatos a obtener una remuneración anual, como así ocurrió. De hecho, la mayoría de creaciones realizadas comenzaron a ser banales, perdieron fuelle y riesgo a medida que se multiplicaban los elogios llevados a cabo por una serie de leguleyos a sueldo de los nobles hacia ellas. Lo que provocó que los escasos artistas que denunciaran estas circunstancias y acusaran al resto de vender su dignidad, fueran tachados de envidiosos y locos por el resto. Insultados, vejados e ignorados. Algo que para los nobles no fue excesivamente difícil de conseguir. Pues solían confrontar a estos críticos con el vulgo, afirmando que esos improperios que dirigían al resto de sus compañeros mostraban que no eran en absoluto diferentes a ellos como pretendían. Y además eran, en esencia, emitidos debido a que no habían sido jamás premiados ni recibido una cantidad de dinero suficiente». Shalam

إنَّ الْهَدَيَا عَلَى قَدْرِ مُهْدِيهَا

No es bello lo que es caro, sino caro lo que es bello

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Autor: Alejandro Hermosilla

Mi nombre (creo) es Alejandro Hermosilla. Amo la escritura de Thomas Bernhard, Salvador Elizondo, Antonin Artaud, Georges Bataille y Lautreamont.

Contenido relacionado

Videoaverías

Averías populares

Inopia

Últimamente, vivo ciertos problemas y situaciones un tanto kafkianas y, por tanto, me siento incapaz de escribir en avería algo de interés. Por eso...
Leer más
Share This